La delicadeza de los santos
Los detalles a veces nos conmueven más que el conjunto y se introducen profundamente en nuestra memoria, quizá como un reflejo de la predilección que tiene Dios por lo pequeño. Este verano, al leer la extensísima biografía de San Enrique Newman escrita por Ian Ker, me llamó en especial la atención una breve anécdota sin importancia que se cuenta sobre el santo.
Cuando Newman tenía ya sesenta años, visitó un día el pueblecillo de Ham (que en tiempos modernos ha sido absorbido por la gran urbe londinense), donde había pasado los primeros años de su vida y que nunca había dejado de estar “en sus sueños”. Una vez allí fue naturalmente a ver su antigua casa, Grey Court House, y rememoró con gran melancolía cómo, en esas mismas ventanas, habían colocado velas para celebrar la victoria inglesa en Trafalgar.
También recordó que, poco después de mudarse a otra casa, su padre, su hermano y él habían pasado por allí y, el jardinero, amablemente, les había ofrecido tres albaricoques. El padre de Newman le dejó elegir a él, ya que era el más pequeño, y el futuro santo tomó uno y se lo comió. Al hacer memoria de aquellos tres albaricoques, ¡medio siglo después!, Newman comentó: “elegí el más grande, algo que aún me sigue inquietando cuando pienso en ello”.
Una pequeñez, el minúsculo detalle de aprovechar que podía elegir el primero para tomar el albaricoque más grande y dejar los más pequeños a su padre y su hermano, pero cincuenta años no habían bastado para que lo olvidara o dejara de sentir la inquietud de haber actuado mal en aquella ocasión. El Newman ya viejo, después de una vida de grandes sufrimientos y problemas por haber sido fiel a Dios hasta las últimas consecuencias, recordaba su infancia y sentía dolor por un acontecimiento minúsculo, que nadie en el mundo recordaba más que él, pero en el que no había hecho lo que más podía agradar a Dios, sino que había buscado su propio gusto.
Al leer esta historia, la mente se va sola a otra anécdota de un santo relatada por él mismo: el affair de las peras de San Agustín. Como recordarán los lectores, el santo de Hipona cuenta en sus Confesiones cómo, unos treinta años antes, siendo un adolescente, había entrado por la noche con sus amigos en el huerto de un vecino para robar peras, sin hambre ni otro fin que hacer lo que estaba prohibido. Fue un pecado, sí, pero se diría que, en comparación con otros mucho más graves que cometió después, apenas tenía importancia. En efecto, San Agustín, por experiencia propia, sabía lo que era alejarse completamente de Dios y caer en los pecados más graves, pero, aun así, el recuerdo de aquellas peras robadas le seguía doliendo a través de las décadas y, al hablar de ello en las Confesiones, lo hizo con palabras durísimas, señalando que no había actuado por necesidad, sino por “fastidio de la justicia y abundancia de iniquidad”, que había sido “gratuitamente malo” y que su maldad no había tenido “más causa que la maldad” y buscar la “ignominia misma”.
Uno podría pensar que, en ambos casos, se trataba de escrúpulos de conciencia, es decir, preocupaciones excesivas o incluso obsesivas sobre un comportamiento o una cuestión moral La conciencia escrupulosa es una conciencia aún inmadura o mal formada, que concentra toda su atención en cuestiones como “¿me he confesado bien?”, “¿le he dicho absolutamente todo al confesor?, “esto que he hecho, ¿era o no era pecado?”, “¿lo hice conscientemente o sin pensar?”, repetidas hasta la saciedad y sin encontrar nunca respuesta satisfactoria. Estos escrúpulos, que son frecuentes en los comienzos de la vida espiritual (aunque hoy la tendencia más extendida es la contraria, al laxismo y la despreocupación casi absolutos), agobian muchas veces a gente buena y les encierran en una angustia de la que no saben salir.
El hecho de que San Agustín y San Enrique Newman fueran santos, sin embargo, y de que se doliesen de esos pecados o imperfecciones en plena madurez de su vida nos indica que más bien se trataba de lo que se llama la delicadeza de conciencia. Lejos de ser un defecto como la conciencia escrupulosa, la conciencia delicada es signo de santidad y de amor a Dios.
