Es hora de volver
Al comenzar la Cuaresma, siempre me acuerdo del Libro de Nehemías. Mejor dicho, me acuerdo de una escena de ese libro que, a mi juicio, es de las más bellas de toda la Biblia.
Tras los 70 años de destierro en Babilonia, el pueblo de Israel consiguió volver a la tierra prometida, gracias al rey persa Ciro, que, enviado por Dios, venció a los babilonios y permitió a los israelitas volver a establecerse en sus antiguos dominios. En los libros de Esdras y Nehemías se relata el retorno del pueblo desde el exilio en Babilonia. La situación era terrible: Jerusalén, la Ciudad del gran Rey, estaba semiderruida y en los alrededores se habían ido establecido otros pueblos que hostigaban constantemente a los retornados. Con un grandísimo trabajo y sufriendo penalidades sin cuento, los retornados fueron reconstruyendo Jerusalén, el Templo, sus casas y murallas, en un trabajo que duró años y años.
En esa situación, Esdras, el sacerdote, y Nehemías, el gobernador, convocaron un día a todo el pueblo.
No reunieron a los israelitas para hacer planes, repartir el trabajo o estudiar dónde conseguir más materiales, cosas todas ellas que se harían en otro momento, sino para algo mucho más importante: convocaron al pueblo para proclamar en voz alta la Palabra de Dios.Ante la multitud de los israelitas, Esdras se puso en pie y abrió solemnemente el libro de la Escritura y el pueblo entero también se levantó. Esdras bendijo a Dios y todo el pueblo, alzando las manos, respondió: “¡Amén! ¡Amén!” e, inclinándose, se postraron ante el Señor, rostro en tierra. Después, Esdras y los levitas fueron proclamando y explicando ante el pueblo toda la Torá, la Ley de Moisés, es decir, los primeros cinco libros de la Biblia.
Dice el texto que los israelitas, que habían vivido durante décadas en el destierro, lejos de sus casas y de Jerusalén, sin poder ir al Templo, en medio de un pueblo pagano y politeísta que no conocía al Dios verdadero, escuchaban atentos, como un sólo hombre. Y, recordando esos años en los que, por su infidelidad, había tenido que vivir en el exilio, lejos de la Ciudad santa, todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de la Ley.
Al leer la Palabra de Dios, los israelitas se dieron cuenta de que, en muchas cosas, por la influencia de los pueblos paganos entre los que habían permanecido durante el destierro, habían dejado de cumplir los mandatos de Dios, de que su forma de vida ya no era la que Dios había pensado para ellos y revelado en la Escritura. Al darse cuenta de esto, reconocieron ante Dios que se habían alejado de él y puestos en pie, confesaron sus pecados y las culpas de sus padres.
No puedo evitar pensar que, en la Cuaresma, se nos invita a nosotros a hacer lo mismo, a volver a la Ciudad de Dios desde el destierro en que vivimos, lejos de Dios. De hecho, en hebreo, convertirse se dice “sub”, que significa “volver”. Desgraciadamente, es muy frecuente que nuestra vida cotidiana se ocupe en mil cosas que nos van alejando de Dios, que no nos permiten pensar en él, que nos absorben y nos dejan sin tiempo para rezar, para leer la Escritura, para recibir la gracia de Dios en los sacramentos, para amar y servir a Cristo en aquellos que tenemos a nuestro alrededor. Mucho más nos alejan de Dios, claro está, nuestros pecados, porque no son sólo ya un olvido de donde está la verdadera Vida, sino un rechazo consciente de esa Vida que Dios nos regala.
Creo que la Iglesia nos ofrece este tiempo estupendo para que, como los israelitas, volvamos nuestra mirada a Dios, para que veamos lo que nos hemos estado perdiendo todo este tiempo, lejos del único que puede darnos la verdadera felicidad. ¿Es que no hemos experimentado ya mil veces que si vivimos lejos de Dios, vivimos en el destierro y lejos de nuestro verdadero hogar? ¿Es que no recordamos ya que, cuando vivíamos cerca de Dios, nos sustentó en el desierto y nada nos faltó, ni nuestros vestidos se gastaron ni se hincharon nuestros pies?
