Cuéntame un cuento de Navidad
Supongo que muchos de mis lectores conocerán a Natalia Sanmartín Fenollera y habrán leído su libro El despertar de la Señorita Prim. Y si no lo han leído, lo único que puedo decirles es: ¿a qué esperan? Se trata de una novela entretenida, deliciosa y profundamente cristiana, (aunque, de manera providencial, también resulta atractiva para los que no creen, como muestra el hecho de que haya sido editada por Planeta y traducida ya a cuatro o cinco idiomas, que yo sepa). Una novela, además, muy femenina y romántica (como dice mi esposa), pero que (como añado yo) resulta interesante y encantadora también para los varones. En suma, una novela de esas que uno disfruta leyendo y relee varias veces a lo largo de la vida por el mero placer de su lectura, pero que, por añadidura, elevan el alma y el corazón a Dios.
¡No nos desviemos del tema! No es mi intención hablar de la Srta. Prim y su pueblecillo adoptivo de San Ireneo de Arnois, sino de la alegría que he sentido al enterarme de que, después de siete años, la autora ha publicado un nuevo libro.
Generalmente, los que han disfrutado mucho del libro de un autor esperan que sus nuevas obras sean más o menos similares y dar gusto a esos lectores es una tentación grande para el escritor, porque en cierto modo asegura el éxito de la secuela. En ese sentido, lo primero que hay que decir del nuevo libro es que Natalia Sanmartín ha resistido la tentación y Un cuento de Navidad para Le Barroux no es “El Despertar de la Señorita Prim II” ni “La Señorita Prim contrataca” ni “El retorno de la Señorita Prim", sino algo muy distinto.
Como su título indica se trata de un cuento de Navidad: breve, sin trama romántica, ingenuo y, como los cuentos navideños clásicos, rebosante a la vez de melancolía y esperanza. El cuento tiene a un niño como protagonista y la autora ha recogido muy bien el lenguaje infantil, con una simpática mezcla de sencillez, ternura e inconsciencia, salpicada de datos leídos en algún libro y que el protagonista proclama con gran seriedad. También ha sabido plasmar la capacidad inagotable de admiración y de sentido que tienen los niños, así como su sensibilidad ante el carácter sacramental y misterioso de la fe y de los símbolos cristianos.
Antes de que se me olvide y hablando de niños, no quiero dejar de mencionar las ilustraciones. ¡Qué preciosidad de ilustraciones! Entendemos ahora que el amor por la belleza y las ilustraciones bonitas le viene de familia a Miguel Sanmartín Fenollera, hermano de la autora y bloguero de InfoCatólica, que tantas veces ha insistido en su blog en ese tema.
En efecto, el texto del cuento de Navidad viene adornado por ilustraciones cálidas, llenas de luz navideña y de detalles bonitos, de esas ilustraciones que el lector podrá recordar con cariño años después de haber leído el libro. Casi me atrevería a decir que son ilustraciones sacramentales, en el sentido de que, con la humildad de unas líneas, introducen al lector en el insondable misterio navideño, celebrado en el pobre pesebre de cada familia. Es decir, son las ilustraciones adecuadas para un libro que, precisamente, gira en torno al tema de la sacramentalidad del mundo.
Aunque pueda parecer anecdótico, yo diría que es significativo que el cuento haya sido escrito a petición de las monjas de Le Barroux, una abadía benedictina vinculada a la liturgia tradicional y situada no muy lejos de Aviñón. Parece que, casi mil quinientos años después de San Benito, sus monasterios siguen teniendo la misión de conservar y suscitar la fe en un mundo que se olvida de Dios: desde su silencio, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.
Como es lógico, no les voy a contar el argumento del cuento, pero tampoco me voy a privar de la satisfacción de mencionar algunas cosas que me han gustado en particular. Cada uno se fija en lo que quiere y, a mí, lo que más me ha gustado de este cuento son los pequeños detalles que la autora va dejando por ahí, a modo de miguitas de pan para que los lectores, como Pulgarcito, encuentren el camino a casa (a su propia casa, porque, como decía Natalia Sanmartín en una entrevista, “antes de nada la tarea empieza por la propia casa, por la propia evangelización, por analizar qué es lo que estoy recibiendo y qué estoy transmitiendo como fe cristiana, porque buena parte de la crisis actual no está fuera de la Iglesia, sino también dentro”).
Qué felicidad encontrarse en el texto y en las ilustraciones al sagrario y a los niños que lo miran asombrados o al monaguillo enroquetado afanándose por apagar un cirio. Qué gusto oír hablar del belén familiar, porque “todo el mundo sabe que sin belén no hay Navidad”. O escuchar al niño recordando que su madre “hablaba como si detrás de cada cosa hubiese un misterio, porque lo hay” y las viejas letanías en latín de nuestra Señora que sonaban “como a música”, en contraste con esa “navidad” pagana de ruido, compras y más ruido, que “no era como la nuestra, que era todo lo contrario a la nuestra”.
