Por un instante, la eternidad
Casi todos los días tengo que hacer treinta o cuarenta kilómetros con el coche muy pronto por la mañana, cuando otros más afortunados aún están durmiendo. El trayecto pasa junto a un edificio de apartamentos aislado, sin otras edificaciones cerca, sobre una colina bastante alta a la vera de un río. A pesar de su ubicación pintoresca, no es nada del otro jueves: debió de construirse en los años setenta u ochenta y es el típico paralelepípedo de cemento, cristal y ladrillo que sobreabunda en las ciudades de hoy.
En otoño e invierno, la oscuridad de la noche echa un caritativo velo sobre el edificio de apartamentos, mejorando bastante el paisaje. Cuando el trayecto es durante el día, en primavera y verano, la vista pasa sin detenerse sobre la construcción insulsa y prescindible o, como mucho, se detiene brevemente en ella y uno refunfuña por lo bajo por la falta de belleza que parece aquejar a nuestra sociedad moderna.
Hay un día al año, sin embargo, o a lo sumo dos, en que todo cambia y el edificio de apartamentos se transfigura, se hace glorioso.
Cuando el sol está empezando a salir justo en el momento en que uno pasa por allí y siempre que no esté demasiado nublado o se levante la niebla, los rayos solares carmesíes golpean todas las ventanas a la vez de tal forma que se diría que el edificio entero está en llamas. Son llamas doradas y, en la penumbra del alba, parecen suficientes para incendiar el mundo. Desde el coche, solo se puede observar durante dos o tres segundos, pero esos instantes bastan para que uno se quede boquiabierto y admirado por la revelación de la belleza que hiberna oculta el resto del año.
Ante ese esplendor en lo alto de un monte, resulta imposible no pensar en Jerusalén. En la terrestre y, sobre todo, en la del cielo, vestida como una novia para su Esposo y cuyas plazas son de rubí, sus calles de oro de Ofir. Y el corazón, prendido en las mismas llamas, desea ardientemente contemplar la ciudad celeste: ¡Qué alegría cuando me dijeron: vamos a la casa del Señor! Ya están pisando nuestros pies tus umbrales, Jerusalén. Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me seque la mano derecha; que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti, si no pongo a Jerusalén en la cumbre de mis alegrías.
No es producto de la imaginación, sino de la más sana y tradicional teología: en cada parte de la creación, hasta en el último electrón o grano de arena, hay siempre un reflejo de Cristo, el Verbo eterno del Padre, que deja entrever su belleza, su verdad y su bondad. Ese esplendor y esas llamas gloriosas no son más que un pequeño destello de la belleza de Cristo y de su Esposa la Iglesia que, por un momento, se hace visible a los ojos mortales al reflejarse en una criatura tan humilde y prosaica como un edificio de apartamentos.
Estoy convencido de que, cuando llegue al cielo, si Dios quiere, encontraré allí algo de lo que veo ese único día al año por la mañana. Por supuesto, el cielo será más que eso, incomparablemente más, pero no menos, y de alguna forma la belleza del edificio al alba será parte de la Belleza que contemplen mis ojos y de la gloria sin final. Entonces recordaré las mañanas al volante y sabré que Dios, conociendo mi debilidad y mi inconstancia, de vez en cuando me concedía vislumbrar por un instante el esplendor de la casa paterna que me estaba esperando.
43 comentarios
Además debemos recordar que en la Santa Misa nos asomamos a la Jerusalén Celestial tal cual lo revela el Apocalipsis.
"un acto de Fe"
Es que quien no mira con fe se pierde la mayor parte de la realidad.
"Además debemos recordar que en la Santa Misa nos asomamos a la Jerusalén Celestial tal cual lo revela el Apocalipsis"
¡Muy bien dicho!
