Balbuciendo
¿Qué decir en un día como hoy? Cuando Dios nos deja sin palabras con un milagro como el de la Inmaculada Concepción de nuestra Señora, apenas se pueden balbucir algunos toscos versos:
A la toda santa
Toda santa, toda hermosa,
sierva a la par que señora,
cordera y también pastora,
hija, madre, reina, esposa.En ti, perla generosa,
la Verdad que el alma añora
se hizo carne salvadora
que del mismo Dios rebosa.¿De qué modo agradecerte,
sabia y divina maestra,
que nos libres de la muerte?Apretando bien tu diestra
y, asombrados de tenerte,
llamándote Madre nuestra.
Es increíble: la toda santa es nuestra, ¡nuestra! y podemos llamarla Madre. Como si fuésemos algo o nos mereciéramos un regalo así. Dios nos ha dado mucho más de lo que podíamos esperar o imaginar.
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San Pablo quiso expresarlo refiriéndose a nuestro destino, aunque, un día como hoy y celebrando lo que celebramos, también habría que aplicarlo a nuestro pasado y a nuestro presente:
"es imposible imaginar lo que Dios prepara a quienes le aman".
El Consejo de Europa aprobaba, por razones de agenda, en este día de 1955 el diseño de Arsene Heitz, un artista católico de Estrasburgo: un círculo de doce estrellas sobre un fondo azul, no obstante ser entonces seis los estados miembros. Heitz argumenta que el 12 expresa desde la antigüedad, la perfección.
La verdad es que él llevaba al cuello la Medalla de la Virgen Milagrosa (1830) cuya cabeza está rodeada por 12 estrellas, como la Mujer del Apocalipsis.
Verdadera señal de María, la Reina de Europa, a sus hijos,
Descubrí que cuanto más la ensalzas más se ensancha Ella; así que a cada poesía más espacio deja a nuestros balbuceos que misteriosamente le encantan.
Hoy, Cristo viene traído por la Aurora de María. Esto es así, porque la Virgen está colmada por la Luz de la Gloria de Cristo.
En efecto, cuando Cristo asume todo en Sí (Col 1, 17), no sólo lo hace por medio de Su Madre, sino que asume ante todo a Su Propia Madre, que es la Obra excelente del Altísimo (S. Luis de Montfort, Trat. de la Verd. Dev., 5)”), en quién está contenida toda la Creación como en su culmen.
Cristo permanece unido a su Madre por vínculos de orden hipostático, al punto que sólo nos es dado expresar esta verdad de modo absolutamente limitado, balbuciendo.
Por ello, Cristo no puede venir sino por Medio de María; la Mediación de Ella fue de absoluta necesidad para que el Verbo se hiciera Hombre, y al hacerlo asumiera el cosmos y toda la Creación en Sí (l.c. Col 1, 17). María es Medianera entre Cristo y la Creación, por ello es Cocreadora, partícipe necesaria: “He aquí que hago todo nuevo” (Apoc 21, 5). La unión hipostática, esto es, sustancial, de Cristo con Su Madre, la hace Corredentora.
Así, la Aurora es María glorificada por la Gloria de Cristo, Asumida por Cristo. “Él viene por medio de Ella, como lo hizo en su primera venida, si bien no de la misma manera” (cf. S. L. de Montfort, o.c. 1; 13). Es una venida incipiente que prepara la Venida en Su Persona en la Parusía.
La Inmaculada es la pregunta inocente de Dios "¿Dónde estás", mi pequeño?
La Inmaculada es la respuesta a la primera promesa de Dios, el anticipo de la redención...
Es tantas cosas este Misterio.
Dios me ha dado y me da tantas gracias en esta solemnidad...
Tendría que ser una octava rumiando este Misterio.
Tendremos el Cielo.
La Inmaculada
La doctrina católica que concierne a la Inmaculada Concepción de María y ensalza Sus glorias, es familiar a todo buen cristiano, la delicia y encanto de las más nobles almas.
Los referentes de la Inmaculada aparecen en la liturgia, en los Padres de la Iglesia, en el afanoso suspiro de tantos corazones que quieren honrarla, esparciendo el perfume de Su pureza y el fervor de apostolado para mejorar las buenas costumbres privadas y públicas.
¡Qué gran misión es ésta para nosotros, los creyentes: Cooperar todos, con la gracia de María Inmaculada y a la luz de Sus enseñanzas, trabajar en la purificación de las costumbres privadas y públicas!
