Dentro de veinte años...
Al escribir el domingo un artículo sobre San Francisco Javier, patrono de las misiones, me acordé de una historia que me contó, hace tiempo, un novicio comboniano. Antes de relatarla, quiero decir que los Misioneros Combonianos siempre me han caído simpáticos, porque de niño estuve suscrito durante años a Aguiluchos, una revista misionera que publicaban y que, al menos en aquella época, era excelente. Por lo que sé, es muy probable que la historia sólo transmita la opinión de este novicio y de los protagonistas de la misma y no refleje en absoluto la forma habitual de actuar de estos Misioneros.
Según me decía este novicio, su congregación había fundado un dispensario médico en una aldea perdida de algún rincón de África. Por decisión propia, no hablaban nunca de Dios a los nativos, sino que se limitaban a prestar servicios médicos al que los necesitaba y a inculcar normas de higiene y sanitarias a los pacientes.
Al cabo de ¡veinte años! de actuar así, un día se acercó a los misioneros el jefe de la aldea, con algunos de sus consejeros, y les preguntó: y vosotros, ¿por qué estáis aquí? ¿Por qué habéis dejado vuestro país para venir aquí a ayudarnos? Esa pregunta les dio el pie que necesitaban para hablarle al jefe aquel del cristianismo y, poco a poco, ir transmitiendo valores evangélicos a aquella gente. El novicio me contaba esta historia como el ideal de toda evangelización.Creo que resulta curioso el contraste entre este “ideal” de evangelización para un novicio de una congregación misionera y la forma de proceder del Patrono de las Misiones. San Francisco Javier, como recordarán, en cuanto llegaba a un país nuevo buscaba quien le pudiera traducir a la lengua del lugar un par de oraciones y alguna frase sobre la fe católica, las apuntaba en un papel y se lanzaba a las calles a decir esas pocas palabras a los que encontraba. Quería transmitir, como fuese, balbuciendo como un niño si era necesario, lo más importante que tenía para esas personas.
Es propio de un corazón generoso regalar lo mejor que tiene. Los japoneses, malayos y otros paganos que veían a San Francisco Javier sacaban la impresión de que lo más importante para este santo era su fe en Jesucristo. La aceptaban o no, según la gracia de Dios y la libertad de cada uno, pero no podía caberles ninguna duda de lo que San Francisco Javier consideraba como su mayor tesoro. Es muy probable, creo yo, que los nativos de la aldea del relato sacaran también conclusiones lógicas muy diferentes de la conducta de aquellos misioneros que durante veinte años no habían hablado a nadie de Dios: estas personas son buenas y quieren lo mejor para nosotros. Por lo tanto, lo más importante es la salud y el bienestar físico, mientras que el cristianismo es la “guinda del pastel”, algo bueno, pero no urgente ni para todos.
Reconozco que pueden existir casos de una dificultad especial que aconsejen prudencia en la evangelización, por ejemplo en países en los que esté prohibido legalmente el anuncio del Evangelio. También puede haber congregaciones religiosas que estén dedicadas principalmente a las obras de caridad y no a la predicación. Y, por supuesto, evangelización directa y la realización concreta y real del amor por los demás deben ir siempre unidas, porque la primera no dará frutos sin la segunda. Sin embargo, la idea de que el modo ideal de evangelizar es no hablar explícitamente del evangelio sino sólo “dar ejemplo” es totalmente ajena a la Escritura y a la Tradición de la Iglesia. San Pablo recorrió todo el mundo conocido para predicar el Evangelio, sin pararse a descansar: ay de mí si no evangelizase.
A mi juicio, existen dos grandes razones para la desgana, tan extendida hoy en día, de anunciar explícitamente el Evangelio. En primer lugar, un cierto sentimiento de superioridad (mejor dicho, de soberbia) que, como una mala hierba, persiste a menudo en nosotros, los cristianos. En personas groseras, esta soberbia toma enseguida la forma de desprecio explícito hacia los demás y es fácil de descubrir. En personas con buena intención, sin embargo, la acción de la soberbia es más sutil. En general, ese sentimiento de superioridad se refleja en la idea de que debe ser su ejemplo y su compromiso lo que evangelice a los que no creen.
