La conquista de América sub specie aeternitatis
Hablábamos el otro día del legado que dejó España en América. Sin duda, quedaron allí muchas cosas: la lengua, la fe, virtudes, pecados, catedrales, universidades, técnica, cultura, rencores, buenos recuerdos…
No resulta fácil hacer un balance de cuatro siglos de presencia española en América y hay opiniones para todos los gustos. Basta recordar la leyenda negra, que, pese a que la Historia rigurosa la ha desmentido una y mil veces, sigue levantando la cabeza. Estos últimos días Chávez y varios grupos indigenistas volvían a la carga con este tema.
En mi opinión, es bueno mirar este tipo de cuestiones sub specie aeternitatis, como diría el P. Nieremberg.
Es decir, con una visión de eternidad o, traduciendo libremente, “con la mirada del cielo". Es esta mirada la que nos dará la verdadera medida de la importancia de algo. Cuántas veces, en nuestra vida cotidiana, nos preocupamos y agobiamos por cosas que, en cuanto ha pasado tan sólo un mes o un año, nos resultan totalmente intrascendentes. A menudo luchamos, nos enfadamos, guardamos rencor y discutimos por algo que mañana ya habremos olvidado. Lo mismo sucede con la Historia. Si mirásemos las cosas con la mirada de eterna de Dios, encontraríamos una clave para discernir lo que verdaderamente tiene importancia y lo que no son más que tonterías o, a lo sumo, cosas pasajeras.Esto no es simple sabiduría popular, del tipo de la frase “dentro de cien años, todos calvos”. Creo que va más allá. Tampoco quiero decir, al estilo de los neoplatónicos o de Spinoza, que las cosas concretas no tengan importancia. Muy al contrario: para el cristiano lo concreto puede tener un valor no simplemente duradero, sino eterno.
A este respecto, quiero recordar un detalle evangélico recogido en el arte religioso que siempre me ha llamado poderosamente la atención. En los cuadros que representan a Cristo después de la resurrección, el resucitado muestra, en su cuerpo glorioso, las llagas de los clavos y de la lanza. No se trata de un Jesucristo “Superstar” edulcorado, sino que lleva en su cuerpo las señales del sufrimiento soportado para la redención de los hombres. Esos sufrimientos, ofrecidos al Padre por la salvación del mundo, han adquirido un valor eterno.
Increíblemente, por la misericordia de Dios, también los sufrimientos soportados por amor de los “cristianos de a pie” tienen valor eterno. Nuestro dar la vida se une a la entrega de Cristo en una única ofrenda al Padre por todos los hombres. Completamos en nuestra carne lo que falta a la pasión de Cristo. Los pequeños actos rutinarios de la vida, realizados con verdadera caridad cristiana, tienen una dimensión infinita que no pasará nunca.
Me ha recordado todo esto del valor eterno una noticia que acabo de leer: el Papa ha aprobado el milagro necesario para la canonización de la beata Narcisa de Jesús, nacida en Ecuador. Esta nueva santa unió la vida de oración al cuidado de las huérfanas abandonadas. No es la primera santa ecuatoriana, de hecho, su modelo de vida era otra santa de Ecuador anterior a ella, Santa Mariana de Jesús.
Narcisa de Jesús pasará a formar parte, dentro de poco, del grupo siempre creciente de santos americanos: Santa Rosa de Lima, San Martín de Porres, San Miguel Febres, Santa Teresa de los Andes, los mártires cristeros y otros muchos más. Los lectores pueden encontrar una lista de más de cien santos, beatos y venerables de América. Estoy convencido de que estos santos (y los muchos santos americanos desconocidos que no han sido canonizados) son la mejor expresión del legado español en América.
Lo demás, por mucho que mantenga una importancia relativa, tiende a disolverse al mirarlo sub specie aeternitatis. Quizá dentro de mil años ya no se hable el español en América, se haya olvidado la conquista y nadie se acuerde del inca Garcilaso. Quizás las cosas hayan progresado por aquellos lares o se haya retrocedido a la barbarie. Las barbaridades cometidas por unos y otros con el paso de los años relativizaran todas las burradas que, sin duda, debieron cometer los españoles en América. No sería extraño que Europa entera llegue a ser, por ejemplo, una colonia de Méjico o que exista una América unificada de dominio anglosajón. ¿Quién puede saberlo, tratándose del futuro?
De algo, sin embargo, podemos estar seguros: dentro de mil años, Santa Narcisa, Santa Mariana y la multitud de santos americanos seguirán dando gloria a Dios, en el banquete del Reino, junto a Cristo resucitado. Para siempre.
3 comentarios
Totalmente de acuerdo contigo. No hay acciones de pueblos enteros que sean inmaculadas. El trigo y la cizaña están mezclados, por la paciencia de Dios.
Eso sí, como tú dices, si comparamos la conquista española con las colonizaciones de otras naciones europeas, no hay color.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.