¿Cuál es, entonces, la diferencia entre los escrúpulos y la delicadeza de conciencia de los santos? Una esencial, que no tiene tanto que ver con las cuestiones concretas, las peras o los albaricoques, sino con algo mucho más amplio y fundamental. El escrupuloso tiene todavía puesta la mirada firmemente en sí mismo, en su propio ombligo. Quiere servir a Dios, pero le importa más ser él un buen siervo que el hecho de que Dios sea bien servido. Le preocupa el pecado porque él lo ha cometido, porque es una mancha en su alma y porque le fastidia no ser perfecto. Le preocupa si él se ha confesado bien, si él ha hecho lo que debía, si él ha cumplido o no las normas. Sin darse cuenta, coloca todo el peso de la vida cristiana, del cumplimiento de la ley moral y de la perfección de la santidad sobre sí mismo, porque aún cree que él es el protagonista de su vida espiritual. E, inevitablemente, se angustia, porque no puede estar seguro de haber actuado siempre bien en todo, porque no sabe con seguridad si se encuentra en estado de gracia y porque se mira y ve que no es perfecto por mucho que se esfuerce. En definitiva, porque siempre se trata de él y lo demás es secundario.
La delicadeza de conciencia, en cambio, tiene la mirada firmemente puesta en Dios. Al que tiene una conciencia delicada, por esa misma delicadeza, le duelen inmensamente los pecados, incluso los más pequeños, pero no vive angustiado por ellos, sino que sabe que Dios es mayor que nuestra conciencia y descansa en su misericordia y su perdón. El santo lo ve todo con mirada de eternidad y, cuando mira las cosas de la tierra, hasta las más insignificantes, las mira pensando en Dios. Por usar palabras de Cristo, no descuida dar “el diezmo de la menta y el comino”, porque ama a su Señor no solo en las cosas grandes, sino también en los más pequeños detalles y merece oír de Él estas palabras: has sido fiel en lo poco, entra en el gozo de tu Señor.
El mismo San Agustín que recordaba las peras robadas treinta años antes era el que exclamaba, inflamado de amor a Dios, “¡tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé!”, y ese amor ardiente hacía que le doliera el corazón al hacer memoria de sus pecados más lejanos. El mismo Newman que pensaba con inquietud en aquel albaricoque era el que no dudaba en decir que era mejor que el sol y la luna cayeran del cielo y que la Tierra sucumbiera antes que cometer un solo pecado venial. En ese sentido, un pecadito, unas peras, un albaricoque, haber sido infieles a Dios en una minucia, podían dolerles sinceramente medio siglo o tres décadas después, porque ese dolor no era a la medida de su propia pequeñez, sino a la medida del gran amor que tenían a Dios y, sobre todo, del infinito amor que Dios les había tenido a ellos.
A los ojos de los que vivimos en la tibieza y la mediocridad, ambas cosas, escrúpulos y delicadeza de conciencia, pueden resultar parecidas a veces, aunque en realidad estén separadas por el abismo infinito que hay entre el Creador y las criaturas. Si bien puede ser tentador para nuestra vanidad pensar que Newman, Agustín u otros santos eran escrupulosos, que exageraban, que todo eso eran cosas de otros tiempos o manías suyas y que nosotros sabemos mejor que ellos lo que es importante, ese juicio dice más de nuestra propia falta de amor a Dios que de otra cosa.
Probablemente muchos pensaran que San Francisco estaba loco cuando iba por las calles gritando “el Amor no es amado, el Amor no es amado”, pero, miradas las cosas como deben mirarse, con los ojos de la fe, los locos eran sin duda ellos. ¿Qué otra cosa es, sino loco y estúpido, quien no ama a Dios sobre todas las cosas, quien no se hace “tonto por Cristo” como decía San Pablo, quien no se embriaga con la sangre de Cristo, como rezaba San Ignacio? ¿No estamos hechos para ese amor inacabable y no reside en él nuestra única posibilidad de ser plenamente felices? ¿No es ese el amor que mueve los planetas y las estrellas, sostiene nuestro ser y es la dicha de los ángeles en el cielo? Como tan bien decía Fray Pedro de los Reyes: “loco debo de ser, pues no soy santo”. Dios haga el milagro de darnos la delicadeza de conciencia de los santos.
64 comentarios
Jesucristo vida del alma, de Columba Marmion
El directorio ascético de Scaramelli
Gracias mil por tu artículo, Bruno. Es muy bonito.