Me temo que esa actitud no es más que una forma oculta de anunciarse a uno mismo, de decir a los demás “mirad lo bueno que soy”, “aprended de mí, que soy solidario y comprometido”. En cambio, el que proclama el evangelio no se anuncia a sí mismo, sino a Jesucristo. Por eso, el testimonio que hemos de dar los cristianos es, ante todo, el de pecadores que han recibido el maravilloso regalo del amor de Dios, que han sido perdonados y transformados por su gracia. Me presenté a vosotros débil y temblando de miedo. Sin duda, hay muchos misioneros y cristianos en general que son santos “canonizables”, gracias a Dios, pero fiarse de la propia santidad y el propio compromiso para evangelizar sólo puede llevarnos a darnos de cabeza contra el muro de nuestra soberbia.
En segundo lugar, la desgana por la evangelización directa está causada, pienso yo, por la falta de firmeza de los propios cristianos en sus convicciones, por no decir falta de fe. A menudo, muchos cristianos no terminan de estar seguros de lo que predican y prefieren dedicarse a cosas que no haya duda de que son buenas, como alimentar, curar, hablar de la paz y de la convivencia, prescindiendo de anunciar la fe en el Hijo de Dios venido en la carne, muerto y resucitado para nuestra salvación.
Esta segunda causa se manifiesta en muchas otras cosas. Homilías en las que sólo se habla de lugares comunes como la solidaridad, ser buenos, la tolerancia, etc. pero nunca de la fe. Los intentos de justificar la existencia de la Iglesia por sus obras sociales como lo principal que la Iglesia aporta al mundo. La idea de que todas las religiones son equivalentes. Las teologías politizadas que sustituyen el Reino de Dios por algún tipo de acción política o por el bienestar material…
El anuncio explícito del Evangelio es siempre difícil. Así le sucedió a San Pablo en el Areópago de Atenas: en cuanto pasó de hablar de temas filosóficos, como la existencia de Dios en general, al anuncio de la fe cristiana en la resurrección, se rieron de él. De eso ya nos hablarás otro día. Lo mismo, que se rían de vez en cuando de nosotros por causa de Jesucristo, debería sucedernos a nosotros en nuestros trabajos, con nuestros amigos, al hablar con nuestros vecinos o con nuestros parientes. Lo único que puede impulsarnos a los cristianos a anunciar el Evangelio a los que no lo conocen, sin preocuparnos de burlas, respetos humanos o desprecios, es el entusiasmo que proviene de haber recibido el regalo inesperado e inmerecido de la gracia de Dios.
No podemos esperar a dentro de veinte años. La noche está avanzada, el día se echa encima. Dentro de veinte años, puede que la mitad de Hispanoamérica sea protestante, que sólo uno de cada diez niños españoles se bautice, que el Islam se haya extendido por toda África y Europa, que China pase del comunismo ateo al consumismo ateo o que unos mil millones de personas hayan muerto entretanto sin conocer a Jesucristo.
Id y anunciad el Evangelio a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Y “todas las naciones” significa China, Sudán y Albania, pero también nuestros compañeros de trabajo, nuestros vecinos, nuestros parientes, nuestros amigos y la señora con la que charlas un rato en el autobús. No hay tiempo que perder, la caridad de Cristo nos apremia.
27 comentarios
Hace poco tiempo que entro asiduamente a este blog, y quiero decirle que me parece excelente. Le felicito, pues une a la recta doctrina la capacidad argumentativa y expositiva para difundirla. Da gusto leer sus clarificadores artículos. Ánimo y adelante. Y muchas gracias.
No sé lo que ocurre en cada una de las misiones de los combonianos, pero lo que yo conozco es que anuncian el Evangelio allí donde se encuentran. Lo cual no va en contra de una ayuda solidaria. al contrario, no hacen más que testimoniar con su vida el Evngelio: "tuve hambre y me disteis de comer...".
Gracias y bienvenido al blog.
