El predicador del Papa y los pobres de espíritu
Hoy recojo esta breve reflexión del P. Raniero Cantalamessa, el Predicador de la Casa Pontificia, sobre una frase del Evangelio de hoy, la primera bienaventuranza: Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Me ha llamado la atención el texto, porque, el otro día, una comentarista del blog afirmaba que las bienaventuranzas no están vinculadas necesariamente al cristianismo, sino que podrían ser asumidas por el budismo, el shintoismo o el confucionismo.
En cambio, el P. Cantalamessa subraya que esta bienaventuranza sólo cobra sentido por la venida de Cristo, que nos ha traído el Reino de Dios, un reino que está abierto para todos los que lo quieren recibir. Sin esa nueva situación, sin la venida de Cristo que ofrece el perdón gratuito de su Padre a todos lo hombres, la bienaventuranza no tendría ningún sentido. El pobre a quien se le llama bienaventurado es aquel que no está esclavizado por los bienes de la tierra y puede recibir en su vida la fe en Cristo, que vale más que el oro.
No se pueden comprender las bienaventuranzas al margen de Cristo.
El texto ha sido tomado de .
……………………………………………………………….
El Evangelio de este domingo propone el pasaje de las Bienaventuranzas y comienza con la célebre frase: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos». La afirmación «bienaventurados los pobres de espíritu» con frecuencia se malentiende hoy, o incluso se cita con alguna risita de compasión, como si fuera para la credulidad de los ingenuos.
Pero Jesús jamás dijo simplemente: «¡Bienaventurados los pobres de espíritu!»; nunca soñó pronunciar algo así. Dijo: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos», que es muy distinto. Se tergiversa completamente el pensamiento de Jesús y se banaliza cuando se cita su frase a medias. Ay de separar la bienaventuranza de su motivo. Sería, por poner un ejemplo gramatical, como si uno pronunciara una prótasis sin que siguiera apódosis alguna. Supongamos que se dice: «El que siembra…»; ¿se entiende algo? ¡Nada! Pero si añade: «cosecha», inmediatamente todo se aclara. También si Jesús hubiera dicho sólo: «¡Bienaventurados los pobres!», sonaría absurdo, pero cuando añade: «porque de ellos es el Reino de los Cielos», todo se hace comprensible.
¿Pero qué bendito Reino de los Cielos es éste, que ha realizado una verdadera «inversión de todos los valores»? Es la riqueza que no pasa, que los ladrones no puede robar ni la polilla consumir. Es la riqueza que no hay que dejar a otros con la muerte, sino que se lleva consigo. Es el «tesoro escondido» y la «perla preciosa», aquello que, para tenerlo, vale la pena –dice el Evangelio- dejar todo. El Reino de Dios, en otras palabras, es Dios mismo.
Su llegada produjo una especie de «crisis de gobierno» de alcance mundial, un reajuste radical. Abrió horizontes nuevos. En alguna medida como cuando, en el siglo XV, se descubrió que existía otro mundo, América, y las potencias que ostentaban el monopolio del comercio con Oriente, como Venecia, se vieron de golpe sorprendidas y entraron en crisis. Los viejos valores del mundo -dinero, poder, prestigio- cambiaron, se relativizaron, incluso se han rechazado, a causa de la llegada del Reino.
¿Y ahora quién es el rico? Tal vez un hombre aparta una ingente suma de dinero; por la noche se produce una devaluación del cien por cien; por la mañana se levanta siendo «nada-teniente», aunque no lo sepa aún. Los pobres, por el contrario, están en ventaja con la venida del Reino de Dios, porque al no tener nada que perder están más dispuestos a acoger la novedad y no temen el cambio. Pueden invertir todo en la nueva moneda. Están más preparados para creer.
