Hablando no se entiende la gente: la I
Algunos periódicos se han mostrado escandalizados estos días porque el Papa Benedicto XVI habló, en Brasil, de las “sectas evangélicas”. Muchos protestantes se han sentido ofendidos por esta denominación y, aquí en España, el blog de Pedro Tarquis ha criticado con dureza al Papa por este asunto.
En mi opinión, se trata de un mero malentendido, pero cuyas raíces son históricas, lo cual complica aún más las cosas en este caso.
El protestantismo, en general, no tiene en cuenta la historia. No es que sea ignorante de ella, sino que, más bien, tiende a considerarla como algo irrelevante. La doctrina de la “Sola Scriptura” ha provocado que, para el fiel protestante, la salvación esté centrada en la relación individual entre el hombre y Dios, en el campo de juego de una Biblia intemporal, y, por lo tanto, la historia posterior al primer siglo de nuestra era tenga escasa importancia.Lo cierto es que resulta curioso este desinterés por la historia en unas confesiones que viven centradas en un Libro que constituye, en esencia, el relato inspirado por Dios de la Historia de Salvación del pueblo de Israel y de las primeras comunidades cristianas. Por el contrario, la Iglesia Católica, que afirma mantener siempre la misma doctrina y es criticada a menudo por sus dogmas “inmovilistas y retrógrados”, vive profundamente inmersa en el transcurrir histórico de la humanidad y estudia la Historia de los Concilios o a los Padres de los primeros siglos como algo que es esencial para la fe.
Quizá esta introducción parezca ociosa y excesivamente larga, pero me ha parecido necesaria. Debido a esta importancia que el Catolicismo da a la historia, al oír hablar al Papa (y más a un Papa teólogo, como es éste), es necesario siempre tener en cuenta, junto con las referencias bíblicas y el pensamiento actual, lo que la tradición ha dicho sobre el tema del que se está hablando. De otro modo será imposible entenderlo. En cierto modo, un teólogo católico nunca habla en solitario, sino que lo que dice está siempre construido sobre los cimientos de la tradición anterior a él.
A los oídos de muchos modernos, que desconocen la tradición y, a menudo, apenas han leído algún libro que tenga más de cien años de antigüedad, la palabra “secta” suena a lo que los sociólogos llaman “secta destructiva”. Es decir, cuando escuchan al Papa hablar de “sectas evangélicas", creen que está diciendo que todos los evangélicos son sometidos a lavados de cerebro, despersonalizados y esquilmados por sus líderes. Sin negar que existan grupos de estas características que se camuflan fraudulentamente bajo la denominación de “Iglesias evangélicas”, no creo que sea éste el sentido de lo que dijo el Papa.
La palabra “secta”, según su etimología latina, significa únicamente “separada”. Es el término que se ha utilizado desde los orígenes de la Iglesia para designar a los grupos que abandonaban la fe católica, separándose así de la Magna Iglesia, la Iglesia que proclama la fe que ha sido defendida “siempre, por todos y en todo lugar”.
Éste significado tradicional es, de hecho, el que recoge el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española en sus dos primeras acepciones:
secta.
(Del lat. secta).
1. f. Conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica.
2. f. Doctrina religiosa o ideológica que se diferencia e independiza de otra.
Resulta evidente que estos dos significados se pueden aplicar perfectamente, sobre todo desde el punto de vista católico, a cualquier confesión protestante. Es un hecho histórico indudable que el protestantismo surgió como escisión de la Iglesia Católica y no creo que ningún evangélico se ofenda porque alguien le señale que está separado del Catolicismo.
