¿Sigue siendo Cristo la luz de los pueblos?
Hoy les ofrezco algunos fragmentos de la homilía que pronunció Benedicto XVI el año pasado en esta fiesta de la Epifanía del Señor (es decir, lo que se suele llamar la Fiesta de los Reyes Magos).
Como sabrán, Epifanía significa en griego manifestación, ya que el Hijo de Dios se manifestó, por primera vez, a los pueblos paganos, en la persona de los Magos de Oriente. Con este motivo, el Papa se pregunta por lo que puede ofrecer Jesucristo al mundo no cristiano de hoy. Disfruten de un texto muy sustancioso y de algunas frases verdaderamente memorables
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Queridos hermanos y hermanas:
Celebramos con alegría la solemnidad de la Epifanía, “manifestación” de Cristo a los gentiles, representados por los Magos, misteriosos personajes llegados de Oriente. Celebramos a Cristo, meta de la peregrinación de los pueblos en búsqueda de la salvación. […] Dentro de poco, en el Prefacio cantaremos: “Hoy en Cristo, luz de los pueblos, has revelado a los pueblos el misterio de nuestra salvación“.
Han transcurrido veinte siglos desde que ese misterio fue revelado y realizado en Cristo, pero aún no se ha cumplido plenamente. […]. Surgen espontáneamente algunas preguntas: ¿en qué sentido, hoy, Cristo es aún lumen gentium, luz de los pueblos? ¿En qué punto está —si se puede hablar así— este itinerario universal de los pueblos hacia él? ¿Está en una fase de progreso o de retroceso? Y también: ¿quiénes son hoy los Magos? ¿Cómo podemos interpretar, pensando en el mundo actual, a estos misteriosos personajes evangélicos?
Para responder a estos interrogantes, quisiera volver a lo que los padres del concilio Vaticano II dijeron al respecto. […] En verdad, todo el concilio Vaticano II se sintió impulsado por el anhelo de anunciar a la humanidad contemporánea a Cristo, luz del mundo. En el corazón de la Iglesia, comenzando por el vértice de su jerarquía, brotó con fuerza, suscitado por el Espíritu Santo, el deseo de una nueva epifanía de Cristo en el mundo, un mundo que la época moderna había transformado profundamente […].
La solemnidad que hoy celebramos puede ofrecernos esta perspectiva, a partir de la manifestación de un Dios que se reveló en la historia como luz del mundo, para guiar e introducir por fin a la humanidad en la tierra prometida, donde reinan la libertad, la justicia y la paz. Y somos cada vez más conscientes de que por nosotros mismos no podemos promover la justicia y la paz, si no se nos manifiesta la luz de un Dios que nos muestra su rostro, que se nos presenta en el pesebre de Belén, que se nos presenta en la cruz.
Así pues, ¿quiénes son los “Magos” de hoy, y en qué punto está su “viaje” y nuestro “viaje"? Volvamos, queridos hermanos y hermanas, a aquel momento de especial gracia que fue la conclusión del concilio Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965, cuando los padres conciliares dirigieron a toda la humanidad algunos “Mensajes". El primero estaba dirigido “a los gobernantes"; el segundo, “a los hombres del pensamiento y de la ciencia". Son dos categorías de personas que, en cierto modo, podemos ver representadas en los personajes evangélicos de los Magos.
Quisiera ahora añadir una tercera, a la cual el Concilio no dirigió ningún mensaje, pero le dedicó mucha atención en la declaración conciliar Nostra aetate. Me refiero a los líderes espirituales de las grandes religiones no cristianas. Por tanto, a dos mil años de distancia podemos reconocer en los Magos una suerte de prefiguración de estas tres dimensiones constitutivas del humanismo moderno: la dimensión política, la científica y la religiosa. La Epifanía nos lo muestra en estado de “peregrinación", o sea, en un movimiento de búsqueda, a menudo algo confusa, que en definitiva tiene su punto de llegada en Cristo, aunque algunas veces la estrella se oculta.
Al mismo tiempo nos muestra a Dios que, a su vez, está en peregrinación hacia el hombre. No existe sólo la peregrinación del hombre hacia Dios; Dios mismo se ha puesto en camino hacia nosotros. En efecto, Jesús no es sino Dios, que por decirlo así sale de sí mismo para venir al encuentro de la humanidad. Por amor se ha hecho historia en nuestra historia; por amor ha venido a traernos el germen de la vida nueva y a sembrarla en los surcos de nuestra tierra, para que germine, florezca y dé fruto.
Hoy quisiera hacer míos esos Mensajes conciliares, que no han perdido su actualidad. Por ejemplo, en el Mensaje a los gobernantes se lee: “Es a vosotros a quienes toca ser sobre la tierra los promotores del orden y la paz entre los hombres. Pero no lo olvidéis: es Dios, el Dios vivo y verdadero, el que es el Padre de los hombres. Y es Cristo, su Hijo eterno, quien vino a decírnoslo y a enseñarnos que todos somos hermanos. Él es el gran artesano del orden y la paz sobre la tierra, porque es él quien conduce la historia humana y el único que puede inclinar los corazones a renunciar a las malas pasiones que engendran la guerra y la desgracia". ¿Cómo no reconocer en estas palabras de los padres conciliares la huella luminosa del único camino que puede transformar la historia de las naciones y del mundo?