Se nos lleva a razonar de manera distinta. Creemos que los cambios que cuentan son aquellos visibles y sociales, no los que ocurren en la fe. ¿Pero quién tiene razón? Hemos conocido, en el siglo pasado, muchas revoluciones de este tipo; sin embargo también hemos visto qué fácilmente, después de algún tiempo, acaban por reproducir, con otros protagonistas, la misma situación de injusticia que pretendían eliminar.
Hay planos y aspectos de la realidad que no se perciben a simple vista, sino sólo con ayuda de una luz especial. Actualmente se disparan, con satélites artificiales, fotografías con rayos infrarrojos de regiones enteras de la tierra, ¡y qué distinto se ve el panorama con esta luz! El Evangelio, y en particular nuestra bienaventuranza de los pobres, nos da una imagen del mundo «con rayos infrarrojos». Permite captar lo que está por debajo, o más allá de la apariencia. Permite distinguir qué pasa y qué queda.
[Traducción del original italiano realizada por Marta Lago]
6 comentarios
Ser pobre no es resignarse, ser ignorante o vasallo del poder,para mi es llamada a buscar, esperar en El que siendo rico se hizo pobre por todos.
La humildad es la verdad /Sta. Teresa/.
Lo cierto es que hasta ahora no sabía que habías tratado el tema. Fue una comentarista de este blog, que supongo que habría leído tu interesante artículo, quien que habló de ello aquí.
Entiendo que tu análisis hace un poco de "trampa", porque, para presentar las bienaventuranzas como algo "aconfesional" prescinde de la última, que habla explícitamente de Cristo.
Por otro lado, la pobreza de la que habla la parábola sólo tiene sentido, creo yo, desde Cristo "que se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos con su riqueza". El propio Mahoma, por ejemplo, vivió muy confortablemente y una buena parte del Corán está dedicada al reparto de los bienes obtenidos de la guerra.
La bienaventuranza de los que sufren sólo la podía pronunciar el Siervo de Yahvé, que iba a morir en la Cruz y a resucitar después. Dios nos consuela uniéndonos a los sufrimientos de Cristo por la salvación del mundo. El Corán, si no recuerdo mal, es ajeno a la idea del sufrimiento redentor. Incluso cuando habla de la muerte de Jesucristo, afirma que su sufrimiento fue únicamente aparente, porque el elegido de Dios tiene que triunfar. Por otro lado, el hinduismo tiende a pensar que el sufrimiento es, en última instancia, pura apariencia y no tiene mayor importancia, en contradicción con el cristianismo, que se toma el sufrimiento muy en serio.
¿Qué sentido tendría hablar de "dichosos los mansos", si no fuera porqué hemos conocido al que dijo "Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón", que es el mismo "santo y feliz Jesucristo", del que habla aquel himno antiquísimo. No se trata de la mansedumbre del que hace como si la violencia no existiera o se resigna al destino, sino del que ama a sus enemigos.
Estoy de acuerdo contigo, creo, en que los no cristianos pueden apreciar las bienaventuranzas (y me alegro mucho de ello), pero más bien como algo que de alguna forma notan que es maravilloso, aunque sin terminar de creérselo del todo, como algo que "sería precioso que fuera verdad".
La diferencia con los cristianos es que nosotros hemos visto cumplidas las bienaventuranzas en el Hijo de Dios y, desde el bautismo y por pura misericordia de Dios, se nos va transformando a su imagen.
Un saludo cordial.
Tu comentario también contiene puntos muy interesantes y sobre los que merece la pena pensar con calma.
Nadie puede reconocer su "pobreza" y ser feliz (dichoso) sin a ver "gustado" de la riqueza de Cristo.
Bendita Cruz que hace vernos nuestra realidad de "pobreza" y nos hace aptos = humildes para aceptar la riqueza del Reino en Cristo.Paz y Bien
Las bienaventuranzas son la promesa de Cristo en el Reinado o Reino de Dios, son la bendición de los que sufren en el mundo por seguir sus mandatos, porque el Reino les compensará con creces.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.