El olvido de la santa pureza, la perversión de las costumbres, con alardes y exhibicionismos, mediante tantas formas de seducción y de prevaricación, causan espanto a las almas sacerdotales y al sentir católico de los fiesles.
Pedimos a la Señora. que al llegar al ocaso de la vida, podamos decir con los Santos: "Desde la adolescencia nos hemos visto sumergidos en una tradición familiar y cristiana, que siempre estuvo abierta al conocimiento de lo verdadero y de lo bello... teniendo la alegría de confesar que jamás en los años de nuestra juventud nuestra alma se sintió ofendida por visiones, palabras y conversaciones desordenadas, y podemos, por lo tanto, dar testimonio de la rectitud y de la delicadeza de conciencia de nuestros familiares y de nuestra gente."
Las tradiciones de nuestro buen pueblo cristiano, a pesar del secularismo reinante y de la confusión en la doctrina y en las costumbres, son aún en su mayoría, sanas y robustas, aferradas a la fidelidad serena y consciente del patrimonio de verdad y de sabiduría, que la Iglesia guarda celosamente como su más precioso tesoro espiritual.
En este esfuerzo común, que concierne a todos, en especial a los padres y madres de familia, pidamos a la Inmaculada que nos ayude para que no nos dejemos engañar.
Que con Su inspiración luminosa y fuerte, podamos mantenernos fieles, fortalecidos en el buen combate para nuestra protección, ejemplo y consuelo, en el testimonio cristiano y la fecundidad apostólica.
¡Oh, María Inmaculada, estrella de la mañana, Que disipas las tinieblas de la noche oscura: A Tí acudimos con gran confianza! Vitam praesta puram, iter para tutum. Aparta de nuestro camino las seducciones desordenadas del placer mundano; robustece las energías, no sólo de la juventud, sino de todas las edades, ya que todos estamos expuestos a las tentaciones del Maligno.
Pío IX es el Papa de la Inmaculada. Mérito y honor a este Santo Pontífice!
El día ocho de Diciembre, se dirige espontáneamente a aquel Papa, que haciéndose eco de toda la Tradición de la Iglesia, proclamó el dogma de la Inmaculada.
Pío IX tuvo hacia la Virgen un afectuosísimo amor y desde sus años mozos se aplicó al estudio y penetración del privilegio de la Inmaculada concepción de María Santísima.
Volviendo la mirada a los siglos posteriores, quiso cubrirse con el mismo manto de gloria con que se adornaron tantos ilustres antecesores suyos en las repetidas muestras de devoción y de amor a María, invocada por los fieles como Su Salvación, al ser venerada como Salus Populi Romani, a quien todo el mundo aclama como la Reina de cielos y tierra.
En primer lugar aparece majestuoso Benedicto XIV, que instituyó la solemne capilla papal en la fiesta de la Inmaculada Concepción, en la Basílica de Santa María la Mayor.
Entre los beneméritos del desarrollo de la liturgia de la Inmaculada antes de la definición dogmática, hay que mencionar a Clemente XI, que impuso la celebración de la Inmaculada como Fiesta de praecepto para toda la Iglesia; Inocencio XI instituyó la Octava elevándola al grado de segunda clase, (15 de mayo de 1693); mucho antes, Clemente VIII, en su edición del Breviario, elevó la fiesta a duplex maius, así como San Pío V había añadido nuevas lecturas.
Fervoroso promotor del culto ae María fue el Papa Sixto IV (1472), que extendió a la fiesta litúrgica del 08 de diciembre las mismas indulgencias concedidas por sus antecesores a la fiesta del Corpus Domini, y en un documento en que exhortaba a levantar la iglesia de Santa María de las Gracias (1472) llamaba a María, Immaculata Virgo, denominación todavía insólita en los documentos de la Curia Papal.
Preclaro título para el recuerdo de Sixto IV y de su devoción a la Concepción Inmaculada de María es la grandiosa y suntuosísima capilla del Coro de la Basílica de San Pedro, donde el Cabildo Vaticano realiza las sagradas funciones ordinarias, y en cuyas paredes, entre los estucos de las bóvedas que representan el Antiguo y el Nuevo Testamento, se encuentra el admirable mosaico de la Inmaculada Concepción con los santos Juan Crisóstomo, San Francisco y San Antonio, glorias de la Orden Seráfica, arrodillados para venerarla.