Hay una sobreabundancia de detalles luminosos. Como la abuela del libro, que catequiza a sus nietos tanto con los símbolos tradicionales de la fe como explicándoles esa fe y rezando con ellos (si las familias no logran catequizar hoy a los niños es en buena parte, creo yo, porque a lo sumo les dicen a esos niños que hay que rezar, pero no rezan con ellos habitualmente). Y la torre de marfil, la casa de oro, la estrella de la mañana, la madre “tan guapa como un ángel” a la puerta del cielo, Gedeón y el niño “demasiado pequeño para ser un guerrero” y muchas otras miguitas, que espero que los lectores sepan encontrar.
En fin, nostalgia y esperanza, dolor y cariño, noches de frío y la luz que resplandece en las tinieblas. Así es Un cuento de Navidad para Le Barroux, así es la propia Navidad y así es la vida cristiana.
12 comentarios
"después de un otoño de oro el libro me hará vivir una Navidad de armiño"
Bien dicho.
"Alguien sensato se preguntará: '¿la loca esta ha tenido un otoño de oro en pleno coronavirus?'"
Ya lo dice el salmista: ¿No te tengo a ti en el cielo? Y contigo, ¿qué me importa la tierra? Se consumen mi corazón y mi carne por Dios, mi lote perpetuo.
"cuando menos te esperas empiezan a sonar las campanillas: prim, prim, tin tin"
Sonarán también en el villancico de este año, Dios mediante.
“antes de nada la tarea empieza por la propia casa, por la propia evangelización, por analizar qué es lo que estoy recibiendo y qué estoy transmitiendo como fe cristiana, porque buena parte de la crisis actual no está fuera de la Iglesia, sino también dentro”
Tal cual, eso es algo en lo que estoy meditando mucho. Dejo aquí una conferencia del p. Mike Schmitz, que me evangelizó poderosamente, "life changing", como dicen en EEUU. Está en inglés, pero creo que entre tus lectores habemos varios que, si bien no lo hablamos con fluidez, al menos entendemos el inglés, a ellos les digo que vale la pena esta conferencia:
https://youtu.be/MvOvz1-nPVo
En cuanto a Natalia Sanmartín Fenollera, me falló la cronología, la salud y la falta de no tener ningún atractivo físico (de los otros tampoco) y también el pequeño detalle de llevar casi 25 años felizmente casado.
De no ser por estas menudencias, clavada mi rodilla en tierra al estilo victoriano, le propondría que se casase conmigo.
Todos los cuentos populares recogidos en Alemania, Inglaterra o España hablan de personajes mágicos, pero esa magia es independiente de las creencias religiosas y no se confunde con ella. Para mi un personaje bíblico, un héroe griego y otro de cuento eran tres cosas distintas.
Por desgracia me encontré que los niños de mi escuela, salvo raras excepciones, ya ponían todo en el mismo plano y no podía deshacer el entuerto porque, como bien explica el cuento, eso se aprende en familia.
La palabra mentira versus verdad nunca se utilizó en mi familia a la hora de cualquier tipo de narración, se entendía que el niño ponía las cosas en su sitio y así era.
La fantasía y la magia están comunicadas con la naturaleza, de ahí que ahora sea tan difícil conseguirlas, porque la naturaleza tiene un algo espiritual derivado de que es Creación de Dios, así que lo natural habla al espíritu y de ahí salen las hadas, los trasgos, los enanitos y las brujas.
Son distintos niveles que solo se captan en familia y que no te va a enseñar el profesor de religión o de catequesis.
Yo vi entrar por la ventana a la Pimpinela Escarlata en su carroza burlando a los sans culottes (probablemente tenía fiebre) pero no la tenía cuando pasaba la Cabalgata de Reyes y, si alguno de ellos me hablaba, me dejaba traspuesta porque Melchor se había dirigido a mi.
Mis pobres niños eran inmunes a este tipo de emociones porque se pasaban la vida preguntando "¿eso es verdad?" y ¿cómo le explicas a un niño que no recibe en su casa el alimento necesario los tres planos de religión-leyenda-cuento?
A veces les decía que Heinrich Schliemann había encontrado las ruinas de Troya y si ellos esperaban encontrar alguna vez en un bosque la casa de Caperucita Roja y entonces se quedaban meditabundos, pero no se caían del guindo.
Como Chesterton yo no espero ver un hada pero si la viera tampoco me extrañaría.
Así que gracias a las monjas que pidieron y a la escritora que dio, porque ha sido un regalo para todos.
Africa, los tiempos de coronavirus no son distintos de los demás en el sentido de que, por muy mal que vaya el mundo, siempre habrá quien viva su otoño de oro (alguno de mis hijos me ha dicho que le gustaría que nos volvieran a confinar porque disfrutó mucho, y yo le entiendo porque también guardo un buen recuerdo) Así que ¡a vivir una Navidad de armiño!
Por cierto, que lo de no poder ir a misa ni comulgar ha sido más duro de lo que yo esperaba cuando comenzó el confinamiento. Y me percaté de ello el primer día que, sin que se celebraran aún misas, vi mi parroquia abierta y pude entrar a hacer una visita al Santísimo. En ese momento tan emocionante vi cuánto había echado de menos acudir a la iglesia.
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