El parto virginal de nuestra Señora
No nos merecemos la liturgia de la Iglesia. Es un arca del tesoro incomparable, de la que podríamos sacar lo viejo y lo nuevo, como dice el Evangelio. En cambio, lo habitual es que nos entre por un oído y salga por el otro, sin pena ni gloria y sin que nos enteremos de nada. ¡Qué desperdicio! Me atrevo a decir que, si meditásemos un poco los textos litúrgicos, podríamos saber más teología que la mitad de los que se dedican a enseñar esa materia en las universidades.
Veamos un ejemplo de hace un par de días. En estos tiempos recios en que vivimos, he perdido la cuenta de los supuestos expertos en teología a los que he oído criticar o negar el parto virginal de nuestra Señora, e incluso su virginidad en general, a pesar de que forma parte del credo (“nació de María Virgen”) y, por supuesto, de la Palabra de Dios.
Lo cierto es que la Iglesia ha enseñado siempre, como doctrina de fe, el parto virginal de nuestra Señora, que permaneció virgen antes, durante y después del parto, según la formulación clásica. Ya en el siglo segundo, la virginidad perpetua de María es mencionada en el llamado Protoevangelio de Santiago y la excepcionalidad de su parto en las Odas de Salomón o en la Ascensión de Isaías (todos ellos textos seudoepigráficos datados en los siglos I y II).
En el siglo IV, San Agustín diría, en sus Homilías, que “María fue virgen al concebir a su Hijo, virgen durante el embarazo, virgen durante el parto, virgen después del parto, virgen siempre”. San Jerónimo defendió la virginidad “después del parto” contra los herejes antidicomarianitas. También San Efrén, en Oriente, habla del parto sin dolor de la Virgen, porque de otro modo “no podría ser llamada bienaventurada” y compara la salida de Jesús del seno virginal con su entrada tras la resurrección en el cenáculo “con las puertas cerradas”. El credo de San Epifanio (a finales de ese mismo siglo IV) llamaba a nuestra Señora la “siempre virgen” (aeiparthenos en griego) y, en el año 553, el II Concilio de Constantinopla recogió dogmáticamente esa expresión: “la siempre virgen María, de la que nació el Verbo encarnado”. El Papa Horsmisdas enseñó que Cristo nació “sin menoscabar la virginidad de su madre”, en “un parto sin corrupción”.
Tiempo después, en el siglo XVI, El Papa Pablo IV acuñaría la fórmula clásica de “virgen antes del parto, en el parto y perpetuamente después del parto”. Se trata de una doctrina tan asentada en la Iglesia que incluso Lutero y Calvino, que habían abandonado tantas enseñanzas católicas, la mantuvieron al separarse de Roma.
También en los tiempos más recientes la Iglesia ha reafirmado estas verdades. El Concilio Vaticano II, en la Lumen Gentium, dice que el parto virginal de nuestra Señora, “lejos de menoscabar, consagró su integridad virginal”, y la Iglesia la honra como la “siempre virgen”. El credo del Pueblo de Dios, de Pablo VI enseña que “creemos que María es la Madre, siempre Virgen, del Verbo Encarnado”. Lo mismo han recordado los papas posteriores.
Como hemos dicho antes, sin embargo, abundan los expertos “teólogos” que niegan la virginidad perpetua y el parto virginal. Para defender sus disparates contrarios a la fe católica, arguyen generalmente (y gnósticamente) que la virginidad es algo meramente “espiritual”, que lo que importa es la “actitud” de la Virgen y no la materialidad corporal de la virginidad. Nos da igual que la Virgen fuera realmente virgen o no, dicen, lo que importa es otra cosa. Al contrario, que el parto de María fuera exactamente igual que el de cualquier otra mujer hace que sea más cercana a nosotros.