Habría que ver también si en la época de Lutero no se predicaba excesivamente desde los púlpitos una hiperabundancia de obras externas, que llevaba a muchos -al mismo Lutero como vimos- a tales desequilibrios.
Tuvo que venir Trento para aclarar definitivamente el complicado conflicto entre la acción de Dios y la cooperación humana.
Me ha hecho meditar en lo que me parece el aspecto crucial del mismo: que Dios sea bien servido, o me preocupo más por ser un buen siervo... pareciera que ambos elementos no pueden separarse, pues Dios no puede ser bien servido si no hay buenos siervos, pero no puede haber un buen siervo que no se preocupe primero porque Dios sea bien servido.
En fin, los santos nos dan "sopas con onda", como se suele decir.
Y si, yo pienso que hoy hay abundancia de conciencias laxas, mas que escrupulosas.
Paz y bien.
"¿Enrique Newman?...Juan Enrique (John Henry) Newman"
Los nombres compuestos no siempre se traducen bien a otros idiomas donde esa combinación particular puede ser menos habitual y es frecuente que se opte por usar uno solo. Por ejemplo, San Luis María Griñón de Montfort suele ser conocido en inglés simplemente como Saint Louis de Montfort. Lo mismo le pasa a San Alfonso María.
Por supuesto, no hay normas fijas y cada uno hace lo que le parece mejor. A mí San Juan Enrique no me suena bien y prefiero San Enrique, pero es cuestión de gustos.
"pedir al blogger que no deje de escribir este tipo de artículos, porque hacen mucho bien"
También son más agradables de escribir que los otros, pero desgraciadamente los otros son necesarios en los tiempos que corren, me parece.
"¿Cuáles serían los primeros uno o dos libros que tendrían sentido para iniciarse en San Enrique Newman?"
Mi consejo es no empezar leyendo la gramática del asentimiento, ni la idea de la universidad ni otras obras parecidas, que son complejas y más duras de leer.
Para ponerse en situación, lo mejor es una biografía de Newman (no recomiendo la de Ian Ker para principiantes, porque sería demasiado detallada; quizá la de Rialp) o, mejor aún, sobre el movimiento de Oxford en conjunto (una muy buena, corta y barata es El espíritu del Movimiento de Oxford, de Christopher Dawson, editada también por Rialp).
En cuanto a obras del propio Newman, para empezar yo diría que son más accesibles a) sus sermones (por ejemplo, los Sermones católicos, editados por Neblí, aunque hay otras recopilaciones que también están muy bien, b) la Apología pro vita sua, en la que cuenta su conversión al catolicismo, y c) su novela Perder y ganar, editada por Encuentro, en la que cuenta de forma novelada la conversión de un personaje al catolicismo, que no es él mismo pero se le parece en muchas cosas.
En inglés se encuentran todas sus obras gratuitamente en Internet. Y es un inglés precioso.
Bruno:
Hablando de santos, creo que convendría un post sobre el proceso de canonización. Me parece sorprendente que en 500 años la Iglesia solo haya canonizado a dos Papas (Pío V y Pío X), aunque no está diciendo que el resto no estén junto a Dios, sino que solo esos dos tienen santidad probadas. Ahora, en cambio, se van canonizando a medida que se mueren. Ya llevamos tres y vamos camino del cuarto en 50 años. Eso por no hablar de la beatificación de Angelleli como mártir cuando murió en un accidente de coche. Mientras tanto, personajes como Fulton Sheen o Isabel la Católica siguen paralizados. Yo no estoy diciendo que los Papas Postconciliares no sean santos. Lo único que estoy diciendo es que para canonizar hace falta algo más, y más aún cuando la Iglesia está como está después de estos Pontificados
La catástrofe pende sobre las cabezas.
Delicadeza de conciencia, esa es parte fundamental de la meta.¡Dios nos la conceda, a base de trabajo, o mejor de manera directa como Don!
S. John Henry Newman, ejemplo y modelo a seguir en la búsqueda intelectual y espiritual por la Verdad. Modelo para todos los católicos.
Renunció a todos sus cargos y prebendas entre los anglicanos y profesores de la Universidad de Oxford en la búsqueda de Dios.
Para mí quisiera yo el don de la humildad que desarrolló.
Ignoraba que había puesto tres velas por la victoria inglesa sobre la escuadra franco/española napoleónica en la batalla naval de Trafalgar.
