Ave, nueva Eva
En los últimos días, el P. Juan Masiá ha escrito una serie de artículos titulados Eva y Ave, en torno a la Virgen María, a su virginidad, su Inmaculada Concepción y otros temas relacionados. Aunque algunos puntos de estos artículos me han resultado interesantes, estoy en desacuerdo con muchos otros. Sería muy largo discutir con detalle todos los temas que toca el P. Masiá, así que me voy a limitar a uno de ellos: la virginidad perpetua de María.
Afirma el P. Masiá que la Virginidad perpetua de María, es decir, antes, durante y después del parto hasta su muerte no es doctrina enseñada por la Iglesia y que, por lo tanto, no es algo que tengan que creer los cristianos:
Para más inri, la tradición inculcó la triple expresión “virgen antes del parto, en el parto y después del parto” (La iglesia y la teología nunca se comprometieron con la segunda y tercera parte –in partu, post partum- de esta afirmación […])
Me voy a limitar a ofrecer tres sencillos ejemplos (podrían darse muchos más) de documentos eclesiales de primera magnitud (algunos de ellos de carácter dogmático) que recogen la doctrina católica sobre este asunto. En primer lugar, el Tercer Concilio de Letrán (a. 649):
“Si alguno no reconoce, siguiendo a los Santos Padres, que la Santa Madre de Dios y siempre virgen e inmaculada María, en la plenitud del tiempo y sin cooperación viril, concibió del Espíritu Santo al Verbo de Dios, que antes de todos los tiempos fue engendrado por Dios Padre, y que, sin pérdida de su integridad, le dio a luz, conservando indisoluble su virginidad después del parto, sea anatema”
También el Papa Pablo IV, en 1555, contra la herejía de los socianos afirmó solemnemente:
“María permaneció siempre en la integridad de su virginidad, a saber, antes del parto, en el parto y después del parto, por obra de Dios omnipotente".
Y, para que no parezca que esta doctrina es algo de tiempos pasados y ya olvidados, veamos lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica (citando, entre otros textos, al Concilio Vaticano II):
499 La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María (cf. DS 427) incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre (cf. DS 291; 294; 442; 503; 571; 1880). En efecto, el nacimiento de Cristo “lejos de disminuir consagró la integridad virginal” de su madre (LG 57). La liturgia de la Iglesia celebra a María como la “Aeiparthenos", la “siempre-virgen” (cf. LG 52).
La Tradición de la Iglesia está cuajada de alusiones a esta doctrina. Multitud de Padres de la Iglesia la han defendido: Orígenes, Clemente de Alejandría, Zenón de Verona, Epifanio, Atanasio, Ambrosio, Jerónimo, Cirilo de Alejandría, León I, Ildefonso… Para no sobrecargar de citas a los lectores, sólo vamos a recoger aquí las palabras con las que San Jerónimo habla de este misterio, utilizando diversas imágenes bíblicas:
“Cristo es virgen, y la madre del virgen es virgen también para siempre; es virgen y madre. Aunque las puertas estaban cerradas, Jesús entró en el interior; en el sepulcro que fue María, nuevo, tallado en la más dura roca, donde no se había depositado a nadie ni antes ni después… Ella es la puerta oriental de la que habla Ezequiel, siempre cerrada y llena de luz, que, cerrada, hace salir de sí al Santo de los santos; por la cual el Sol de justicia entra y sale. Que ellos me digan cómo entró Jesús (en el cenáculo) estando las puertas cerradas… y yo les diré cómo María es, al mismo tiempo, virgen y madre: virgen después del parto y madre antes del matrimonio”
Como un signo gráfico de esta Tradición eclesial, podemos fijarnos en cualquier icono oriental que represente a la Virgen (o, por ejemplo, en un cuadro de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro). En ellos, la Virgen aparece representada con una estrella en la frente, otra en el hombro izquierdo y una tercera en el derecho. Estas estrellas, en la simbología del arte cristiano, recuerdan la virginidad de María antes, durante y después del parto.