Por supuesto, es patente que esa argumentación lo único que encierra es una radical incredulidad, que intenta eliminar todo aspecto sobrenatural del cristianismo porque sus defensores hace tiempo que ya no tienen fe. Conviene, sin embargo, que sepamos responder a esas alegaciones. ¿No importa nada la virginidad corporal de nuestra Señora? ¿Se trata, más bien, de una “actitud” interior? ¿María estaría más cerca de nosotros con un parto igual que todos los demás?
Por suerte para nosotros, la liturgia de la Iglesia nos lo explica en estos días de Navidad. La oración de la Liturgia de las Horas del viernes pasado (repetida en laudes, vísperas, la hora intermedia y el oficio de lecturas, para que penetre bien en nuestra mente), nos decía:
“Dios nuestro, que quisiste que en el parto de la santísima Virgen María la carne de tu Hijo no quedara sometida a la antigua sentencia dada al género humano, concédenos, ya que por el nacimiento de Cristo hemos entrado a participar de esta renovación de la creatura, que nos veamos libres del contagio de la antigua condición”.
Esta oración no tiene desperdicio y responde perfectamente a las capciosas argumentaciones de los pseudoteólogos que niegan la virginidad perpetua de nuestra Señora. En efecto, muestra que, lejos de ser algo sin importancia, la perpetua virginidad material, corporal y real de Santa María es una primicia de nuestra salvación. Es un anuncio que nos confirma que Dios puede salvarnos y nos va a salvar de la muerte y el pecado.
Tras el primer pecado, Dios, el sumo Juez, anuncia a la serpiente, al hombre y a la mujer la sentencia que va a caer sobre ellos. A la mujer le dice: Tantas haré tus fatigas cuantos sean tus embarazos: con dolor parirás los hijos. Como enseña la Iglesia, esta no es la única consecuencia del pecado para las mujeres posteriores, sino que también perdieron (al igual que los hombres) los dones preternaturales del paraíso, su naturaleza buena quedó dañada e inclinada al mal, se rompió su relación con Dios y la muerte entró en el mundo. Todo eso, para las mujeres, queda resumido en el sufrimiento que conllevará desde entonces lo más profundo de la mujer, que es la maternidad: con dolor parirás los hijos, tantas serán tus fatigas como tus embarazos.
Por eso es inmensamente significativo que el parto de la Virgen sea sin dolor y virginal. El parto excepcional de nuestra Señora es una primicia de la victoria de Cristo sobre la muerte y el pecado, porque anula la condena de Eva. Es precisamente la sentencia para la mujer pecadora proclamada en el Génesis la que ya no tiene poder contra la Mujer totalmente santa, la Nueva Eva. En el parto virginal de María se nos anuncia nuestra propia salvación, se muestra ante nuestros ojos para que podamos tener fe. Si Dios ya anuló las consecuencias de la antigua condena para nuestra Señora, también puede anularlas para nosotros.
Lejos de no importarnos, la corporalidad de la virginidad consagrada de Santa María es prueba fehaciente de la resurrección corporal que Cristo nos ha prometido. Sabemos que Dios tiene poder para resucitarnos con un cuerpo glorioso porque ya ha demostrado ese poder no solo en la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, sino también en el parto virginal de nuestra Señora.
En ese sentido, no es cierto que un parto “normal” haría que la Virgen estuviera más cerca de nosotros, porque lo que queremos no es que ella sea como nosotros, sino ser nosotros como ella. Solo así nos veremos libres del pecado y de sus consecuencias, de la muerte, el sufrimiento y el alejamiento de Dios. Ella es la criatura renovada, como dice la oración, que nos proclama que también nosotros podemos quedar libres del “contagio de la antigua condición”. En ella vemos lo que Dios quiere hacer con nosotros y lo que hará en nosotros, si le dejamos.