Precisamente esta imagen, tan noble e imponente, fue la que Pío IX coronó con incomparable solemnidad el 08 de Diciembre de 1869 con ocasión de la apertura del Concilio Vaticano I.
Asimismo el 8 de Diciembre de 1904, el Papa San Pío X renovó el acto de la coronación con una diadema todavía más espléndida, de piedras preciosas recogidas de la piedad mariana de todos los puntos del mundo católico.
La luz de María Inmaculada reflejada en Pío IX, nos permite comprender el secreto de Dios en el altísimo y fecundo ministerio, que rindió a la Santa Iglesia.
Treinta y dos años de Pontificado le permitieron abordar todos los puntos de la doctrina católica, dirigirse a sus hijos de todo el mundo en una llamada solemne, afectuosa e infatigable, a la disciplina, al honor y al estímulo, frente a las crecientes dificultades, a los ataques encubiertos o declarados, a las provocaciones lanzadas, contra la religión cuando personajes de mucha fama anunciaron que estaba moribunda o ya muerta.
Pío IX supo "creer contra toda esperanza," (Rom. 4, 18) y mantener unida con increíble firmeza e infinita bondad a la grey atemorizada y vacilante, y, como era humilde, no tuvo miedo ante las maquinaciones tenebrosas de las sectas, no vaciló frente a oposiciones y no retrocedió ante las calumnias.
La luz de María Inmaculada, definida como tal, con alta y solemnísima voz, en presencia de toda la Iglesia, se reflejó en la frente y en el corazón del gran Pontífice y alentó sus fatigas, siendo el consuelo de su sacrificio y entrega.
Su figura se alza sublime y aleccionadora ante nosotros y nos señala el camino.
La sucesión de las vicisitudes mundanas, unas veces propicias, otras adversas o silenciosas no deberá ni exaltarnos más de lo debido ni abatir nuestra energía, que confía, sobre todo, en la intercesión de la Inmaculada Madre de Jesús: Mater Ecclesiae et Mater nostra dulcissima y Patrona en este día Santo, de Nuestra amada Patria.
Que tienda sobre nosotros Su manto protector y siga siendo la luz que disipe las tinieblas del error, la abogada que hable en favor nuestro ante el Trono del Señor, para pedirle las bendiciones de Su Gracia y apartando Su indignación, sobre nuestras infidelidades e incoherencias.
Con los dulces pensamientos y sentimientos de esta Festividad, como buenos hijos, en torno a Nuestra querida Madre, dispongámonos ahora con devoto recogimiento a recibir la bendición de Jesús Eucaristía, para que sobre todos resplandezca la alegría cristiana, preludio de libertad y de paz.
Oh Madre del amor hermoso, del perdón y de la santa esperanza, Reina y defensora de la Iglesia!
Acoge con tu protección material nuestros trabajos y fatigas, y concédenos con tu plegaria valiosa ante Dios, que tengamos siempre un solo corazón y una sola alma!
Nuestro lenguaje no puede expresar las Grandezas de María, “Obra maestra de Dios Creador” (S. L. de Montfort).
Balbuceo es lo único que podemos pronunciar ante el Misterio de Cristo que nos envuelve, del cual nació la Flor Inmaculada de María, Su Madre.
La palabra de nuestro lenguaje es insuficiente para manifestar la realidad que nos embarga y nos rodea.
No se trata de la realidad tenebrosa que una disciplina pagana atina a vislumbrar o a tantear, como teosofía o intuición en algún culto oriental, inexplicable a sus adeptos, que permanecen encerrados entre fenómenos no discernibles.
El misterio cristiano es la sobre-dimensión de lo real, o existente, que ha sido asumido por el Verbo hecho Hombre por Medio de María.
Cristo, al asumir la Creación en Sí (Col 3. 4), la colmó con una nueva dimensión, la sobre-elevó respecto a su condición original: “la levadura hincha la masa” (Mat 13, 33), la expande, la dispone para ser Pan cuando el horno de la Caridad de Cristo la cocina y dora.
Somos hechos Pan de Cristo, migas de Su Pan, miembros de Su Cuerpo Místico, la Iglesia.
Misterio de Cristo que nos sume como un océano: “En Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17, 28).
Palabra Inefable: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni pasó por pensamiento de hombre alguno, lo que Dios tiene reservado para los que lo aman” (I Cor 2, 9).
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