Loco debo de ser
Animo a todos los lectores a que no se pierdan la homilía del Papa del domingo pasado (), en la misa de canonización de cuatro nuevos santos. Aunque es mejor que lean la homilía entera, voy a subrayar algunas frases que me parecieron excepcionales.
“La Sabiduría de Dios se manifiesta en el cosmos, en la variedad y belleza de sus elementos, pero sus obras de arte son los santos.”
Todo artista tiene, entre sus muchas obras, algunas que son especialmente significativas, que reflejan de un modo único su talento y su visión. Para Dios estas obras maestras son los santos. Cuando nos quejamos de que Dios está lejos y no le vemos, quizás será porque no prestamos atención a sus obras: la creación, que Dios dejó vestida de su propia hermosura, y, sobre todo, los santos, que son un signo vivo de la misericordia de Dios.
“Queridos hermanos, demos gracias a Dios por las maravillas que ha realizado en los Santos, en quienes brilla su gloria. Dejémonos atraer por sus ejemplos, dejémonos guiar por sus enseñanzas, para que toda nuestra existencia sea, como la de ellos, un cántico de alabanza para la gloria de la Santísima Trinidad.”
Eso es lo que Dios quiere para cada uno de nosotros, la santidad. Cristo no se conforma con migajas lo quiere todo, nuestra vida entera. Los santos son un ejemplo para nosotros porque nos muestran lo que Dios quiere realizar en nuestra propia vida. Antiguamente, los cristianos leían a menudo vidas de Santos y encontraban en ellas el Evangelio vivido en circunstancias concretas. Los ejemplos de vida de los santos despiertan siempre en quien los lee deseos vivos de seguir a Cristo. Es algo que no falla, hagan la prueba.
La importancia de los santos, que la Iglesia ha reconocido desde sus orígenes, no es un culto a la personalidad, ni un alejamiento de Jesucristo. El Papa ha recordado que:
“cada uno de los santos participa de la riqueza de Cristo, tomada del Padre y comunicada en el momento oportuno. Es siempre la misma santidad de Jesús, es siempre Él, el “Santo”, que el Espíritu plasma en las “almas santas”, formando amigos de Jesús y testigos de su santidad. […] El Espíritu santo… pone el amor de Dios en el corazón de los creyentes en la forma concreta que tenía en el hombre Jesús de Nazaret”
No quiero que pasen por alto la increíble audacia de estas frases. Afirma el Papa que el Espíritu santo plasma a Jesucristo en nuestras almas, es decir, nos modela a imagen del propio Jesús. No le basta a Dios con que seamos medianamente buenos, respetables, comprometidos o solidarios. Quiere mucho más, quiere lo imposible… que seamos otros Cristos. En eso consiste ser santo, en ser como Jesucristo.
Cualquiera con un mínimo de sinceridad y de conocimiento de sí mismo deberá reconocer que ese plan de Dios está absolutamente fuera de su alcance. ¿Quién se encuentra con fuerzas para ser como aquel que pasó haciendo el bien, curando a los oprimidos por el diablo, que proclamó y vivió las bienaventuranzas, que siendo Hijo de Dios se hizo hombre como nosotros y que murió por todos, perdonando a sus verdugos y cargando sobre sí con los pecados del mundo? Yo, ciertamente, no.
Dios, sin embargo, sabiendo que eso es imposible para nosotros, quiere dárnoslo como un regalo, para que nadie pueda presumir. El Espíritu Santo, dice el Papa es el que transforma a los santos, para que se asemejen a Cristo y, así, quien los vea pueda ver al mismo Jesucristo. Los santos no nacen santos, es Dios quien les regala serlo. También a nosotros quiere regalárnoslo. Sólo hay que fiarse de él y ponerse en sus manos.
El Concilio Vaticano II recordó, de forma muy especial, la llamada universal a la santidad: Dios nos llama a todos a ser santos, cada uno en su lugar y en su vida concreta. Esta llamada se proclama hoy con una nueva fuerza, porque es hoy especialmente necesaria, pero ha estado siempre presente en la Iglesia. Lean, como muestra, los siguientes versos del siglo XVI, de Fray Pedro de los Reyes(versión corta, si alguien desea leer la estupenda versión larga, puede encontrarla ).
YO PARA QUE NACÍ
Yo, ¿para qué nací? Para salvarme.
Que tengo de morir es infalible.
Dejar de ver a Dios y condenarme,
Triste cosa será, pero posible.
¿Posible? ¿Y río, y duermo, y quiero holgarme?
¿Posible? ¿Y tengo amor a lo visible?
¿Qué hago?, ¿en qué me ocupo?, ¿en qué me encanto?
Loco debo de ser, pues no soy santo.
3 comentarios
Osodemo
Creo que es bueno que haya voces de Iglesia en los ámbitos "difíciles".
Justamente hoy estaba releyendo la vida de San Álvaro de Córdoba, un santo del siglo IX que se dedicó, con sus cartas y escritos, a defender a la Iglesia, a los mártires y a la fe católica ante los musulmanes y ante los herejes adopcionistas del momento.
Muchas gracias por sus palabras de ánimo.
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