Todos los dogmas marianos nos ofrecen ese mismo anuncio de la salvación, de la creación renovada tras el daño del pecado de Adán y Eva. Las imágenes de la Inmaculada Concepción la representan pisoteando a la serpiente, porque el misterio que recuerda ese dogma es el cumplimiento de la sentencia contra el diablo: pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y el suya. Ella te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón. La virginidad perpetua y consagrada a Dios de Santa María supera la otra sentencia pronunciada sobre la mujer: sentirás atracción por tu marido y él te dominará. En la Asunción de la Virgen, se anuncia el fin de la condena de Adán: eres polvo y en polvo te convertirás. Finalmente, tanto el parto virginal de nuestra Señora como su concepción inmaculada muestran también que la victoria de Cristo va más allá del tiempo, porque ambas cosas sucedieron antes de la muerte de Cristo en la Cruz, pero como consecuencia de esa misma muerte redentora.
Cristo ha vencido al pecado y a la muerte y nos ha regalado el misterio del parto virginal de Santa María como prenda de esa victoria. ¿Cómo no vamos a alegrarnos de este misterio maravilloso de nuestra fe, que proclama el fin de la “antigua sentencia dada al género humano”? ¿Cómo vamos a dudar de él los que queremos vernos libres del “contagio de la antigua condición”? ¿Cómo nos va a dar igual a los que esperamos la resurrección gloriosa de nuestra carne mortal?
Bendito sea nuestro Señor y Salvador Jesucristo y bendita sea su Madre, siempre, siempre, siempre virgen.
41 comentarios
Me gustaría Bruno, tu opinión sobre una cuestión, ya que hay películas que son elogiadas por católicos como "Jesús de Nazaret" de Franco Zeferelli, o la reciente serie "The Chosen", donde se nos presenta a la Bienaventurada Virgen María sufriendo en el parto como cualquier mujer.
La duda es la siguiente ¿Es absolutamente necesario que para defender el dogma de la perpetua virginidad de María, debamos afirmar igualmente que su parto fue sin dolor? ¿Podemos afirmar que una cosa es que, por disposición divina, en el parto de la Virgen María se preservase su virginidad desde el punto de vista físico, pero otra cosa que, al igual que el Señor, se sometió al sufrimiento y a la muerte por solidaridad con los pecadores, ella pudiera sentir los dolores de parto, igualmente por solidaridad con el sufrimiento, en este caso de todas las mujeres del mundo en ese trance? ¿Ese segundo aspecto -la ausencia de dolor- se incluye absolutamente en el dogma de la virginidad, proclamado por la iglesia, o es una consecuencia deducida por teólogos?
Me gustaría conocer, en fin, si hay algún pronunciamiento sobre este tema, o está abierto a la opinión. Un fuerte abrazo, y que este año jubilar traiga bendiciones a toda la familia de infocatólica.
"SANTO TOMAS DE AQUINO
EL PADRENUESTRO y EL AVEMARÍA
Comentados"
"BENDITA TÚ ENTRE LAS MUJERES
14. --- En efecto, tres maldiciones se les echaron a los hombres a causa del pecado.
La primera se le echó a la mujer, a saber, que concebiría fruto de su seno con corrupción [del pecado original], con molestias lo llevaría [en la gestación] y con dolor lo pariría. Pero a [todo] esto fue inmune la Santísima Virgen: porque sin la corrupción [del pecado] concibió; con gozo lo llevó [en su seno] y con alegría suma lo dio a luz. Isaías 35, 2: "Germinará un renuevo llena de alborozo y entonando alabanzas". [...]"
(Mercaba).
En esto de que María es librada de las condenas del Génesis, me resulta cautivante pensar que María acaso no haya muerto, pero este es un punto discutido, ¿verdad? Algunos dicen que murió y rápidamente fue resucitada y llevada al cielo. ¿Qué puedes decirnos sobre esto? ¿Conoces algún buen autor que trate el tema?
Por tanto, en términos físicos, el niño Jesús estuvo en el vientre de María y pasó al medio físico externo en un fenómeno que desconocemos, pero ciertamente similar a la transfiguración en el monte Tabor y la resurrección.
La Sábana Santa de Turín, cuando la ciencia esté más avanzada, seguramente proporcionará algunas pistas al respecto.