El caso es que una tarde vi esa misma ladera dorada y refulgente, con un brillo casi sobrenatural. Lo curioso es que no era una puesta de sol espectacular. Era una tarde normal, sin nada especial. El sol todavía lucía bastante alto con respecto al horizonte y no justificaba el brillo dorado del atardecer. La visión me conmovió profundamente de una forma que no puedo explicar con palabras. Fue algo parecido a una experiencia mística.
Por aquel entonces me encontraba metido a fondo en plena investigación sobre un monumento que tiene mucho que ver con la Eucaristía y también un poco excitado porque tenía varias publicaciones a punto de salir. Al instante recordé la retractación de Santo Tomás de Aquino en la hora de su muerte. Omnia quae scripsi videntur mihi palae respectu eorum quae vidi et revelata sunt mihi. Bueno, yo la recordé en español ;)
Tienes razón, una cosa es mirar con Fe y otra "tener Fe" para atreverse a mirar...
Quien no está, se revuelve en la confusión aceptando creencias que no tienen el sello del Altísimo. Y su enfermedad interior no le deja aceptar la realidad divina. Por más argumentos buenos y correctos que se le pongan enfrente. En pocas palabras le falta Fe. Pues es una virtud divina que se recibe gratuitamente, si se pide al Padre Bueno, haciendo a un lado la soberbia.
Y es una cosa sencilla de percibir, si alguien no está vinculado con la Tradición, pues detesta la Doctrina de Cristo y detesta su Cruz.
Por bendición tú sí te admiras y gozas de esa Presencia, que está en todas las cosas, refulgiendo en las puras, y apenas visible en las que el hombre ha contaminado. Pero en todo está la Huella de Dios... A todos nos hace bien describir esos paisajes bellos del Señor... Gracias, estamos de Camino...
Sentimental es la sociedad actual y se distingue, precisamente, por su carencia de espíritu. Hay palabras polisémicas cuyo uso debe de ser controlado porque si no la comprensión es ambigua.
Yo no definiría mis experiencias en el otoño de 2020- como ya he dicho-como experiencias sentimentales, lo que se elevaba era el espíritu que remontaba como un águila ante la visión del sol naciente, siempre diferente, siempre emocionante.
Hay diferentes tipos de sentimientos, desde los más pedestres hasta los más elevados como ocurre con lo que llamamos amor, que puede ir unido a un instinto de atracción sexual o no tener nada que ver con ello.
Yo tengo una idea racional de Dios, pero los efectos de la naturaleza, que también llevan a Dios, son otra vía distinta. La idea racional de Dios no produce éxtasis, el Espíritu de Dios por revelación de su magnificencia en un momento dado, que siempre es puntual y parece romper el tiempo y el espacio, es otra vía de conocimiento no racional.
No se trata de negar o afirmar la espiritualidad de la experiencia, es que es puramente espiritual.
A estos momentos felices debemos añadir los anuncios preocupantes de una Justicia divina a las puertas, de acontecimientos humanos que vuelven incierta la suerte de la humanidad, porque en un instante, también, puede quedar sumergida en una catástrofe, sea económica, sea militar.
Lo grave es que pareciera no haber conciencia del peligro, ni siquiera por parte de los cristianos, que estamos advertidos por la Virgen y por la Escritura.
No se reconoce el fracaso de la modernidad que ha venido a sustituir a la cristiandad de siglos idos. No se implora Misericordia y perdón por las infamias cometidas en el pasado y en el presente: irracionalismo-nihilista-ateo, masonería, Revolución Francesa, marxismo, su exportación a Rusia, a China y al resto del mundo, depravación, armas nucleares, NOM, apostasía en la Iglesia,etc.
A esto se suma el rechazo a la Virgen, el silencio ostentoso tendido sobre Su anunciado triunfo de Su Corazón Inmaculado en el mundo, así como sobre la Misión que lleva adelante contra las fuerzas del anti-cristo, en cumplimiento de la Misión encargada por Cristo.
