InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Liturgia

15.12.08

¿Quién eres tú?

Todos sabemos que, en el Adviento, la Iglesia prepara el nacimiento de Cristo en Belén, la Navidad. Sin embargo, muchas veces pasa desapercibido el hecho de que, durante las dos primeras semanas de Adviento, hasta mañana día 16 de diciembre, la liturgia, las lecturas y las oraciones se centran en la espera de la segunda venida de Cristo en la majestad de su gloria: su venida al final de los tiempos, como Rey y como Señor. A esa venida nos referimos cuando, en la Misa, decimos: Ven, Señor Jesús. O, en el arameo de los Apóstoles: Marana tha.

En la gloria de Cristo estaba pensando estos últimos días, mientras escribía el soneto que les presento hoy. Eso sí, lo hacía desde una perspectiva poco habitual, porque pensar en la gloria del Señor me lleva inmediatamente a pensar en su pasión. El hecho de ver la gloria de Jesucristo en la cruz no es una rareza mía, sino que es algo que pertenece a la tradición de la Iglesia. El arte románico, por ejemplo, presentaba a Cristo, en los crucifijos de la época, con corona y vestiduras reales, reinando desde la Cruz y bendiciendo al mundo desde ella.

En el sufrimiento del Señor, en la ocultación total de su gloria en la Cruz, es cuando más claramente se me manifiesta su divinidad. Es el amor gratuito al enemigo el que me muestra que Cristo es imagen de Dios invisible, que es verdaderamente el Hijo de Dios. Él es el único que ha cumplido el Sermón del Monte, que ha amado a sus enemigos hasta dar la vida por ellos, que ha muerto bendiciendo, diciendo bien de los que le mataban, intercediendo por ellos ante el Padre. De eso habla el soneto de hoy.

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3.12.08

Necesitamos el rocío del cielo

Quiero dedicar este artículo a un antiguo himno latino de adviento, basado en el profeta Isaías, que es verdaderamente maravilloso, el Rorate Coeli. Todo aquel que tenga algo de poesía en su alma quedará sobrecogido al leerlo. Puede usarse además como una magnífica oración para repetir todos los días en este tiempo de Adviento.

Animo a los lectores a ir leyéndolo despacio, quizá en voz alta, imaginando lo que cuenta: la situación de sufrimiento del que lo canta, que compara con la destrucción de Jerusalén, arrasada por sus enemigos, de manera que donde un día se cantaba la gloria de Dios hoy no se escucha más que un silencio de muerte. Es el pecado el que nos ha apartado de Dios, nos ha hecho insustanciales como hojas caídas que lleva el viento, nos ha encadenado con nuestra propia maldad y nos oculta el rostro del Señor, de manera que no hay ninguna luz que alivie nuestra oscuridad.

En esa situación angustiosa, que parece que no tiene salida y de la que uno mismo no puede salir, el cristiano se acuerda de la promesa de Dios o, mejor, del Prometido por Dios, del salvador que Dios anunció desde antiguo. El cantor grita, como los esclavos hebreos en Egipto, para que Dios venga a romper nuestras cadenas que no nos dejan vivir y a consolarnos en nuestra aflicción de muerte. La sequía abrasadora de nuestra vida necesita el Rocío del cielo, el Justo que tiene que venir de Dios.

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1.12.08

Son más listos que nosotros

Faltan cuatro semanas para Navidad, pero hace más de un mes que están listos los adornos y luces navideñas del centro comercial cercano a mi casa. Cada año, esos preparativos se realizan antes y duran más tiempo. La razón es evidente: los vendedores han observado que sus ingresos suben mucho cuando el ambiente es “navideño” y hay luces por las calles. Basta ver cómo los centros comerciales están a rebosar estos días.

Pensar en estas cosas, me ha hecho recordar las palabras de Cristo: “los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz. Es una frase algo enigmática, que siempre sorprende al leerla.

Los grandes centros comerciales son, creo yo, un buen ejemplo de “hijos de este mundo”, en el sentido de que sus objetivos y sus criterios no son los de Dios. No se trata, en principio, de un término acusador, sino esencialmente descriptivo, los hijos de este mundo (o de las tinieblas, como los llama San Pablo) son aquellos que no han recibido la luz de Cristo. No saben lo que de verdad es valioso, no han conocido lo único que merece la pena conocer en este mundo, que es a Cristo encarnado, muerto y resucitado por nosotros.

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25.11.08

Cristo Rey y el cine

Al hilo de lo que celebramos esta semana, he recogido estos breves párrafos del P. Raniero Cantalamessa, Predicador Pontificio, sobre Cristo Rey.

Me ha parecido una forma muy original de enfocar el tema de Cristo Rey, a través de una manifestación de cómo comprende el mundo de hoy ese misterio: el cine y las películas sobre la vida de Cristo.

Al hacerlo, ha mostrado claramente la facilidad que tenemos hoy para contemplar la humanidad y la humildad de Cristo… y la dificultad que encontramos en reconocerle como Señor del mundo, de la Historia y de nuestras vidas.

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Le veréis venir entre las nubes del cielo…

En el Evangelio de este domingo, Pilato pregunta a Jesús: «¿Eres tú el Rey de los judíos?», y Jesús responde: «Sí, como dices, soy Rey». Poco antes, Caifás le había dirigido la misma pregunta de otra forma: «¿Eres tú el Hijo de Dios bendito?», y también esta vez Jesús respondió afirmativamente: «Sí, yo soy». Es más: según el Evangelio de Marcos, Jesús reforzó esta respuesta, citando y aplicándose aquello que el profeta Daniel había dicho del Hijo del hombre que viene entre las nubes del cielo y recibe el reino que nunca pasará (primera lectura). Una visión grandiosa en la que Cristo aparece dentro de la historia y por encima de ella, temporal y eterno.

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22.11.08

Teocentrismo absoluto

Al contar en el último artículo que había participado por primera vez en la Misa según la forma extraordinaria del rito romano, un lector, Luis, escribió estas bellas líneas sobre la liturgia tradicional.

Me ha encantado leer los sentimientos de un “enamorado” de la liturgia tradicional. También me ha entristecido un poco ver que la mayoría de las cosas que cuenta Luis están o deberían estar presentes en la forma ordinaria de la liturgia, pero estamos acostumbrados a que ésta se celebre mal, a que no se dé importancia a la liturgia, a que algunos sacerdotes conviertan la Misa en un largo sermón, a que no se utilice nunca la Plegaria Eucarística I (que es el Canon romano e incluye todas las oraciones que ha mencionado Luis).

Estoy convencido de que la liberalización del rito extraordinario, como dice el Papa, contribuirá a que todos los sacerdotes y fieles demos más importancia a cuidar la liturgia, también en el rito ordinario, a vivirla como lo que es, el centro y culmen de la vida cristiana.

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