En su obra de 900 páginas Katholische Dogmatik. Für Studium und Praxis der Theologie ("Dogmática católica. Para el estudio y la praxis de la teología", Freiburg. 5ª edición, 2003), el. cardenal Müller declaró que la doctrina de la Perpetua virginidad de María no
"se refiere tanto a las específicas propiedades fisiológicas durante el acto natural del parto [...], sino más bien a la curación y a la acción salvadora de la gracia del Salvador hacia la naturaleza humana".
Consultado Monseñor Casalotodo recuerda a Gilbert Keith "cuando alguien deja de creer en Dios, cree en otra cualquier cosa”.
Hay un documento muy interesante del tema. S. JUAN PABLO II AUDIENCIA GENERAL Miércoles 10 de julio de 1996. "La virginidad de María, verdad de fe".
Ni Nestorio llegó "a tanto"...
Cómo la ves...
Contra teologías como las aludidas en el artículo y el ejemplo ilustre citado en mi primer comentario.
"el. cardenal Müller declaró que la doctrina de la Perpetua virginidad de María no 'se refiere tanto a las específicas propiedades fisiológicas durante el acto natural del parto [...], sino más bien a la curación y a la acción salvadora de la gracia del Salvador hacia la naturaleza humana'"
Bueno, es una frase ambigua, que, hasta donde puedo ver, en sí misma no quiere decir nada concreto. Ese "No tanto... sino más bien..." deja la cuestión más vaga de lo que estaba. Eso ya es muy malo desde el punto de vista teológico (y de cualquier ciencia), porque en vez de aclarar oscurece. Y aún peor es que esa falta de claridad se refiera a un punto de la fe negado por el modernismo y por muchos seudoteólogos actuales.
En cuanto a la cuestión de si está negando la enseñanza de la Iglesia, es imposible juzgarlo por esa ambiguedad. Si el "No tanto, sino más bien" quiere decir que no se mantuvo corporalmente la virginidad de nuestra Señora, sino solo su consagración a Dios o algo similar, entonces sí, sería claramente una herejía. Esto es evidente, porque el mismo razonamiento llevaría a negar que la concepción virginal de Cristo fuera precisamente eso, virginal. La fe se trocaría en una mera metáfora. Un despropósito completo.
Si lo que quiere decir es, simplemente, que la virginidad de nuestra Señora (y en concreto su parto virginal) no es algo solamente material (como si se tratase de un fenómeno natural aberrante y aleatorio), sino ante todo un acontecimiento salvífico que manifiesta materialmente una realidad espiritual aún mayor, entonces no habría nada que objetar (aparte de la ambigüedad, que, como hemos dicho, ya es nefasta de por sí).
La verdad es que entre los latinos, antes de san Agustín, hay expresiones todavía más claras en san Ambrosio, quien habla de que el parto "genitalia virginitatis claustra non solvit" (De Institutione Virginis 8,52). Lo que quizá habría que matizar es la traducción que nos ofrece Bruno de san Agustín, Sermones 186, 1: "María fue virgen al concebir a su Hijo, virgen durante el embarazo, virgen durante el parto, virgen después del parto, virgen siempre", pues literalmente lo que dice es: "Concipiens virgo, pariens virgo, virgo gravida, virgo feta, virgo perpetua".
Respecto al tema del dolor, un autor tan antiguo como Zenón de Verona lo excluye explícitamente (Sermones 2,8,2) o san Gregorio de Nisa en la homilía 13 al Cantar de los Cantares (PG 44,1053AB), entre bastantes otros que pueden buscarse en la obra citada de Aldama. Es cierto que entre los documentos magisteriales no aparece mucho, pero sale en un carta de Alejandro III (DH 748) del 1169, en la que presenta una exposición general de la fe a un príncipe musulmán que quería convertirse. La verdad es que aceptando un parto virginal no se acaba de ver cómo puede entrar ahí el dolor. En la obra del P. Pozo (p. 279) se cita un artículo de R. Laurentin, que a partir del estudio patrístico concluía que el parto virginal conllevaba la ausencia de dolor. Es interesante, también, la comparación del nacimiento con la salida de Cristo del sepulcro, expuesta por varios Padres y que se puede ver en Aldama.