Un aspecto muy positivo de los artículos del P. Masiá es considerar todos estos temas desde la relación entre la Virgen María y Eva, la primera mujer. Eva tiene ese nombre, según la etimología bíblica, por ser madre de todos los vivientes. Ella transmite la vida terrena a todos sus descendientes. Una vida que, por obra del pecado original, es muy limitada, dañada por el sufrimiento y destinada a la muerte.
María, sin embargo, es la nueva Eva, la Madre de los renacidos por obra del Espíritu. No es ya la vida natural lo que recibe su descendencia, sino la Vida verdadera que no tiene fin. Esta vida es un don gratuito de Dios, no la recibimos por nuestro propio esfuerzo. Por eso María permanece Virgen, como signo perpetuo de que la Vida la da Dios. Como dice San Juan, los cristianos no hemos nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios.
La Madre de Dios permanece siempre virgen, además, como expresión de su dedicación total y completa a Dios y a su hijo Jesús. Como decía Juan Pablo II en sus : la elección del estado virginal está motivada por la plena adhesión a Cristo. Esto es particularmente evidente en María. Aunque antes de la Anunciación no era consciente de ella, el Espíritu Santo le inspira su consagración virginal con vistas a Cristo: permanece virgen para acoger con todo su ser al Mesías Salvador.
La Virginidad perpetua de Nuestra Señora es para nosotros un signo indeleble, puesto ante nuestros ojos como una bandera, de que la vida que buscamos sólo se puede encontrar en Dios y en su Hijo Jesucristo. En ella podemos vislumbrar ya la gloria del cielo, donde ni ellos se casan ni ellas serán dadas en matrimonio, sino que serán como los ángeles de Dios.
Ave, nueva Eva, siempre virgen, Madre de todos los cristianos, Templo del Espíritu, Arca de la Nueva Alianza, figura de la Jerusalén del Cielo.
17 comentarios
Son excelentes, no se hacen pesadas al ser muy cortitas y estoy convencido de que les gustarán.
Al margen de las acertadas citas de Bruno, repugna a la razón que Nuestra Señora, después de tener en su vientre al Niño-Dios, se dedicara a cuestiones relacionadas con el sexo.
En el diálogo con Masiá empleas el argumento de la tradición cristiana expresada en los concilios y su plasmación en el arte. Muy bien, el asunto esta claro. Pero ¿crees que ese argumento es válido para Masiá? Para aceptarlo es necesario aceptar la Tradición (con mayúsculas) de la Iglesia. Hace falta aceptar el valor normativo de los concilios. Pero cuando lo único que aceptas es una reconstrucción de la fe original que tú mismo haces automáticamente rechazas la autoridad de la Tradición.
A lo que se oponen los protestantes es a la Inmaculada Concepción de María.
Creo que todas o casi todas las Iglesias protestantes aceptan la virginidad de María. Eso nos lo puede aclarar Luis Fernando si son todas o casi todas.
En efecto, los protestantes rechazan la Inmaculada Concepción de la Virgen. La mayoría (a excepción de los llamados "protestanes liberales") suele aceptar la virginidad de Nuestra Señora antes del parto (es decir, la concepción virginal de Cristo).
Lo que no aceptan los protestantes (y a eso se refiere, creo yo, Dámaso) es la virginidad de María después del parto. Por eso suelen hablar de los "hermanos de Jesús" como de hermanos literales, hijos de María (en lugar de parientes cercanos, probablemente primos).
La Virginidad perpetua de Nuestra señora, aunque con raíces bíblicas, sólo está explicitada en la Tradición y en el Magisterio de la Iglesia. Por eso, quien no acepta Tradición y Magisterio, no suele aceptar tampoco esta doctrina.
Un saludo.
El propio P. Masiá ha mencionado en los comentarios (y yo coincido con él en eso) que la forma de comprender el magisterio es la raíz de nuestro desacuerdo.
También ha dicho que escribirá unos artículos sobre cómo entiende él el magisterio de la Iglesia.
Creo que va a ser muy interesante.
el articulo es de una claridad meridiana y la catequesiss posterior esclarecedora.
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