Inmaculada:
Gracias por tu comentario. En ningún caso he querido decir nada contra los misioneros combonianos. Por eso he empezado diciendo que me caían especialmente simpáticos. Para mí, desde pequeño, han sido siempre el paradigma de "misionero en África".
El relato reflejaba sólo la opinión bienintencionada pero errónea de este novicio que, por cierto y por lo que yo sé, nunca llegó a profesar (y, supongo, también de los que se encargaran de aquel dispensario en particular, si es que no era una historia inventada).
Sin embargo, es una idea de lo que es la evangelización bastante extendida y, por eso, he querido hablar de ella.
Como he dicho en el artículo, evangelización y expresiones concretas (solidarias, si quieres llamarlas así) del amor por esas personas son cosas inseparables por su misma naturaleza.
En cuanto a la soberbia, pienso que es el último pecado en morir y que está presente en todos los hombres`(yo el primero), en mayor o menor medida, excepto en los más santos de entre los santos.
Creía que todo esto quedaba claro en el artículo, pero, si te parece que no es así, quizá debería añadir algo para que quede más claro o eliminar la referencia a que el novicio era comboniano.
Un saludo.
Hace muy poco que entro aquí, nada cero minutos, cero segundos, y me voy a quedar pa siempre. ¿ Por qué ?, direís, pues porque me parece supercalifragilisticoespialidoso, así de claro y de sencillo. Los comentarios son de recta doctrina, con capacidad argumentativa y expositiva, ¿ qué más se puede pedir ?. Dar gracias a Dios, solo eso.
Sin embargo, la idea de que el modo ideal de evangelizar es no hablar explícitamente del evangelio sino sólo ?dar ejemplo? es totalmente ajena a la Escritura y a la Tradición de la Iglesia.
Algunos deberían escribir eso mil veces en la pizarra.
Y me ha parecido genial recordar que "es propio de un corazón generoso regalar lo mejor que tiene" y eso debiera ser la fe para los cristianos.
No tengo plata ni oro pero lo que tengo te lo doy, en nombre de Jesucristo echa a andar (Hch 3, 6)
me quedo con una frase para reflexionar, que pienso que todos los cristianos deberíamos llevar grabada en el corazón: "La (Fe) la aceptaban o no, según la gracia de Dios y la libertad de cada uno, pero no podía caberles ninguna duda de lo que San Francisco Javier consideraba como su mayor tesoro".
Pones el dedo en la llaga: a los cristianos debería notársenos en nuestra vida diaria que Cristo es la razón de nuestra vida y actividad. Y por desgracia, no se nos nota. Espero que esto no aumente tu vanidad, pero este blog es un verdadero manantial de la Palabra de Cristo en medio de los sumideros habituales (entrar en rumores de ángeles te pone de mala leche y te quita la fe). Que Dios te bendiga. Te ha dado el don de la palabra y debes repartirlo a los demás, como haces. Felicidades.
He entrado via Germinans, entrare siempre a partir de hoy.
Yo de pequeña también leía Aguiluchos.
Bienvenidos al blog.
Mª Pilar:
Me alegro de la coincidencia. Siempre me gustó mucho Agiluchos, aunque me gustaban más aún los antiguos que estaban en mi casa desde la época de mi padre o mis tíos. En esos números antiguos, en vez del extraterrestre Flip, el héroe de los tebeos era Humonegro (pero como era un negrito, supongo que terminó por parecerles que no era políticamente correcto).
Me encantaban también las historias de misioneros y las vidas de santos que contaban. Se me quedaron grabados especialmente Mons. Comboni y Sor Josefina Bakhita. Una buena revista para niños puede hacer mucho bien.
Vaya, qué casualidad. Los dos hablando casi a la vez de Santa Josefina Bakhita. Yo conocí su vida hace muchos años, precisamente a través de la revista de los Combonianos de la que hablaba antes (así que aprovecho para decir otra vez que no hablaba de los Combonianos en general, sino sólo del que me contó la historia y los que participaran en ella).
Estoy de acuerdo contigo en que es un ejemplo clarísimo de dónde está lo más importante que podemos regalar al que lo necesita: la fe, la esperanza, la caridad de Cristo.
