Signos de la fe (III): creo por los pecados de la Iglesia
Cuando se habla de la fe, siempre se encuentra uno con alguien que cuenta una mala experiencia con los religiosos o las monjas de su colegio o que habla de la inquisición, de las cruzadas o de lo que hizo el cura de su parroquia hace veinte años. Es decir, se suelen percibir como un gran obstáculo para la fe los pecados de la Iglesia o, mejor dicho, los pecados de los miembros de la Iglesia.
Por supuesto, muchísimas veces lo que se atribuye a la Iglesia son falsedades o leyendas negras, inventadas por ignorancia o por malicia. Aun así, si eliminásemos todos los infundios, calumnias, falsedades históricas, tergiversaciones y leyendas negras (y probablemente se tardarían varias vidas humanas en hacerlo), aún nos quedarían innumerables pecados cometidos por los cristianos a lo largo de los siglos.
Estos pecados los han cometido y los cometen cristianos de todo tipo y condición: laicos, sacerdotes, religiosos, obispos o papas. Cuando se habla de estos temas, los españoles solemos pensar enseguida en Alejandro VI, el papa Borgia nacido en Játiva, un claro exponente de Vicario de Cristo que, aunque era ortodoxo en cuanto a la doctrina, tuvo una vida personal totalmente desastrosa, mezclando intrigas políticas, el nepotismo y una conducta licenciosa de la que daban fe sus cinco hijos (para ser justos, también podemos estar orgullosos de un papa español santo, San Dámaso).
Muchos afirman que estas cosas les impiden creer en Dios o en la Iglesia y, por eso mismo, a veces se intenta negar o esconder estos pecados. La verdad es que a mí me sucede lo contrario. Por supuesto, no apruebo en lo más mínimo los pecados de nadie, pero el hecho de ver esos pecados es, para mí, un signo más de fe que me ayuda a creer.
Por voluntad de Dios, la Iglesia está abierta a los pecadores. No he venido a salvar a los justos, sino a los pecadores. Soy plenamente consciente de que, si la Iglesia no fuera para los pecadores, no me dejarían estar en ella. De hecho, no se le permitiría la entrada en ella a ningún ser humano, porque hasta el justo peca siete veces cada día. Por eso los cristianos empezamos siempre nuestras celebraciones admitiendo públicamente nuestros pecados y faltas, ante Dios, ante nuestros hermanos y ante nuestra Madre Iglesia que nos comprende perfectamente.
Los mismos santos han sido pecadores antes de convertirse. Incluso después de su conversión, Dios los ha ido perfeccionando poco a poco (que es la única forma verdaderamente humana de crecer, por eso la utiliza Dios). La experiencia que ellos mismos cuentan es de verse como pecadores de los que Dios ha tenido misericordia, sacándolos de sus pecados y de la muerte en la que se encontraban.
Para mí, todo esto es un signo clarísimo de que es Dios quien ha construido la Iglesia. La construcción puramente humana de una iglesia perfecta se ha intentado multitud de veces en dos mil años de cristianismo. Todo tipo de grupos heréticos como cátaros, tertulianistas, montanistas, puritanos, etc. intentaron crear una iglesia “sólo para los buenos”, en la que no cupieran los pecadores. Esta exigencia de coherencia constituye una pretensión muy lógica, pero meramente humana. Todas esas sectas intentaban construir una iglesia santa “a fuerza de puños”, por el esfuerzo humano e, inevitablemente, terminaban por fracasar.
La Iglesia fundada por Jesucristo es otra cosa, su santidad viene de Dios. Precisamente porque su santidad tiene un origen divino, no se ve anulada por los pecados de sus miembros. Al ser Dios el que garantiza los sacramentos, un sacerdote indigno, apóstata e inmoral puede perdonar los pecados igual que el Santo Cura de Ars. De la misma forma, es el Espíritu Santo el que guía la doctrina de la Iglesia, tanto en la fe como en la moral, a pesar de las carencias, infidelidades e ignorancias de sus miembros.