Es más, ambas definiciones pueden aplicarse de manera especialmente apropiada a las comunidades evangélicas. El evangelismo, a grandes rasgos, se diferencia de las confesiones históricas protestantes, como el luteranismo, calvinismo o anglicanismo, por su gran (y admirable) impulso misionero y por la ausencia de dogmas definidos históricamente. Las comunidades evangélicas quieren ser aún más consecuentes que sus antecesores protestantes con el principio de Sola Escritura y rechazan las tradiciones que han mantenido otros grupos del protestantismo. Estas características hacen que, a menudo, los grupos evangélicos se escindan unos de otros con gran facilidad. Por ejemplo, en Estados Unidos, es frecuente ver en la misma calle, a pocos metros de distancia, dos iglesias evangélicas distintas, con maneras distintas de interpretar puntos importantes de la Escritura.
A menudo se considera que las confesiones protestantes históricas, que han conservado similitudes significativas con el Catolicismo, como la liturgia, la organización episcopal, el credo, etc. y que tienen una estructura interna más desarrollada, son las más cercanas a la Iglesia Católica y, por lo tanto, las más susceptibles de reintegrarse a la unidad con los católicos. En mi opinión y respetando el misterio del Plan de Dios, es mucho más probable que sean los grupos evangélicos los que, a la larga, se unan a la Iglesia.
El gran problema del protestantismo es, a mi juicio, que no es lo suficientemente fiel a la Escritura. El pesimismo existencial de Lutero, el racionalismo nominalista de Calvino o la necesidad histórico-política de alcanzar siempre un consenso del Anglicanismo lastran a los protestantes sinceros de estas confesiones y no les permiten encontrar la Verdad católica que se manifiesta en la Biblia.
En este contexto, estoy convencido de que los grupos evangélicos, que se sienten más libres frente a todos estos condicionamientos históricos, terminarán por ser llevados por el Espíritu Santo “de vuelta a casa”. Creo que, antes o después, encontrarán en la Escritura la importancia de la Tradición, de una Iglesia que es, por la misericordia de Dios, Roca firme en la que se puede asentar la fe, o de los sacramentos como vías por las que la gracia de Jesucristo nos llega a raudales. Espero sinceramente que el Espíritu Santo me dé un día la alegría de asistir a la unión de las confesiones evangélicas con la Iglesia Católica en una sola fe, un solo bautismo y bajo un único Señor de la historia, Jesucristo.
7 comentarios
En cuanto a la tradición no es que no la tengamos en cuenta, lo que ocurre es que no la hemos dogmatizado colocándola al mismo nivel de la Escritura o por delante de ella (Cf. Dei Verbum), sino que nos informa la manera en que en cada época se entiende la fe, pero en modo alguno es normativa porque le falta la inspiración divina propia de los apóstoles que constituyen el fundamento de la iglesia (Ef. 2:20), ya que sucesión apostólica es un invento antibíblico para justificar lo injustificable.
(Continuación del comentario de Pármenas Pe., interrumpido por límite de palabras)
"ortodoxas" y grupos neopentecostales que se llaman "evangélicos" pero no lo
son, como hizo la corresponsal de La Vanguardia en Roma, nada que objetar, pero
no fue un malentendido sino un muy calculado intento de querer frenar el avance
de los evangélicos en América Latina ofendiéndoles llamándoles secta para
contentar a su clientela.
(Continuación del comentario de Pármenas Pe., interrumpido por límite de palabras)
Creo que no me he debido expresar bien. La intención de mi artículo consistía en mostrar que la palabra "secta", en la tradición católica, no significa lo que usted cree, sino solamente "grupo religioso separado".
En lo demás, por supuesto, usted y yo discrepamos. Yo, como católico y gracias a la Tradición, creo lo mismo que creía la Iglesia del siglo II, del X o del XX, mientras que, en mi opinión, los protestantes no consiguen ponerse de acuerdo ni siquiera con los demás grupos protestantes de su propio tiempo.
En cualquier caso, no ha sido mi intención ofenderles de ningún modo. Que Dios les bendiga abundantemente.
La palabra es una vibración cargada de energia que transmitira tanto mas cuanto mas crea en ella el que la pronuncie.
El dialogo sera tanto mas fructifero cuando las intenciones de los dialogantes se encaminen en el sentido del entendimiento.
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