11.02.08

10.02.08

Para empezar bien la Cuaresma

En mi opinión, la mejor manera de empezar cristianamente cualquier etapa de la vida es con la bendición de Dios. No es extraño que, en los momentos más importantes de nuestra vida, los cristianos recibamos siempre esa bendición: poco después de nacer, con el Bautismo, en el día de nuestra boda, al recibir el sacramento del Matrimonio, o, cuando vamos a morir, con la Unción de Enfermos.

La bendición es, en cierto modo, un regalo de gracia divina, porque la Palabra de Dios tiene poder para cumplir lo que dice, para transformarnos según lo que Dios quiere para nosotros. Por eso mismo, si, al empezar algo, Dios “dice bien” de nosotros, eso que afirma se cumplirá en nuestra vida, a poco que dejemos actuar a Dios en nosotros.

Creo que también es una buena idea que empecemos esta Cuaresma con la bendición de Dios. Les ofrezco, para que puedan leerla y meditarla, la preciosa bendición solemne que la Iglesia propone para Cuaresma.

Quizá la hayan recibido ya en la Eucaristía de hoy, primer Domingo de Cuaresma, o en la del Miércoles de Ceniza. O quizá no, porque, por desgracia, muchos sacerdotes se dejan llevar por la rutina y, simplemente por ahorrarse el esfuerzo de buscar la página de esta bendición, que está en un lugar aparte en el Misal, prefieren usar la bendición estándar de todos los días. No se dan cuenta, quizá, de que privan a los fieles de disfrutar de los tesoros de la liturgia de la Iglesia, que son una herramienta poderosa para ayudar a entrar en el espíritu cuaresmal.

Fíjense en como, en unas pocas palabras, se abre ante nosotros una visión profunda y verdaderamente cristiana de lo que es la Cuaresma. Empieza con las palabras, “Dios, Padre misericordioso”, porque este es un tiempo en el que se nota especialmente la misericordia de Dios para con nosotros, los pecadores. Dios, como el padre del hijo pródigo, está deseando regalarnos el gozo de volver a la casa paterna.

No se pierdan tampoco el ejemplo a seguir que nos ofrece: “Cristo, modelo de oración y de vida”. ¡Ahí es nada! No se trata de que en esta Cuaresma seamos un poquito más buenos o nos comprometamos más o seamos algo más virtuosos, se trata de que, el “camino de la Cuaresma”, mediante una “auténtica conversión del corazón”, nos lleve a transformarnos totalmente a imagen de Jesucristo, para que vivamos como lo que somos, hijos de Dios en el Hijo.

Para esta estupenda aventura, necesitamos el Espíritu Santo, “Espíritu de sabiduría y fortaleza”, porque no hay que engañarse: la Cuaresma es un tiempo de “lucha contra el maligno”. No es fácil. A nadie le apetece convertirse, cambiar de vida. Lo que nos apetece es seguir cómodamente sentaditos en nuestro sillón y seguir viviendo aburguesados, como los paganos. Sin embargo, si no combatimos junto a Cristo en esta lucha por conseguir que Dios reine en nuestra vida, no tendremos derecho a participar en la “victoria pascual”.

Espero que les guste y que se cumpla en todos nosotros lo que dice.

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Dios, Padre misericordioso,
os conceda a todos vosotros, como al hijo pródigo,
el gozo de volver a la casa paterna.

T. Amén.

Cristo, modelo de oración y de vida,
os guíe a la auténtica conversión del corazón,
a través del camino de la Cuaresma.

T. Amén.

El Espíritu de sabiduría y de fortaleza
os sostenga en la lucha contra el maligno,
para que podáis celebrar con Cristo la victoria pascual.

T. Amén.

Y la bendición de Dios todopoderoso,
Padre, Hijo y Espíritu Santo,
descienda sobre vosotros.

T. Amén.

8.02.08

Familia en misión en Filipinas

Una lectora me ha enviado su testimonio de familia en misión, en una zona muy pobre de Filipinas. Creo que les llamará la atención que, en este caso, no son los padres de la familia los que cuentan su experiencia, sino una de las hijas, Ana.

Me ha gustado especialmente de este testimonio algo que, desde un punto de vista humano, parecería un fracaso: debido a una enfermedad muy grave de varios de los miembros de la familia, tuvieron que volverse a España después de sólo cuatro meses de misión en Filipinas.

Quien envía y quien hace los planes de las familias en misión y de todos los misioneros es Dios. Puede tener planeada para ellos toda una vida en la misión o sólo cuatro meses, eso depende de él. Lo importante es ponerse en manos de Dios y poder decirle, como esta familia en misión: lo que tú quieras, como tú quieras, cuando tú quieras.

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7.02.08

Jesus, el chocolate y la Cuaresma

Una amable lectora francesa, afincada en Alemania, me envía un breve texto sobre la Cuaresma del P. Combeau, un joven dominico francés, que les traduzco a continuación, de forma bastante libre.

Lo que me ha llamado la atención del texto es que subraya algo que a mí personalmente siempre me gusta: ir a lo esencial.

Supongo que es evidente que no pretende afirmar que el ayuno o las privaciones voluntarias sean algo malo, todo lo contrario. Lo que sí dice es que las prácticas cuaresmales no son un fin en sí mismas, sino que están subordinadas al verdadero fin de la Cuaresma: convertirse, volver el corazón a Cristo.

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6.02.08

Es hora de volver

Al comenzar la Cuaresma, siempre me acuerdo del Libro de Nehemías. Mejor dicho, me acuerdo de una escena de ese libro que, a mi juicio, es de las más bellas de toda la Biblia.

Tras los 70 años de destierro en Babilonia, el pueblo de Israel consiguió volver a la tierra prometida, gracias al rey persa Ciro, que, enviado por Dios, venció a los babilonios y permitió a los israelitas volver a establecerse en sus antiguos dominios. En los libros de Esdras y Nehemías se relata el retorno del pueblo desde el exilio en Babilonia. La situación era terrible: Jerusalén, la Ciudad del gran Rey, estaba semiderruida y en los alrededores se habían ido establecido otros pueblos que hostigaban constantemente a los retornados. Con un grandísimo trabajo y sufriendo penalidades sin cuento, los retornados fueron reconstruyendo Jerusalén, el Templo, sus casas y murallas, en un trabajo que duró años y años.

En esa situación, Esdras, el sacerdote, y Nehemías, el gobernador, convocaron un día a todo el pueblo.

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