En definitiva, aun siendo conscientes de los pecados de los cristianos, gracias a que la santidad de Dios es inagotable y se derrama continuamente sobre su pueblo, podemos proclamar en el Credo nuestra fe en la Iglesia que es una, santa y apostólica.
Este misterio divino de la Iglesia santa con miembros pecadores tiene su origen en un misterio aún más profundo: Dios respeta nuestra libertad, hasta el punto de dejarnos hacer lo contrario a su Voluntad. Esto es algo inconcebible. El dueño del universo, que a cada estrella la llama por su nombre, que ha creado todo y tiene la tierra como escabel de sus pies, permite que unas insignificantes criaturas se rebelen contra él. La razón humana se confiesa incapaz de abarcar este prodigio y, de nuevo, distintas herejías, como el calvinismo, han negado esta verdad, demasiado divina para el que intenta dominarlo todo por la razón.
Pero no se terminan ahí los prodigios, sino que, más increíblemente aún, cuando pecamos, Dios no nos trata como a niños malcriados que no son responsables de lo que hacen y a los que es mejor ignorar, sino que nos toma en serio. Tan en serio que, en vez de dejarnos a nuestra suerte o hacernos desaparecer de un plumazo de la faz de la tierra, nos ha enviado a su Hijo, que tomó sobre sí nuestro pecados y entregó su vida para borrar esos pecados en la cruz. La cruz es el signo más claro de que Dios se toma en serio nuestra libertad. Por rescatar al esclavo, ha sacrificado al hijo.
Todo esto está tan alejado de lo que podríamos esperar racionalmente y a la vez es tan maravilloso, que nadie puede inventarse algo así. Tiene que ser, por fuerza, la manifestación de una libertad y una misericordia divinas y no humanas, que sobrepasan nuestro entendimiento y nuestras expectativas.
Cuando oigo hablar de los pecados de los cristianos o cuando soy testigo de esos pecados, no puedo evitar pensar en el milagro de una Iglesia Santa que acoge a los pecadores sin perder su santidad, de un Dios omnipotente que respeta nuestra libertad y del Hijo eterno que ha derramado su sangre por esos pecados, amándonos hasta el extremo.
Trabajando con la peor materia prima del universo, nuestros pecados, Dios ha conseguido hacer maravillas sin igual. Sólo Él podía hacer algo así.
20 comentarios
Y precisamente por ello debemos agradecer a Dios su infinita sabiduría, que como bien dices sobrepasa nuestro entendimiento.
Gracias por tu comentario. Efectivamente, desde dentro de la Iglesia se ven mejor las luces y las sombras de los que somos cristianos, sobre todo a la Luz de Cristo, que pone de manifiesto nuestras miserias.
Por otro lado, no creo que se pueda decir que la Iglesia es santa y pecadora o, como tú lo expresas, "casta y puta". Más bien piensso que hay que decir que la Iglesia santa tiene pecadores entre sus miembros. A fin de cuentas, lo que decimos en el Credo es "creo en la Iglesia, que es Una, Santa, Católica y Apostólica" y también que creemos "en el perdón de los pecados" de sus miembros.
- alegrarnos, ya que la Iglesia nos acoge como somos.
- responsabilizarnos. El otro no ve la Iglesia, nos ve a nosotros. Nosotros somos la encarnación de la Iglesia ante el que nos encontramos.
Si queremos que mejore la comprensión de la Iglesia en el mundo, lo primero es mejorar nuestra vida, esforzarnos por cumplir la voluntad de Dios, buscar sinceramente la santidad de vida.
Así reflejaremos en nuestra vida la santidad real, objetiva que Dios dona a su Iglesia. Así la haremos presente, seremos trasparencia de Dios en vez de un obstáculo que aleje a la gente de Dios.
Ala, a ser santos.