La ceguera es casi total, obstinadamente se insiste en ella, dominados por el orgullo suicida que desafía a Cristo, a Su Reino Universal que crece mientras es aniquilado el anti-cristo y sus secuaces, mientras se desploma la moderna Babilonia.
Ni una palabra sabia y prudente se escucha, que aconseje algún intento de protegerse contra el peligro: “Como reina estoy sentada, no conoceré luto” (Apoc).
En un instante será derribada.
Paseando por el campo en una ocasión hace mucho tiempo, entre hermosos árboles , en vísperas de Semana Santa, me parecía ver entre las ramas su corona de espinas, y una lanza ladeada de las que le atravesó el costado clavada en el tronco de un árbol....También he visto el rostro de Jesús entre sombras oscuras y claras, e incluso en la estampación de las cortinas del salón de mi casa....En definitiva, Dios está en todas partes....Ave María!!!
Es usted quién ha dicho que respeta mis sentimientos cuando, precisamente, estaba intentando dejarlos de lado. Ha llamado sentimiento a un razonamiento, sea éste cierto o equivocado, lo que indica un buen cacao mental. Yo no estoy manifestando sentimientos de ninguna clase, estoy tratando de razonar y separar lo racional de lo sentimental y de lo espiritual. En mi opinión lo que cuenta Bruno es una experiencia espiritual, no sentimental ni racional.
Bruno es poeta, lo que le hace intuitivo y perceptivo, sin merma de racionalidad, como se ve por otros artículos, pero eso no indica que sea un sentimental.
Pero todos se eslabonan en el pasado de la historia. Sucesión de cosas y acontecimientos que hoy no existen. ¿Qué no existen? Digamos, que no existen en su modo de presente, pero existen en su modo de pasado.
Exsistere (del latín): algo así como estar fuera de la nada, estar ahí, como realidad objetiva. En tal caso el pasado continúa existiendo fuera de la nada, como realidad objetiva bajo el modo de ser del pasado.
Una existencia no fácil de comprender, porque la realidad del tiempo no ha sido resuelta hasta hoy, ni por Aristóteles, ni por San Agustín, a quien lo deslumbraba.
El pasado sostiene al presente, da razón de él. No puedo negar que mi pasado existe de algún modo que no comprendo, sino fuera así, borraría mis raíces. Si no estoy edificado sobre mi mismo, ¿de dónde surjo en cada instante de mi vida?
Los mármoles del Partenón son los mismos del siglo V a. C, los mismos que vieran Aristóteles y Alejandro Magno.
Cabe preguntarse, ¿entonces, dónde y cómo permanece el pasado en el ser? Es un patrimonio que el Logos Creador asumió en Sí (Col 1, 17). Por consiguiente permanece en Él hasta su manifestación definitiva, cuando nos reencontremos con los tiempos posteriores al Paraíso terrenal.
Comprendemos que algunas veces nos deslumbren los esplendores de un universo que permanece oculto en el pasado, que se muestra tras las nubes cómo el relámpago por un instante.
Cada ente material singular, desde una partícula atómica a una galaxia, es un abismo que se resuelve en el abismo total como una gota se resuelve en el océano.
La inteligibilidad que los constituye es como una nota o compás que resuena en la sinfonía de la Creación, como un término, palabra, idea, o logos participado, contenido en el Texto Infinito del Discurso del Designio divino.
Sus ciclos, procesos y espacios portentosos, son cuasi sacramentales y gestos de la Liturgia Cósmica que celebran las creaturas en honor y gloria de la Santísima Trinidad.
Por ello, la Iglesia debe ampliar el marco en que se mueve su Misión Evangelizadora. Debe atender a los feudos del Reino que permanecen huérfanos de su jurisdicción efectiva limitada a la Tierra. Los mundos que nos rodean y las galaxias aún desconocidas esperan que la Iglesia las signe con la Cruz de Cristo.