"La duda es la siguiente ¿Es absolutamente necesario que para defender el dogma de la perpetua virginidad de María, debamos afirmar igualmente que su parto fue sin dolor?"
El hecho de que nos planteemos esta cuestión es una muestra de que, lo queramos o no, somos hijos de nuestro tiempo. La reacción instintiva de casi cualquier época anterior de la Iglesia habría sido, sencillamente: los padres de la Iglesia decían que el parto había sido sin dolor, luego nosotros así lo creemos. Nosotros, por desgracia, tenemos instintos diferentes e incluso los cristianos tendemos a mirar al pasado por encima del hombro, pensando que nosotros sabemos más.
Yo diría que no se trata tanto de que sea absolutamente necesario o no o de que sea algo definido infaliblemente o no, sino más bien de que, entre lo que se nos ocurra a nosotros y lo que nos llegue por tradición de los padres y de la enseñanza anterior de la Iglesia, siempre conviene elegir lo primero, a no ser que haya causas poderosísimas para hacer otra cosa. Si la Iglesia hubiera actuado de otro modo, hace mucho tiempo que la fe se habría perdido, porque todas las doctrinas de fe fueron transmitidas antes de ser definidas formalmente como de fe por la Iglesia.
En este caso, hasta donde puedo ver, no existen esas razones poderosísimas, así que creo que lo propio del católico es quedarse con lo que nos viene de los padres. Además, como señala un comentarista, difícilmente puede entenderse un parto virginal que sea doloroso, de manera que es una enseñanza conexa a un dogma de fe. En ese sentido, yo diría que afirmar que el parto fue con dolor es, como mínimo, temerario y ofensivo a oídos piadosos. O, dicho de otra forma, mejor no afirmarlo.
Un fuerte abrazo también.
Muchas gracias por su comentario, tan sustancioso y bien fundamentado como siempre. Estupendas las citas añadidas sobre el tema.
"Lo que quizá habría que matizar es la traducción que nos ofrece Bruno de san Agustín, Sermones 186, 1: "María fue virgen al concebir a su Hijo, virgen durante el embarazo, virgen durante el parto, virgen después del parto, virgen siempre", pues literalmente lo que dice es: "Concipiens virgo, pariens virgo, virgo gravida, virgo feta, virgo perpetua"".
Bueno, yo citaba de un texto en español, así que no he hecho la traducción. De todas formas, hasta donde puedo ver, lo que dice el traductor es lo mismo que dice el original, aunque ordenado cronológicamente.
Y eso, aunque los Padres lo defendieron a capa y espada casi todos ellos.
Uno puede opinar en contra, del mismo modo que puede opinar en contra de las apariciones de Fatima o de las canonizaciones
1) que el alma sea la forma del cuerpo es dogma, declarado por el concilio de Vienne
2) que es admisible que la reproducción sexual es consecuencia de la caída. Con todo respeto por los padres que influidos por el neoplatonismo pueden haber sostenido este disparate, basta con un curso de fisiología humana para entender que el aparato reproductivo forma parte intrínseca de la naturaleza humana. No voy a abundar aquí en las maravillas de la genitalidad y sexualidad humana, en la inteligibilidad pasmosa de su precisión y funcionamiento. Pensar que Dios creo al hombre y a la mujer dotados de estas potencialidades para no ejercerlas (una especie de ¨just in case¨, salvo que pecaran) es un absurdo completo. La fe es razonable y congruente, no absurda.
3) En cuanto a los dolores de Nuestra Madre, está claro que un parto virginal conlleva no sufrirlos. No tanto por no incurrir en la maldición bíblica sino por una simple deducción, parto virginal igual a parto no violento.
Escribe usted comentarios demasiado largos, me temo. Para eso es mejor que se cree su propio blog.
A eso se suma que está claro que no sabe bien de lo que habla y mezcla cosas correctas con otras completamente disparatadas. No conviene.