Si aprovechamos esta Cuaresma, no sería extraño que, como los israelitas, nos echásemos a llorar, pensando en los días pasados sin acordarnos de Dios, en el tiempo que hace que no leemos su Palabra, en que hemos vivido para ganar dinero, como los paganos que no tienen fe. Como Santa Teresa en el momento de su conversión, podríamos llorar contemplando a Cristo, que dio su vida entera por nosotros: “Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece que se me partía, y arrojéme cabe Él con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle“.
La Iglesia nos anima a leer y orar, de una forma especial en este tiempo, con la Escritura, para que sea ella la que abra nuestros corazones, endurecidos como el pedernal. La Palabra de Dios, que bastó para crear el mundo, porque Dios dijo: hágase y así fue, podrá también hacer el milagro de renovar nuestras vidas, de dar la fe al que no la tiene, de conseguir que ame a los demás quien sólo se ama a sí mismo y que recobre la esperanza el que la ha perdido.
Si acudimos a la confesión, como los hebreos que se confesaban pecadores ante Dios, el sacerdote pronunciará también sobre nosotros una palabra en nombre de Dios que nos dejará limpios de nuevo. Sólo tenemos que acudir a nuestro Padre y decir: mira que hoy somos esclavos, porque tú fuiste fiel y nosotros malvados.
Y, al igual que nuestro Dios, con inmensa ternura, nos abre sus brazos, nuestro corazón transformado necesariamente tiene que abrirse a los demás, a las personas concretas que Dios ha puesto en nuestro camino. No puede pasar este tiempo sin ir a visitar a ese familiar al que nos da pereza ir a ver, sin ser verdaderamente generosos con quienes no tienen dinero, sin saludar y sonreír al vecino que nunca nos saluda, sin pasar tiempo con los enfermos o los ancianos que conozcamos o sin humillarnos y pedir perdón a los que están enojados con nosotros, aunque no tengan razón. Como los israelitas, Dios no quiere que volvamos nosotros solos a Jerusalén, sino que lo hagamos como un pueblo, junto con nuestros hermanos en Cristo.
Cuando los israelitas lloraban al oír la lectura de la Palabra de Dios, Esdras y Nehemías les decían: No estéis tristes ni lloréis, porque el gozo en el Señor es vuestra fortaleza. Si nosotros aprovechamos esta Cuaresma para convertirnos de una vez, será el propio Espíritu Santo el que consuele nuestras lágrimas y nos llene de ese gozo que no se acaba y que es propio de los que aman a Dios y se dejan amar por él.
7 comentarios
Eso es porque eran unos integristas preconciliares. Lo que tenían que haber hecho era adoptar las formas de pensar y los usos de los paganos, y haber establecido cauces de entendimiento mutuo con sus religiones milenarias, aportando y recibiendo, de forma que se respetase, en un fraterno diálogo interreligioso, la incuestionable verdad de que todas las religiones no son más que distintos caminos, tan válidos unos como otros, para llegar a Dios. Lo mismo da Moises que Zoroastro.
Los judíos, en cambio, optaron por el inmovilismo ultra y gracias a eso mantuvieron su fe y su culto, permitiendo que Yahvé les enviara (y a nosotros) a su único Hijo y Mesías redentor.
He visto tu comentario justo antes de irme a dormir.
Por aquí todo bien y ya veo que tú trabajando mucho, como siempre. Ya lo había supuesto al ver que hacía tiempo que no comentabas nada. Espero que, al menos, sean cosas interesantes las que tanto te ocupan.
Tengo casi terminada otra de las Quaestiones que preguntaste tú (la de la infalibilidad del Papa y el amor de Dios), espero colgarla pasado mañana.
Un saludo.
Nachet:
Tantos esfuerzos y milagros de Dios en el Antiguo Testamento para meter en las duras molleras de los israelitas que sólo existe un Dios y resulta que estaba equivocado... debería haberle preguntado a algunos teólogos que parecen saber más que él sobre el tema.
Libertas:
Como dices, la liturgia de la Iglesia es un verdadero tesoro.
Es hermoso el texto. Yo tampoco tengo nada que comentar, simplemente darte las gracias.
Un cordial saludo.
¿Cómo cambiar de camino si no nos damos cuenta de que estamos recorriendo senderos que no llevan a la libertad; senderos que nos dejan siempre en el mismo sitio, en nuestros antojos?
Nachet, esa es tu opinión , que los que no la compartimos no tachamos de inmovilista ultra, ni de integrista, ni poco repetuosa, etc....
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