También hubiera podido poner doce velas por el desastre inglés en el intento de invasión de Cartagena de Indias, defendida heroica e inteligentemente por el Almirante Blas de Lezo, a quién Dios tenga en su Gloria.
En fin; Ningún santo es perfecto antes de alcanzar el Cielo.
En mi niñez eso estaba claro como la luz del día pero han pasado tantos años que no me extraña que ahora se vea de otra manera. A mi abuelo el comportamiento de San Enrique Newman le hubiese parecido normal sin que eso comprometiera para nada su santidad.
Sorprendentemente, y en eso poco nos puede enseñar el Papa Francisco y menos los delitos de odio, el concepto de enemigo no llevaba incorporado ninguna fobia, al menos en personas equilibradas.
Como ahora la valentía es denigrada y no hay virtudes castrenses es difícil para nosotros (los antiguos) explicar cómo fuimos educados.
¿,Pero qué me estás contando?
Blas de Lezo era católico, apostólico y romano.
S.John Henry Newman también.
Cada uno es libre de poner velas a Dios por quién quiera y por lo que quiera.
Estás perdiendo la chispa de católica, una lástima. Me corriges por usar "mal" el euskera y por hacer una gracia patriota.
¿Se te está yendo el panchito?
¡Qué Dios te guarde, África! 🙏
Las pequeñas cosas se quedan prendidas como abrojos porque yo también recuerdo que a la hora de darle un huevo a la asistenta dudé porque había uno más gordo que los demás y no se lo di, aunque en este caso no estaba pensando en mí sino en mi padre que estaba enfermo y pensé: "éste para mi padre", pero el instante de duda fue percibido por ella como una muestra de racanería o, tal vez, de que yo diferenciaba entre ella y nosotros. Luego se lo dijo a mi madre y ella le contestó: "La perfecta igualdad no existe, mi marido está enfermo ¿quiere que mi hija le dé también la mitad de sus medicinas?".
A pesar de todo sigo recordando el incidente tal vez porque mis motivos no eran tan maravillosos como me los pinté a mi misma, aunque es cierto que pensé en mi padre pero, ante un extraño, hacer eso tal vez no esté bien.
Estimo tu apreciación en lo que vale.
Y, cómo parece que se te olvida, tú eres una comentarista como cualquiera de nosotros en este blog, ni más ni menos.
Ahora voy a intentar enlazar un vídeo sobre S. John Henry Newman para que se vea el pedazo de santo que es y hombre que era. Y el porqué de mi aprecio por él
Sigues siendo demasiado subjetiva
Aún tienes tiempo de corregirte.
🙏
A nivel psicológico se perciben como una necesidad imperiosa de autoatormentarse. No fue por cuestión de matices el caso de la Santa Doctora.
La actitud combativa respecto a los escrúpulos no implica ni la mínima cesión al laxismo o a la caída en una vida espiritual acomodaticia.
El justo recuerda las faltas graves o leves de la vida pasada, pero, aquí se trata del ejercicio de la compunción como contrición continuada, que no genera ningún escrúpulo y cuyo dolor por los pecados de la vida pasada consolida los cimientos de la humildad, como basamento de la caridad que echa fuera el temor.
La delicadeza de conciencia es apropiada para el sacramento de la Penitencia o confesión sacramental en orden a la materia de la que el penitente deba acusarse y, lo mismo respecto a las confesiones generales del final de Ejercicios Espirituales o en momentos significativos de nuestra vida.
Pero, no me parece adecuado, incluso recurriendo a la licencia de la amplitud conceptual, confundirla con la compunción.
Gracias por su comentario.
"La delicadeza de conciencia es apropiada para el sacramento de la Penitencia o confesión sacramental en orden a la materia de la que el penitente deba acusarse y, lo mismo respecto a las confesiones generales del final de Ejercicios Espirituales o en momentos significativos de nuestra vida"
Eso es una reducción incorrecta, a mi juicio, de la delicadeza de conciencia, que es una cualidad de la conciencia y, por lo tanto, permanente y aplicable de forma continua en la vida.
Dice Royo Marín, por ejemplo, que la conciencia delicada es "aquella que juzga rectamente de la moralidad de los actos humanos extendiendo su mirada hasta los detalles más pequeños". Nada de eso debe limitarse a la confesión.
