InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Liturgia

24.11.16

La verdadera fiesta de Acción de Gracias

Los norteamericanos celebran hoy su Día de Acción de Gracias, una de las principales fiestas del país, que junto con Todos los Santos y Navidad, configura todo el calendario de la última parte del año. Es una festividad entrañable, en la que las familias suelen reunirse, se preparan buenas comilonas con platos que nadie prepara durante el resto del año, se tienen las peleas y discusiones propias de estas reuniones, muchos regalan pavos de peluche a los niños o ponen enormes pavos inflables en el jardín y todo el mundo se felicita y se divierte.

Como sabrán los lectores, la festividad recuerda a los puritanos del Mayflower, que se habían establecido en Massachusetts huyendo de la persecución de otros protestantes (anglicanos) en Inglaterra. Estos puritanos, que en Estados Unidos se conocen como los pilgrim fathers, los padres peregrinos, pasaron muchas penalidades. Cuando por fin recogieron su primera cosecha en 1621, se reunieron, acompañados por los indios del lugar, para comer los frutos y dar gracias a Dios por ellos.

Por supuesto, como ha sucedido con tantas otras fiestas, Acción de Gracias está secularizándose a pasos agigantados. La bonita costumbre de dar gracias a Dios en familia antes de la comida por las gracias regaladas durante el año, se está sustituyendo cada vez más por la extraña práctica de decir cosas por las que uno está agradecido, así en general, omitiendo a quién se le agradece todo eso, como si tuviera algún sentido dar gracias sin dárselas a nadie. Cuando veo escenas como esa en la televisión, siempre me da la impresión de estar contemplando a alguien que, en medio de una calle desierta y gris, rodeada por rascacielos y azotada por el gélido viento neoyorquino otoñal, dice hablando solo y mirando al vacío: “¡Muchas gracias, señor! Muy amable por su parte. Se lo agradezco de verdad”.

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21.11.16

Monseñor Agrelo y la transustanciación

Confieso que Mons. Santiago Agrelo, franciscano y arzobispo de Tánger, me cae simpático. A fin de cuentas, es un obispo de tierra de infieles, en pleno norte de África musulmán, y, como tal, heredero de los protomártires franciscanos que predicaron en la Sevilla islámica y fueron martirizados en Marruecos en 1220, de San Daniel y compañeros mártires, que murieron en Ceuta en 1227, de San Juan de Perusa y San Pedro de Saxoferrato, martirizados en Valencia, de los mártires franciscanos de Túnez, Granada, Damasco, Etiopía, Turquía y tantos otros. Esa imagen de un pobre franciscano enviado por la Iglesia a predicar a Cristo ante los musulmanes, como el propio San Francisco, despierta inevitablemente mi simpatía.

Además de eso, estoy convencido de que Mons. Agrelo hace personalmente todo lo posible por cuidar de los pobres que llegan al norte de África con la esperanza de encontrar un futuro mejor en Europa. Dios se lo pagará, sin duda. Es cierto que a menudo exagera en lo que dice sobre esos temas de forma un tanto demagógica y que sería mejor que no fuera así, pero puestos a equivocarnos, siempre será mejor hacerlo del lado de los pobres y abandonados por todos.

A pesar de esa simpatía general, no suelo leer lo que escribe D. Santiago, porque por experiencia sé que tiende a apartarse de la fe de la Iglesia y, como católico, eso me resulta profundamente desagradable. Hace un par de días, sin embargo, me enviaron esta curiosa conversación que Mons. Agrelo tuvo en Facebook y me pidieron que la comentara en el blog:

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3.11.16

La “realidad indiscutible” de que los protestantes conocen mejor la Escritura

En el último artículo, un lector, Feri del Carpio, escribió un comentario que me resultó muy interesante y que me gustaría analizar hoy:

“la realidad indiscutible, al menos en América Latina, es que un protestante promedio tiene mucho más conocimiento, amor y reverencia por la Sagrada Escritura que un católico promedio

Creo que entiendo lo que dice Feri y, en buena parte, lo comparto, pero no puedo evitarlo: cuando oigo que algo es indiscutible empiezan a sonarme las alarmas, porque a menudo los errores de cada época se disfrazan de algo que no se puede discutir. Por eso nadie los corrige.

En este caso, a mi entender, esa “realidad indiscutible” es bastante discutible.

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28.10.16

Una anécdota sobre San Judas

Hoy se celebra la festividad de San Simón y San Judas, apóstoles. Se les conmemora el mismo día porque murieron juntos como mártires, en la lejana Persia. Las tradiciones cuentan que, cuando iban a ser ejecutados, Judas dijo a Simón que estaba viendo al Señor que los llamaba para que fueran al cielo. A San Simón se lo suele representar con una sierra, porque lo cortaron en dos, mientras que a San Judas Tadeo le cortaron la cabeza o lo mataron a golpes, según las tradiciones, de modo que se le representa con un hacha o con un garrote, además del libro o rollo referente a la carta de San Judas de la Biblia.  Sus reliquias se encuentran actualmente en la Basílica de San Pedro, en el Vaticano.

Creo que es un buen día para a recordar una pequeña anécdota personal sobre San Judas.

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1.09.16

Destructora de todas las herejías

Montefalco San Francesco - Madonna del soccorso

De Maria nunquam satis, decía San Bernardo. Sobre nuestra Señora, todo lo que se diga es poco. Así lo ha entendido siempre la Iglesia, que ha multiplicado hasta el infinito los títulos, elogios o piropos a la Virgen: Trono de la Sabiduría, Causa de nuestra alegría, Nueva Eva, Hija de Sión, Doncella de Israel, Reina de los Ángeles, Rosa de Jericó, Llave del Paraíso, Panhagia, Abogada nuestra, Turris eburnea, Foederis Arca, Medianera de todas las gracias, Madre de la Iglesia, Reina y Señora de cielos y tierra, Theotokos, Speculum iustitiae, Stella maris…

No podría decir cuál de todos esos títulos de Nuestra Señora me gusta más, pero hoy voy a hablar de uno que siempre me ha parecido delicioso por lo políticamente incorrecto, el de Destructora de todas las herejías. Como dice el oficio parvo de la Virgen, Gaude Maria virgo, cunctas haereses sola interemisti in universo mundo. Es decir, alégrate, Virgen María, tú que eres la única que has destruido todas las herejías del mundo.

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