Menuda coincidencia, sí. Cosas del gran Paron.
estoy de acuerdo con lo que dices pero cuando al final te refieres a "nuestros compañeros de trabajo, nuestros vecinos..." creo que la forma más adecuada de anunciar el evangelio es mediante el ejemplo y, cuando la ocasión lo requiera o lo permita, mediante el diálogo. Vivimos en una sociedad de raíces cristianas
y la "teoría" del cristianismo (por llamarlo de alguna manera) se la sabe prácticamente toda la gente, aunque luego lo hayan abandonado.
A alguien que voluntariamente ha abandonado el cristianismo no puedes "evangelizarlo" lo mismo que a alguien que nunca ha oído hablar. Tienes que discutir con él sobre las ideas falsas, prejuicios, leyendas negras, etc. que hacen que alguna gente rechace todo lo que tiene que ver con la Iglesia. Hay mucha propaganda anti-católica funcionando, como podemos ver todos los días (Messori la atribuye a los masones).
Y hay que mostrarles que la fe no es algo irracional. Sobre esto ya discutimos anteriorme...
Es verdad que en general nos falta cultura religiosa, sobre todo si comparamos con los protestantes. Por poner un ejemplo, hace meses estaba tomando unas tapas y salió en la conversación algo que tenía que ver con la religión. Una persona dijo que en el Vaticano venden bulas que perdonan los pecados. Yo no me lo creí, me pareció absurda la idea, pero tampoco tenía argumentos para negarlo. Así que tuve que callarme. Poco después busqué y me bajé el libro de Messori "Leyendas negras de la Iglesia", que recomiendo a todos.
También tenemos que mostrar con nuestra vida (se hace lo que se puede) que somos cristianos. Así los otros verán que para nosotros el cristianismo no es un cuento y quizás cambien ellos mismos de opinión. Y por último, lo más importante: rezar por ellos, porque quien da la fe es Dios.
Estoy de acuerdo en casi todo lo que dices.
El anuncio explícito del evangelio se hace de una forma distinta para cada persona (igual que San Pablo hablaba de una forma en el areópago de Atenas y de otra ante los judíos). Sin duda, en muchos casos hay que empezar despejando malentendidos y prejuicios que mucha gente tiene en esta Europa que ha dejado de ser cristiana. Precisamente por eso, mi experiencia es que, en muchísimos casos, la gente normal en España se sorprende cuando escucha lo que es realmente el cristianismo, porque tienen el prejuicio de que no es más que un montón de normas sin sentido que te amargan la vida.
De nuevo quiero decir que es esencial que un cristiano lo sea de verdad para que pueda anunciar a otros el evangelio. Pero eso no significa que podamos prescindir de hablar explícitamente de Dios, "a tiempo y a destiempo", a los que no lo conocen.
Ese, precisamente, es el que más necesita evangelización, porque su alma corre más riesgo. Y sí, sí que se puede. Tu razonamiento, Juan Antonio (que es el que nos hacemos todos los católicos) es sencillamente cobardía y auto-exculpación. Sí, impone, y temes las risas o que te miren como un pirado. Yo lo he experimentado, y por eso lo sé: se puede hacer, se debe hacer, y es maravilloso. Y te sorprendería ver como las personas no se ríen en absoluto, y respetan, y escuchan, a aquel que es coherente y está convencido de lo que predica. ¿Nosotros lo estamos? A ver si va a ser ese el problema...
1) En ningún momento he hablado de quién necesita más evangelización. Estoy de acuerdo en que la necesita más quien apostata.
2) Me parece obvio que no te puedes dirigir de la misma manera a una persona que está intentando "desbautizarse" que a un inmigrante musulmán, por ejemplo.
3) No se trata de cobardía y auto-exculpación sino de efectividad y de tener mano izquierda. Creo que para acercarse a alguien que no quiere ni oír hablar de la Iglesia, lo primero es anular ése rechazo. Pero tampoco soy psicólogo. Si a ti te funciona una aproximación más directa, pues estupendo, no puedo decir otra cosa.
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