"no me parece adecuado, incluso recurriendo a la licencia de la amplitud conceptual, confundirla con la compunción"
Estoy de acuerdo en que no deben confundirse, pero, hasta donde puedo ver, no se ha confundido en ningún momento en el artículo la delicadeza de conciencia con la compunción o el arrepentimiento. Como decíamos, la delicadeza de conciencia es la que es capaz de juzgar moralmente con rectitud hasta en los detalles más pequeños, viéndolos con toda su importancia a la luz de la fe, movida por un ardiente amor a Dios. Por supuesto, esa delicadeza de conciencia va unida a la compunción, porque esos pequeños detalles cuya importancia y calificación moral discierne la conciencia, cuando son faltas o pecados, llevan evidentemente al dolor del corazón, que será mayor cuanto más claramente se entienda la magnitud de cualquier ofensa a Dios, incluso las más pequeñas. Pero que dos cosas vayan unidas no quiere decir que se confundan.
Saludos.
También sería planteable el preguntarse hasta qué punto cuando vamos a confesar somos movidos por una verdadera contricción de haber ofendido al Bien Sumo o por un arrepentimiento pelagiano de baratillo al no haber estado a la altura que pensábamos habitar.
Esto Él lo sabrá. Yo balbuceo esperando que a la Santísima Trinidad le haga gracia mi torpeza.
Perdón por romper el tono contemplativo del artículo y los comentarios, pero a raíz del reciente anuncio de la próxima beatificación del Papa Juan Pablo I me asaltó una duda al respecto que espero me puedas ayudar a resolver.
En una película italiana (de la RAI) acerca de la vida del Papa referido hay un momento en el que uno de sus hermanos (al cual se presenta como un obrero pobre simpatizante y activista marxista o algo así) le reprocha a su hermano (Mons. Albino Luciani) la reciente publicación de la Encíclica "Humanae Vitae" del Papa Pablo VI, Mons. Luciani le responde apenado, tímido y sin argumento alguno que "al menos el Papa ofreció en la encíclica la opción de usar los métodos naturales". Tengo la duda de si sería esta blandenguería doctrinal un rasgo real e histórico del Papa Juan Pablo I o una mera 'libertad artística' del director para enfatizar lo 'buena gente' y condescendiente con el mundo que era.
Gracias de antemano.
No sé nada sobre esa anécdota, que supongo que será más o menos ficticia al tratarse de una película, pero en Vatican News se han apresurado a contar que, como sacerdote, Juan Pablo I era favorable al uso de los anticonceptivos, aunque después "acató" la Humanae Vitae cuando se publicó.
Algo así puede suceder si realmente se arrepintió de esa barbaridad, porque muchos santos se han arrepentido de cosas que hicieron, pero no es muy buena señal siendo ya sacerdote y, en cualquier caso, es muy significativo que Vatican News, que es el portal de información de la Santa Sede, se complazca en resaltar precisamente eso de su vida, en un artículo de una sola página. Temo que quieran presentarle como un "santo progre" al estilo actual.
Lamento mucho saber eso de él y que ahora hasta se lo festejen. Como bien dices, es triste que siendo sacerdote se alineara con el anticoncepcionsmo. Los santos no dejan de tener sus defectos, pero me preocupa que ahora que tenemos Papa 'progre' se facilite la canonización de aquellos que se acomodan al mismo modelo dejando para la posteridad modelos de vida cristiana y ortodoxia cuestionable. Falta que a alguien se le ocurra beatificar a Mons. Martini...
También vi esa película y me llamó la atención el mismo punto. No dudo de la santidad del Papa Juan Pablo I, pero este comentario me trajo a la mente (perdón por salirme del tema de post) que en el año 2.014 el Papa Francisco declaró venerable a Marthe Robín. Hace apenas unos días me enteré de que uno de los peritos designados por la Iglesia para estudiar sus escritos, el Padre Conrad de Meester, habría encontrado serías irregularidades lo cual le llevó a elaborar, en su momento, un dictamen sumamente desfavorable. No quiero mencionar aquí lo que encontró el Padre (se puede buscar en la web), pero para muchos son pruebas muy fidedignas de que pudieron darse hechos fraudulentos en la vida de Marthe. A pesar de esto la Iglesia la declaró venerable. El Padre Conrad guardó silencio, pero el año pasado (poco después de su muerte) se publicó un libro que él escribió donde se detallan sus descubrimientos y conclusiones sobre el caso llamado: "El fraude místico de Marthe Robin"
No pude conseguir el libro, pero sí un resumen del mismo y al parecer hay hechos muy comprometedores. Bruno, me gustaría mucho saber su opinión sobre el caso o la de cualquiera que quiera comentar sobre el tema. Me preocupa que la Iglesia pueda equivocarse en algo así. De hecho mi pregunta es: ¿Puede equivocarse la Iglesia al declarar venerable a una persona?. Tengo entendido que no, pero este caso me genera dudas.