Asimismo, en el “Mensaje a los hombres del pensamiento y de la ciencia” leemos: “Continuad buscando sin cansaros, sin desesperar jamás de la verdad". En efecto, el gran peligro consiste en perder el interés por la verdad y buscar sólo el hacer, la eficiencia, el pragmatismo. “Recordad —prosiguen los padres conciliares— las palabras de uno de vuestros grandes amigos, san Agustín: “Busquemos con afán de encontrar y encontremos con el deseo de buscar aún más". Felices los que, poseyendo la verdad, la buscan más todavía a fin de renovarla, profundizar en ella y ofrecerla a los demás. Felices los que, no habiéndola encontrado, caminan hacia ella con un corazón sincero: que busquen la luz de mañana con la luz de hoy, hasta la plenitud de la luz".
Esto es lo que decían los dos Mensajes conciliares. Juntamente con los gobernantes de los pueblos, los investigadores y los científicos, hoy es más necesario que nunca incluir a los representantes de las grandes tradiciones religiosas no cristianas, invitándolos a confrontarse con la luz de Cristo, que no vino a abolir, sino a cumplir lo que la mano de Dios ha escrito en la historia religiosa de las civilizaciones, especialmente en las “grandes almas", que han contribuido a edificar la humanidad con su sabiduría y sus ejemplos de virtud. Cristo es la luz, y la luz no puede oscurecerse; sólo puede iluminar, aclarar, revelar. Por tanto, que nadie tenga miedo de Cristo y de su mensaje. Y si a lo largo de la historia los cristianos, por ser hombres limitados y pecadores, lo han traicionado a veces con sus comportamientos, esto hace resaltar aún más que la luz es Cristo y que la Iglesia sólo la refleja permaneciendo unida a él.
“Hemos visto su estrella en oriente y venimos a adorarlo“. Lo que nos maravilla siempre, al escuchar estas palabras de los Magos, es que se postraron en adoración ante un simple niño en brazos de su madre, no en el marco de un palacio real, sino en la pobreza de una cabaña en Belén. ¿Cómo fue posible? ¿Qué convenció a los Magos de que aquel niño era “el rey de los judíos” y el rey de los pueblos? Ciertamente los persuadió la señal de la estrella, que habían visto “al salir", y que se había parado precisamente encima de donde estaba el Niño. Pero tampoco habría bastado la estrella, si los Magos no hubieran sido personas íntimamente abiertas a la verdad. A diferencia del rey Herodes, obsesionado por sus deseos de poder y riqueza, los Magos se pusieron en camino hacia la meta de su búsqueda, y cuando la encontraron, aunque eran hombres cultos, se comportaron como los pastores de Belén: reconocieron la señal y adoraron al Niño, ofreciéndole los dones preciosos y simbólicos que habían llevado consigo.
Queridos hermanos y hermanas, también nosotros detengámonos idealmente ante el icono de la adoración de los Magos. Encierra un mensaje exigente y siempre actual. Exigente y siempre actual ante todo para la Iglesia que, reflejándose en María, está llamada a mostrar a los hombres a Jesús, nada más que a Jesús, pues él lo es Todo y la Iglesia sólo existe para permanecer unida a él y para darlo a conocer al mundo.
Que la Madre del Verbo encarnado nos ayude a ser dóciles discípulos de su Hijo, Luz de los pueblos. El ejemplo de los Magos de entonces es una invitación también para los Magos de hoy a abrir su mente y su corazón a Cristo y ofrecerle los dones de su búsqueda. A ellos, a todos los hombres de nuestro tiempo, quisiera repetirles hoy: no tengáis miedo de la luz de Cristo. Su luz es el esplendor de la verdad. Dejaos iluminar por él, pueblos todos de la tierra; dejaos envolver por su amor y encontraréis el camino de la paz. Así sea.
13 comentarios
Bruno, tú, como Paco Pepe, también crees en los reyes magos, ¿verdad?
siempre digo que este Papa es un genio, hoy lo vuelvo a decir. Leer sus textos es muy esclarecedor. Ojalá que los sermones en todas las misas fueran así. Por pedir, que no quede, ¿no?
La cita de S. Agustín me ha recordado lo que dijo David Gross (Nobel de física 2004) en una charla que dio aquí en junio: algo así como que la ignorancia es lo que nos hace investigar, y que nunca se acaba. Pues es un copión el hombre.
Vino para los suyos, y no lo recibierón.
Mas aquellos que no tenian dogmas le recibieron, y les dio potestad de ser hechos hijos de Dios
Evidentemente, no te quepa la menor duda, lo ha sido lo es y lo será.
A los que sí les han traído cosas es a mis hijos. Hoy apenas cabemos en la casa de tanto regalo.
Lo cierto es que siempre me habían encantado los libros de Ratzinger. Me gusta la forma que tiene de unir cuatro cosas que, a menudo, parecen incompatibles:
- Una gran originalidad, con una forma novedosa de enfocar todos los temas, incluso los más conocidos
- Una profundidad teológica innegable
- Una gran claridad expositiva, de modo que todos puedan entenderle
- Fidelidad incuestionable a la fe y a la Tradición de la Iglesia
En muchos otros teólogos hay que contentarse con una o dos de esas características.
Totalmente de acuerdo.
La palabra:
Como sabrá, "dogma" significa enseñanza, doctrina. En efecto, los que no conocían la enseñanza de la Verdad recibieron a Cristo y así pudieron pasar a vivir según esa enseñanza. Por eso la Iglesia no puede renunciar a ella, como los hombres que no han conocido a Jesucristo.
Unitas:
Las negritas no serían necesarias si lo leyésemos en papel, pero para leer un texto largo en Internet, que es más incómodo, me he dado cuenta de que a menudo ayudan a los lectores a mantener la atención.
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