Sobre Entrevías, federaciones y el secreto de la Iglesia
Ayer se escribieron varios artículos, aquí en Religión Digital y en otros medios, sobre la ex-parroquia de Entrevías. En la mayoría de ellos, se celebraba la anunciada posibilidad de un acuerdo entre los sacerdotes en cuestión y Monseñor Rouco y se deseaba que nada impidiese dicho acuerdo. Lo cierto es comparto totalmente esta preocupación y espero que puedan entenderse con el Cardenal. Dios quiere que todos los hombres se salven y los sacerdotes de Entrevías son también hijos amados de Dios y, por lo tanto, hermanos míos aunque no los conozca.
Precisamente por ello, me intranquiliza una frase de la declaración que se hizo pública ayer:
Ayer, diecinueve de junio, los tres curas de la parroquia de San Carlos Borromeo tuvimos una reunión con el obispo auxiliar D. Fidel Herráez, quien nos recibió con D. Angel Matesanz, vicario de Vallecas y D. Roberto Serres.
En ella manifestamos al obispo nuestra decisión de continuar con la situación actual, sin depender de Cáritas, viviendo y celebrando nuestra fe con la comunidad parroquial.
Quiero esperar que sea, simplemente, un fallo de redacción, porque, de otro modo, sería imposible llegar a una solución. Si en Entrevías pretenden decidir ellos mismos, como grupo, sobre si aceptan o no la autoridad de su obispo y la liturgia y la doctrina de la Iglesia, se encontrarán, de hecho, fuera de la Iglesia. Cualquier acuerdo que se pudiera lograr sería sólo una solución aparente, sin contenido real.
Una concepción de la Iglesia como una “federación” de parroquias autónomas y que toman sus propias decisiones sobre la fe, la liturgia, etc. es radicalmente contraria al catolicismo. En primer lugar, porque la Iglesia local, desde el tiempo del Nuevo Testamento, es la comunidad diocesana con su obispo a la cabeza y no cualquier otro grupo de fieles. En segundo lugar, porque la unidad de la Iglesia es un don de Dios y no una construcción de diversos grupos humanos. Los sucesores de los Apóstoles, en torno al sucesor de Pedro, son la garantía de la fe y de la unidad de la Iglesia.
Al margen ya del caso particular de Entrevías, cuando se piensa que cualquier individuo o grupo en la Iglesia pueden tomar sus propias decisiones sobre qué partes de la fe aceptan y cuales rechazan, se está siempre fuera de la Iglesia, porque en ella hay un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre.
Quizás lo que me llama más la atención de estos casos es la resistencia a abandonar formalmente la Iglesia que muestran muchos que, a todas luces, han abandonado ya su enseñanza. Algunos comentaristas hablan de sueldos y facilidades que no se quieren perder, pero yo creo que la cosa es más profunda. La Iglesia tiene un encanto profundo al que no resulta fácil sustraerse.
¿Qué es lo que tienes, Madre mía, para que nadie quiera abandonarte? ¿Qué secreto escondes que el corazón no quiere perder aun cuando la cabeza te haya rechazado? ¿Por qué tantos se empeñan en mantenerse dentro de ti cuando ya no creen en lo que enseñas? Incluso los que te abandonan suelen pasarse la vida discutiendo contigo, sin poder olvidarte. Tus hijos protestantes, que hace tanto tiempo que marcharon de tu seno, llevan siglos injuriándote, como un pobre intento de apagar la voz de su interior que les pide volver a casa. A nadie dejas indiferente.
Eres la nueva Jerusalén, la ciudad del gran Rey, el pueblo de Dios que peregrina hacia la patria eterna. Eres la Esposa de Cristo, el jardín cerrado en el que el Novio se encuentra con su amada. Eres vasija de barro que contiene el tesoro de la fe, la túnica sin costuras que proclama en el mundo la unidad del Dios trino. Arca de Noé que nos libra de la muerte, barca guiada por Pedro, luz de las naciones, hogar de los santos y asamblea del Dios vivo. Eres un regalo de Dios para los hombres, el milagro que muestra la santidad divina en medio de las miserias de tus miembros y el amor gratuito de Dios para todos los pecadores. Madre y maestra, no me abandones. No dejes nunca de darme la leche de la verdad, aun cuando yo la rechace. Que, al final de mi vida, pueda decir con gozo que muero hijo de la Iglesia. Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me seque la mano derecha. Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.
5 comentarios
Algunos se piensan que están en la Iglesia como si fuera un supermercado, para coger la oferta que más les interese, o para escoger el plato que más les guste como en un restaurante a la carta. Menudo sentido de la eclesiología...
¿por qué será que los conversos la amana infinitamente más y mejor que el resto?
Ni siquiera es algo moderno. Ya lo hacían los romanos, que iban añadiendo a su panteón los dioses de los pueblos por los que pasaban, según les parecía mejor.
Precisamente, las persecuciones a los cristianos en tiempo de Roma no se produjeron simplemente por creer en Jesucristo, sino por mantener lo de "un solo Señor, una sola fe" y afirmar que las demás creencias y los demás dioses eran falsos. Es decir, por ser unos "intransigentes".
Supongo que los que siempre hemos sido cristianos tenemos el peligro de "dar por supuestas" las maravillas de Dios, igual que el que vive junto a un paisaje espléndido y se ha acostumbrado a él.
A menudo, el celo de los conversos es una bendición para los demás cristianos, porque aviva en nosotros el "amor primero".
La obediencia es una de las tres promesas del sacerdote. Configura su vida. Una vida sacerdotal sin obediencia al obispo es como un matrimonio sin fidelidad o sin apertura a la vida.
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