Que su Misión de Madre y Maestra sea proclamada allí donde exista el ser creado. Bien podría comenzar a manifestar esta presencia creando la diócesis de nuestra galaxia bajo el título de CRUZ DEL SUR en honor a Cristo Rey del Universo. Las distintas constelaciones podrían ser consideradas como parroquias.
La Iglesia abre el camino del Reino bajo la Conducción de María.
Si no se comprende que el Reino de Dios comprende toda la Creación, y que ha sido sembrado en la Tierra, no se comprende el Reino. No se comprende el Designio divino del Plan de la Salvación.
Si estas realidades no se comprenden, no se comprende a San Pablo cuando afirma: “Porque la creación entera gime con dolores de parto en espera de ser liberada de su esclavitud al pecado que padece contra su voluntad, y espera participar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios” (Rom 8).
La Iglesia, limitada a la condición del “hombre viejo del pecado”, padece la crisis actual de la cual no está capacitada para salir. Por esto viene la Virgen, enviada por Su Hijo, para irradiar desde su Aurora la sabiduría, santidad y poder necesarios para la Nueva Edad del Reino de Cristo.
Mira, Frodo, es la última posada.
De aquí hasta la muerte no hay más techo,
sino un arduo sendero muy estrecho,
que andar debemos sólo una jornada.
Toma de esta panoplia aquella espada
que fue de Pedro Pescador. Su pecho
con ella le hizo frente al ruin asecho
y en la sangre de Malco fue templada.
Hace ya dos mil años que demora
el ímpetu que esconde en el acero:
presiente que al final tendrá su hora.
Para ti la han guardado , compañero:
mañana has de blandirla vengadora
al marchar junto al Último y Primero.
"infocatolica alegría"... Y puedes encontrar un post en este mismo blog sobre un sentimiento (o emoción si prefieres) de alegría en santa María Magdalena.
¡Vaya a saberse ahora donde anida
tanto temor de muerte , la esperanza
que , marchando extraviado , a la deriva ,
ante la fiera cruel que hacia a tí avanza,
indefenso y sabiéndote en exilio,
hallaste en el encuentro con Virgilio!;
quien por piedad de Dios te dio su mano
y te llevó a los antros infernales,
donde juntos el ángel y el humano
pagan la eterna deuda de sus males,
para que así tuvieras bien presente
el final del soberbio impenitente.
Todo aquello que en letras nos dejaste,
divino vate de nación toscana,
cuando el umbral del tiempo abandonaste,
¿ Fue lejano arquetipo o letra vana
de paja condenada al voraz fuego
al no haber qué se iguale a tan gran Luego?.
Y con todo poeta de poetas,
que “il dolce nuovo stil” le diste a España,
¿ Quién estando en camino a tales metas
no tiembla cuando sabe de tu hazaña,
transcurrida en las celdas del infierno,
y quien no tiene sed del Padre eterno?.
Ya sé que Pablo dice que no hay ojo
que al contemplar tan pródiga hermosura,
no juzgue lo que aquí vio por despojo,
y que toda palabra sea oscura
para darnos de Dios cabal sentencia,
ni alcance el corazón tan alta ciencia.
Pero estando al final de mi camino,
cuando mi débil vida ya vacila,
tiemblo al mirar a quien por desatino
el paso de Caronte aguarda en fila,
y que debe cruzar el fatal río
que lleva a la región del gran impío.
Imploro como un náufrago la tierra
donde luego del viaje tempestuoso,
cargado de inmundicias de esta guerra,
purgue paciente en trance doloroso,
hasta que al fin cual oro acrisolado
por siempre brille en inefable estado.
Como dura advertencia siempre llega
“lasciate ogni esperanza voui qu entrate”,
Y el miedo se acrecienta y me doblega,
Pero al punto recuerdo, insigne vate,
Que el Primo Amor por siempre mueve todo
y por salvarme se vistió mi lodo.
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