Conforme lo leía, me iba acordando de el testimonio de la conversión de Chesterton, que seguro conoces. Por si hay algún lector que no, lo recuerdo: el ceéebre escritor K Chesterton, educado en el anglicanismo, y ya siendo adulto, paso un día por delante de una iglesia católica y, por curiosidad, entró a ver como era una misa católica. Él mismo cuenta que el sacerdote hizo una homilía horrible: larga, farragosa, mal expresada, con errores doctrinales y abu...
Como se ve, depende de lo que Dios haya plantado dentro de cada uno, los pecados de la Iglesia pueden alejar al mal dispuesto, o reforzar al creyente.
A fin de cuentas, ya sabemos que Dios escribe recto con renglones torcidos.
¡Eso es! Creo que la historia de Chesterton ilustra muy bien lo que quería decir.
Montaraz:
Pues eso, a ser santos.
Un día de estos, si Dios quiere, escribiré otro artículo de esta serie de los Signos de la Fe sobre los santos y cómo son un signo de que Dios nos ama.
Ánimo, que es para dar gloria a Dios.
No seamos ingenuos por miedo a la verdad!
Seamos responsables con la Iglesia siendo santos!
De hecho empleas la expersión de un gran converso, mi querido Guillermo Rovirosa con aquello de "cómo no voy a amar a una Iglesia pecadora, si no yo no cabría en ella".
Los conversos tienen un especial amor a la Iglesia que no tenemos los cristianos "de siempre", por 2 cosas:
- porque valoran mucho más el Don de la Fé que les cambió la vida y saben a quien se lo deben
- porque son muy consiceintes de haber sido y ser aún pecadores, por eso no van de "buenos, puros y juzgadores".
Otra "prueba" de la acción de Dios sobre la Iglesia (jerarquía incluida) es que SIEMPRE en la Historia (incluso en las épocas más oscuras) lo católico ha supuesto un avance de humanidad RESPECTO a lo que había en su tiempo (haced la prueba comparando).
Cuando los crisitianos en puestos de responsabilidad (jerarquía) pecaban hasta un grado máximo, el Espíritu suscitaba santos y nuevas organizaciones que SIN ROMPER LA COMUNION CON LA IGLESIA la renovaban DANDO SU VIDA y PONIENDO en PRACTICA nuevas experiencias plenamente eclesiales (no criticando en los altavoces de PRISA).
Por otra parte, si comparamos a la jerarquía eclesiástica con la jerarquía de otras instituciones o estados a lo largo de la historia, salen abrumadoramente favorecidos.
No trato de justificar a los pecadores, sino de situar las cosas en su contexto. Por otra parte, muchos eclesiásticos a lo largo de la historia han cometido errores, más que pecados voluntarios. En ese contexto me abstendré de juzgar, porque yo seguro que he cometido más. Como bien dice Bruno, si en la Iglesia sólo esperamos y pretendemos que haya santos, estaría vacía.
Un saludo.
por lo regular, vemos la astilla en el ojo ajeno y no en el nuestro, y tambien lo manejamos como un pretexto.
sin darnos cuenta que nosotros somos los afectados.
en tu escrito merece atencion como el Espiritu Santo dirige la iglesia a traves de un papa con problemnas en lo humano, pero mantiene la enseñanza de la iglesia.
Me ha alegrado recibir tu comentario.
Dentro de la serie de artículos "Signos de la fe", me he propuesto ofrecer también los testimonios de las historias de conversión de personas que han llegado a la fe católica desde otras religiones, el ateísmo o desde el alejamiento.
Quería proponerte que, si te parece bien, quizás podrías describir en una o dos páginas cómo llegaste a la conversión, para publicarlo en el blog dentro de esa serie. Creo que ese tipo de relatos pueden ayudar a mucha gente que está cerca de la Iglesia y de Cristo pero no se atreve a dar el paso.
Sólo es una sugerencia. Si no te parece oportuno lo entiendo perfectamente. En cualquier caso, te agradecería que me recordases en tus oraciones, como yo te recordaré en las mías.
Saludos
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