"¿Puede equivocarse la Iglesia al declarar venerable a una persona?. Tengo entendido que no, pero este caso me genera dudas"
Al declarar venerable, sí puede equivocarse. Nadie defiende que sea algo infalible.
En la beatificación, sí puede equivocarse. Nadie defiende que sea algo infalible.
En cuanto a la canonización, las opiniones de los teólogos varían. Algunos afirman que es un acto infalible y otros que no lo es. Son más numerosos los primeros, pero la Iglesia no ha definido ni una cosa ni la otra por ahora.
Otra cuestión es qué es lo que sería infalible si lo fueran las canonizaciones. Algunos afirman que solamente el hecho de que el canonizado está en el cielo (la tesis minimalista). Otros, de forma más amplia, que su vida fue un ejemplo recto y seguro a seguir por los fieles, etc. También varían las opiniones sobre si esa infalibilidad se referiría solo a las canonizaciones declaradas desde que hay un proceso formal para canonizar o también a las anteriores, y, si lo correcto fuera lo primero, sobre qué efecto podrían tener en esa infalibilidad los grandes cambios en el proceso que se realizaron en tiempos de San Juan Pablo II.
Es un tema bastante complicado, así que no se puede explicar entero en un comentario.
En la beatificación, sí puede equivocarse. Nadie defiende que sea algo infalible.
En cuanto a la canonización, las opiniones de los teólogos varían. Algunos afirman que es un acto infalible y otros que no lo es. Por ahora la Iglesia no ha definido ni una cosa ni la otra."
Muchas gracias por su respuesta. Me sorprende que sea así, porque siempre pensé (sin base firme) que estas declaraciones de la Iglesia eran infalibles. Su respuesta me tranquiliza. ¿Existe algún documento al respecto?
Excelente, muchas gracias.
"Muchas gracias por su respuesta. Me sorprende que sea así, porque siempre pensé (sin base firme) que estas declaraciones de la Iglesia eran infalibles. Su respuesta me tranquiliza. ¿Existe algún documento al respecto?"
La creencia en la infalibilidad de las canonizaciones es una costumbre piadosa (según Santo Tomás) y, en algunas épocas, ha estado tan extendida entre los teólogos que se ha podido considerar sentencia común entre los teólogos, así que no es extraño creerlo (ni hay nada de malo en ello, por supuesto; al contrario, es la opinión más común), pero las dificultades teológicas a la hora de entender esa posible infalibilidad son grandes, porque parece que o bien la Iglesia estaría recibiendo "nuevas revelaciones" todo el tiempo (mientras que la Revelación concluyó con la muerte del último Apóstol) o bien esas declaraciones infalibles se basarían en testimonios falibles.
No hay ningún documento de la Iglesia que defina esto porque lo que tendría que definir es que no está definido. Puede leer los distintos documentos, que tocan el tema de refilón. Por ejemplo, en este se habla de que las canonizaciones son "hechos dogmáticos", que deben ser tenidos como definitivos, pero no divinamente revelados (y no declara que sean infalibles ni aclara tampoco si se refiere a la canonización de cada santo o a los santos en general, que es una de las viejas cuestiones). En el Catecismo (828) se dice solo que la Iglesia proclama "solemnemente que esos fieles han practicado heroicamente las virtudes y han vivido en la fidelidad a la gracia de Dios" y los propone como modelos e intercesores. Etcétera.
He olvidado decir, por si acaso escandalizo a alguien, que esto es una cuestión teológica especializada que en principio a los fieles no debería importarles mucho. Al margen de que las canonizaciones sean técnicamente infalibles o no, lo normal es fiarse de la Iglesia, que nos propone a esos hijos suyos como santos.
Por otra parte, nadie está obligado a tener devoción a un santo en concreto, más allá de mostrarle el respeto debido y de las oraciones litúrgicas comunes. En su vida particular, cada uno pide la intercesión de los santos a los que, por la razón que sea, les tiene más cariño.
