27.07.20

23.07.20

Las bulas de la Santa Cruzada y la abstinencia

Vivimos entre las ruinas de antiguas moradas de gigantes y no nos damos cuenta. Hemos olvidado nuestra historia y lo poco que nos queda, en general, son anécdotas retorcidas en descrédito de nuestros antepasados y a mayor gloria del más que mejorable presente. Este olvido se manifiesta en múltiples aspectos de nuestra vida, desde los fundamentales (vivimos, ay, en una era de apostasía) hasta los detalles cotidianos más sencillos.

Estos días pasados hablábamos en el blog de uno de esos detalles de la vida cristiana que muchos desconocen: el hecho de que los viernes son días de penitencia para la Iglesia y, como consecuencia, la obligación que tienen los católicos de guardar la abstinencia de carne todos los viernes del año (si bien, en el caso de España, por mandato de la Conferencia Episcopal, puede sustituirse esa abstinencia por otros sacrificios o limosnas). Más allá del incumplimiento de la norma, resulta curioso este desconocimiento generalizado en España de la propia norma de la abstinencia de los viernes, que señalaron varios comentaristas.

En ese sentido, aparte de lo que dijeron los comentaristas sobre el tema, me llamó especialmente la atención lo que no dijeron. En sus observaciones brillaba por su ausencia una de las raíces más claras del olvido de la abstinencia en España. Especialmente si tenemos en cuenta que este olvido no afecta tanto a otros países, donde el recuerdo de la abstinencia de los viernes (al margen de su cumplimiento o incumplimiento) permanece mucho más vivo. Por ejemplo, en Inglaterra los obispos decidieron recientemente eliminar la posibilidad de cambiar la abstinencia de los viernes por otros sacrificios o limosnas. ¿Por qué, en esto, Spain is different? Para entenderlo, tenemos que remontarnos un poquito, apenas un milenio hasta el origen de las bulas de la Santa Cruzada.

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17.07.20

13.07.20

Somos mucho peores de lo que creen

Hace un par de semanas, uno de los ateos residentes en InfoCatólica pasó por Espada de doble filo para dirigirnos un cariñoso saludo a los católicos blogueros, lectores y comentaristas: “¿quién va a querer parecerse a ustedes?”. Por si no quedaba claro, lo aderezó con la simpática idea de que “para que la buena gente haga cosas malas hace falta la religión”.

Confieso que no pude evitar sonreír. Lo cierto es que, por muy enfadados que estén, y parecen estarlo habitualmente, los ateos me resultan siempre tiernos y entrañables. Hay un algo de ingenuidad en sus protestas e infructuosos intentos de cinismo que reconforta el corazón como un cuento de Navidad.

Una de las ideas más tiernas e ingenuas que parecen tener, y lo digo sin ironía alguna, es la de que los cristianos somos muy malos. En consecuencia, no se cansan de señalar esa maldad que detectan en nosotros, con la satisfacción del que ha encontrado un argumento irrefutable contra sus adversarios. ¡Criaturitas! La realidad, la terrible y casi insoportable realidad, es que somos muchísimo peores de lo que creen. Incomparablemente peores. Casi me atrevería a decir que infinitamente peores.

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11.07.20