A mí me recuerda a Providence. ¿No será usted Providence?
Está completamente fuera de lugar que ponga sus opiniones en boca de la Virgen. Borro ese comentario.
Sus consejitos a D. Eduardo están igualmente fuera de lugar.
A lo que se suma que, como todo el mundo sabe, la cuestión de si las canonizaciones son infalibles o no es una cuestión abierta en la Iglesia.
Lo cierto es que también me recuerda usted a Providence. Buf. Además, habla usted como quien conoce el blog y a los comentaristas, pero su nombre y correo son nuevos, lo que me hace sospechar que ha cambiado de seudónimo para despistar.
Ahora también un embaucador que falsifica citas magisteriales.
Santa y feliz fiesta de la Epifanía del Señor.
"Corrijo. Son todas falsas. Es un troll"
Sí, borro sus comentarios. Sospecho, además, que su interlocutor también es él. Discute consigo mismo para aumentar la confusión.
Es curioso que, dentro del engaño general, rehúsa decir una mentira directa y, cuando se le pregunta si es tal troll conocido, responde con evasivas. ¿Es un troll católico, con escrúpulos de conciencia?
Los trolls son seres verdaderamente fascinantes, cuya forma de pensar me resulta casi imposible de imaginar. ¿Qué tipo de persona dedica horas sin cuento a algo que no sirve para nada, a crear la confusión sin ganar aparentemente nada con ello, a molestar a otros por el simple gusto de hacerlo, a inventarse multitud de identidades, correos, citas, estilos, argumentos y contrincantes imaginarios como un pessoa internetero? Son más extraños que los monopodos o el cameleopardo y merecerían que se escribiera un bestiario para clasificarlos y que los psicólogos y loqueros de todo el mundo dedicaran vidas enteras a estudiar sus extrañas costumbres.
Me permito, humildemente, añadir una nueva vía a las cinco de Santo Tomás: si existe algo tan extraño y maravilloso como un troll, entonces Dios tiene que existir también forzosamente, porque ninguna criatura se habría atrevido a soñar siquiera al troll.
"Ahora bien, de lo que ya no estoy tan segura es de que, a lo largo de su vida, no sufriera las consecuencias del pecado original (pecado que Ella, como Inmaculada Concepción que es, jamás ha tenido en su alma), esto es, que no sintiera dolores, ni se pusiera enferma..."
Claro. Hasta donde yo sé, eso no lo defiende nadie. Es evidente que nuestra Señora sufrió. La Palabra de Dios ("una espada te atravesará el corazón") e infinidad de texos litúrgicos, advocaciones (Dolorosa, nuestra Señora de la Soledad, etc.) y tradiciones lo muestran sin lugar a dudas.
El parto virginal y sin dolor fue un privilegio puntual, a) en atención a que era el parto del Hijo de Dios y b) como una primicia o prenda de la salvación que traería Cristo y que aún no se había consumado del todo (ni se consumará de forma perfecta en cada redimido hasta llegar al cielo). En la vida terrena, tanto Cristo como la Virgen no solo padecieron múltiples veces, sino que sus padecimientos fueron excepcionales y queridos por Dios para nuestra propia salvación.
Recuerdo a un vecino extrañísimo, de la edad de mi madre, que decía majaderías sin cuento en las breves conversaciones que teníamos, casi siempre en la escalera. Mi padre los tenía clasificados, con su peculiar gracia de andaluz, en "esaboríos", chalaos, majaras y locos de atar.
Los hijos de ese vecino también son variopintos, oscilan entre proetarras y la joya de la corona, que es un converso al islam que ha llegado a ulema o algo parecido, porque por lo visto en algunos casos es hereditario.
Hace poco escuché al padre Olivera Ravasi decir que el parto sin dolor no es verdad de Fe, cosa que me pareció un disparate; pero como no soy experto en teología, no dije nada.
Prefiero creerle a san Efrén.
Hay una interesante deriva hacia el pecado original y ser concebido sin pecado original y el sufrimiento.