Además, incluso en el caso extremo de que un santo no fuera santo (como ha pasado con algún santo antiguo cuya misma existencia parece que se ha demostrado que era una leyenda, como los "santos" Josafat y Barlaam), al honrarle habríamos honrado igualmente a Dios, pues esa es la finalidad esencial de honrar a los santos, así que, en ese sentido, nuestras plegarias no se habrían "perdido".
También San Francisco de Asís o San Antonio de Padua, a pesar de su rápida canonización, fueron considerados como tales incluso antes de su muerte.
Eso no es dogma para nadie pero es normal que si alguien tiene la fortuna de conocer a alguien de esas cualidades espirituales y morales piense eso y por pensarlo tampoco incumple ningún precepto.
Si los periódicos se dedicaran a hablarnos de esas personas provocarían bostezos, lo otro da mucho más juego.
El lema de los carlistas: "Para Dios no hay héroe anónimo" podría cambiarse por éste: "Para Dios no hay santo anónimo" y sería igualmente verdadero.
¿Que van a beatificar a Willi Graf? La vida de ese joven ya indica lo que fue. Y el día que aparezca Takashi Nagai como beatificable tampoco me sorprenderé, si es que estoy viva, por supuesto.
Importante comentario. En particular, los Papas canonizados a partir de Juan XXIII, no son santos de mi devoción. Por Juan Pablo II tengo gran cariño por el papel importante que tuvo en parte de mi proceso de conversión (justamente a partir de su beatificación), y también he leído con mucho fruto espiritual varios de sus documentos. Sin embargo, el enfado que me produce su beso al Corán, encuentro en Asís, etc. me previene de tenerle como un santo de mi devoción. Gracias a Dios no me faltan santos que sí son de mi devoción.
San Alfonso se hace exactamente la misma pregunta que usted ("¿Estaré realmente arrepentido?").
Y se contesta citando a santa Teresa: "Si estáis dispuestas a sufrir cualquier tipo de mal antes que volver a cometer ese pecado, sabed que vuestra contrición es sincera; aunque no sintáis devociones sensibles ni lagrimillas".
Cito de memoria, con perdón de ustedes y de santa Teresa.
Lo leí en el opúsculo de 55 páginas "Para confesarse bien", que puede encontrarse en google.
Es un auténtico tesoro.
Me tocaba el corazón
Lo que dice Vatican News se refiere a Juan Pablo I, que va a ser beatificado, no a San Juan Pablo II.
Para que Santa Teresa y nosotros te perdonemos, copio aquí la cita literal:
«Santa Teresa daba esta regla excelente para conocer si un pecador tenía verdadero dolor de sus pecados: si tiene buenos propósitos y está dispuesto a perderlo todo antes que la gracia de Dios, tranquilícese, que su dolor es verdadero.»
Ah, pues mil disculpas. Me temo que crucé papas tras el comentario de Feri. Lo que cambia la cosa por un palito...
Y ahora, con permiso de Bruno, pregunto:
¿Qué confianza inspira un proceso completo de canonización, cuando la Iglesia tiene parado el de la reina Isabel I, La Católica, por motivos absolutamente políticos y diplomáticos?
Añado: Creo firmemente que quién es proclamado santo por la Iglesia, lo es también en el Cielo, por: Lo que atares en la Tierra, queda atado en el Cielo.
Mi duda va más en la línea de que la Iglesia, la Jerarquía, piensa más en hacer lo políticamente correcto que en proclamar la Verdad tras escudriñarla.
¡Gracias!
No sé si ya se ha mencionado, no he podido leer todos los comentarios, perdón si repito.
- Y tanto que no hay obligación ninguna. En algún que otro caso, "deber" respeto es pedir demasiado, no digamos dirigir oraciones (que serán comunes para quien se quiera unir a la colecta u ofertorio en cuestión). Por causa, digamos, de ciertas amistades pasadas, será bastante difícil que algunos nos encomendemos a Escrivá de Balaguer, por ejemplo. O también, en este portal algunos hemos podido descubrir la obra y el talento y objetivos de San Pedro Damián, a cuya intercesión no nos dirigiremos precisamente a mostrar un infinito agradecimiento.
Pero que no son cosas mías. Que aquí hace un par de semanas, y a cuenta de los deslices pontificios, no ha salido muy bien parado el más reciente papa canonizado, con reproches como que ¡besó un Corán!
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