Llamados a ser magnánimos
Desde su elección, el Papa Francisco ha hablado varias veces de la magnanimidad. A mí, en particular, me ha causado una gran alegría que lo haga, porque la magnanimidad de los santos es una de las cosas que me resultan más atractivas de la historia de la Iglesia.
La mayoría de los cristianos sabemos que debemos ser humildes, incluso los que no tenemos mucho éxito en ese empeño. ¿Quién no desearía poseer la santa humildad de Cristo? Mucha menos conocida para la mayoría, sin embargo, es la virtud de la magnanimidad, hasta el punto de que no solo no la practicamos, sino que ni siquiera la deseamos. Y esta virtud, esta joya como decía Santo Tomás, nos es particularmente necesaria, porque sin ella corremos el riesgo de convertir la humildad en pusilanimidad o mezquindad.