No hay duda alguna que Cristo sufrió y que la Dolorosa también y vaya si lo hicieron, cada uno a su manera y en cumplimiento fiel de su Misión.
Todo fue en serio, tremendamente serio, la voluntad de Dios.
El "hágase en mí" contiene todo para qué más...
Seamos conscientes de la enorme Gracia de la Fe recibida como los Magos de hoy "Cuando vieron la estrella se llenaron de alegría".
Cómo la ves...
"Sabemos que Dios tiene poder para resucitarnos con un cuerpo glorioso porque ya ha demostrado ese poder no solo en la Resurrección de nuestro Señor Jesucristo, sino también en el parto virginal de nuestra Señora."
Pero el cuerpo de Jesús en el vientre de María y luego recién nacido no es un cuerpo glorioso, como parece darse a entender aquí (tal vez lo entendí mal).
Una cosa es estar en desacuerdo con una Doctrina y otra es estarlo con su forma de explicarla. No estoy en desacuerdo con la Doctrina del Nacimiento Milagroso de Cristo, pero (según yo lo veo) presenta problema el argumento que compara el cuerpo del Resucitado con el del Niño que nace. Como ya lo dijeron, uno es Cuerpo Glorioso, no sujeto a las condiciones de la materia, mientras que el otro es un cuerpo mortal inserto en el tiempo y en el espacio.
Si el Cuerpo del Niño que nace, salió del cuerpo de María (como pasa el rayo de sol a través del cristal), sucedió por intervención milagrosa de Dios (por eso se llama Nacimiento "Milagroso"), en cambio el Cuerpo Resucitado traspasó puertas y paredes en virtud de su estado glorioso.
Pues sí, tienes razón. Y mira que Chesterton nos recordó que en eso nos distinguíamos los católicos, en quedar libre de la esclavitud de ser hijos de nuestro tiempo.
Y basta que sea una doctrina íntimamente conexa al parto virginal y especialmente delicada para no hacer este tipo de especulaciones. Recuerdo aquello que decía san Ignacio de Antioquía: "al príncipe de este mundo se le ocultó la virginidad de María y su parto".
"Recuerdo aquello que decía san Ignacio de Antioquía: "al príncipe de este mundo se le ocultó la virginidad de María y su parto""
Magistral y atinadísima cita.
Non Nobis.
Por las modas de este mundo he pasado de ser objeto de las bromas de los niños de mi pueblo del Norte, que me resbalaban, todo hay que decirlo, a ser maravillosa para los progres que ven en mi un continente que les mola. Pero lo cierto es que mi nombre completo es una advocación de la Virgen María como hay tantas y, por eso, prefiero poner mi nombre tal cual es, lo mismo que María del Carmen o María de la O porque así, mira por dónde, ya no mola tanto.
Sin embargo, afirman respetables teólogos y predicadores que, la prerrogativa de la Concepción Inmaculada, no garantiza que, en María, a la naturaleza humana se le haya restituido su condición de Justicia Original; en otras palabras, María fue Inmaculada, pero no por eso tuvo la condición que tuvieron Adán y Eva antes de cometer el pecado.
Juan Pablo II lo afirma expresamente, en relación a la muerte de María, cuando, en una catequesis, enseña que, no hay razón para creer que la inmaculada concepción incluya la prerrogativa de la inmortalidad.
A qué llego con todo esto?, pues a lo mismo del comentario que hice antes: que si queremos defender la tesis mariana, del parto sin dolor, debemos hacerlo a partir de argumentos con fundamento sólido.
Nada puedo añadir. Acaso, recordar que el dogma de la perpetua virginidad de María Santísima está muy arraigado, gracias a San Ildefonso de Toledo, en el alma de España y de los pueblos hispanos. Un eco de ese arraigo es nuestra multisecular costumbre de referirnos a María como la Virgen. La Madonna italiana y la Notre Dame francófona, en España y en los pueblos hispánicos es, simplemente, la Virgen.
Saludos.
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