La única Iglesia que ilumina es la que arde
Todos los lectores conocerán ya, supongo, la noticia de que varias organizaciones proabortistas han estado repartiendo unas cajas de cerillas con la imagen de una iglesia católica ardiendo y el lema: la única iglesia que ilumina es la que arde. Como es lógico, la inmensa mayoría de las reacciones ante esta barbaridad han sido de rechazo, incluso pidiendo legítimamente que se tomen acciones legales contra ella.
Entiendo perfectamente esta actitud y, de hecho, la comparto, pero mi reacción instintiva al conocer la noticia fue algo distinta. Lo primero que me vino a la cabeza al oír esta frase fue: “totalmente de acuerdo”. Aunque yo escribiría la frase con una mayúscula más. No tanto la única iglesia que ilumina es la que arde, sino la única Iglesia que ilumina es la que arde. Es la Iglesia entera la que está llamada a arder y a consumirse en amor a Cristo y en preocupación por la evangelización de todos los hombres.
El mayor problema que tiene la Iglesia hoy, a mi juicio, es precisamente que no arde, que la mayoría de sus miembros vivimos en una tibieza permanente. Unos cristianos aburguesados, bien acomodados en su sillón no atraen ni entusiasman a nadie.