La vida real
“Lo mejor, si uno consigue hacerlo, es dejar de considerar todas las cosas desagradables como interrupciones de “su” vida o de la vida “real”. Lo cierto, por supuesto, es que lo que uno llama interrupciones son precisamente su vida real, la vida que Dios le está enviando día a día”.
C. S. Lewis, Yours, Jack, selección de cartas.
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Desde que el mundo es mundo, los filósofos se han preguntado por el sentido de los grandes males que están presentes en la vida del hombre: la enfermedad, la inexorable vejez, el sufrimiento, la injusticia y la muerte. El fruto de esas reflexiones ha sido bastante desigual, quizá porque a muchos pensadores los árboles no les dejan ver el bosque y antes de correr una maratón les convendría aprender a dar pasitos de niño pequeño.
Creo que no reflexionamos lo suficiente sobre los pequeños males, los males cotidianos de nuestra vida, que a menudo determinan más nuestra conducta que esos grandes males que, gracias a Dios, son mucho menos frecuentes. La vida está llena de pequeñas miserias: incomodidades diarias, molestias aleatorias, nimias descortesías, egoísmos habituales de los que están alrededor, equivocaciones sin mucho calado, debilidades crónicas, nuestros propios defectos de poca monta, que nos mortifican mucho más de lo que parecería posible y, en general, la diferencia tozuda y persistente entre cómo es el mundo y cómo nos gustaría que fuera.
Estas cosas, como es lógico, no tienen el dramatismo y la profundidad de los grandes males, pero, por la vía de la irritación, nos introducen en la queja y la impaciencia habituales. Son pequeños males crónicos que, si no estamos alerta, producen en nosotros un convencimiento práctico de que, si nosotros organizásemos las cosas, el mundo iría mucho mejor. Nos quejamos constantemente porque estamos convencidos de que las cosas no están bien hechas, porque mi vida sería mucho mejor si no tuviera que levantarme a las cinco y media de la mañana, si mi jefe no fuera un miserable, si mi mujer me comprendiera, si hubiera ido a la universidad, si no me doliera constantemente la ciática, si el ayuntamiento solucionara de una vez lo de los atascos de tráfico, si no tuviera esta timidez o ese complejo que me sobrepasan…
De forma implícita, lo que uno está diciendo al encarar la vida de esta manera es que, si él fuera Dios, lo haría todo mucho mejor. Por eso lo juzga todo, se queja de todo, se indigna por todo, porque está convencido de que un mundo a su imagen sería perfecto; un mundo antropocéntrico en lugar de teocéntrico; un mundo feliz, en el sentido más huxleyano de la palabra. En cuanto uno piensa un poco sobre ello, se da cuenta de que esa actitud tan habitual y generalizada no es más que una versión camuflada y sibilina de la vieja tentación de Adán y Eva: Seréis como dioses. Y si los efectos de que nuestros primeros padres cayeran una vez en esa tentación fueron tan terribles, imaginemos el efecto de caer cien veces al día en la misma tentación, multiplicado por los miles de millones de personas que viven en el mundo. Un completo desastre y lo más alejado de un mundo perfecto que se pueda imaginar.
Ante nuestro desastre, Dios hizo algo asombroso: volver el mundo cabeza abajo. Eso es lo que es a fin de cuentas la Encarnación: Dios hecho hombre, para que el hombre reciba la vida divina. El Autor de la vida se hace mortal, el único santo y bueno carga con los pecados del hombre. La Verdad misma es acusada falsamente. Las maldades son lavadas en el agua del bautismo y el creador del Universo toma forma de pan en las manos de un cura viejo, torpe y malhumorado que está pensando en las goteras de la sala parroquial. Y las pequeñas miserias de la vida que nos dominan y esclavizan se convierten en ocasión para dar gracias a Dios, glorificar su nombre y amar su Voluntad.
La única salvación de nuestra vida cotidiana está, como dice Lewis, en dejar que Dios dé la vuelta a nuestro mundo, en darnos cuenta de que precisamente todo eso que quitaríamos de nuestra vida es lo que Dios nos ha dado con una generosidad inigualable. Nuestros problemas son santos problemas. Las molestias de todos los días son el camino del cielo. Los defectos y las miserias diarias están ahí para nuestra salvación. Cada tropiezo, cada obstáculo, cada caída, cada persona que nos fastidia, cada atasco que nos estresa es, en realidad, una llamada a dar gloria a Dios y no a nosotros mismos, a hacer la Voluntad de Dios y no la nuestra, a recordar el primer mandamiento: Escucha, Israel, el Señor nuestro Dios es un solo Dios. Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas.
Por eso el demonio nos tienta por todos los medios para que rechacemos esas miserias y esos defectos, para que huyamos de nuestros problemas, para que aborrezcamos las molestias que nos irritan. Sabe perfectamente que, si aceptásemos esos regalos del cielo, nuestra vida cambiaría por completo, el infierno no tendría poder contra nosotros y los ángeles cantarían de puro gozo. Sabe que es en esas cosas pequeñas en las que nos jugamos el alma. Como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante. Entra en el gozo de tu Señor.
Si aprendemos a dar gloria a Dios en los pequeños males que sufrimos cada día, quizá entonces podamos descubrir su presencia en los grandes males, en la enfermedad, en el sufrimiento profundo, en la muerte, en las crisis de la Iglesia…
27 comentarios
Saludos cordiales
La palabra "interrupciones me ha hecho recordar un belíisimo cuento de JRR Tolkien, " "Hoja" de Niggle", donde, de Niggle (un pintor no muy bueno) afirma una voz, tras su muerte: ".."de cualquier modo, Niggle respondió a muchísimas llamadas", mientras que una segunda Voz replica: "A un pequeño porcentaje, la mayoría muy fáciles; y las calificaba de interrupciones..."
Esas"interrupciones" son en realidad "llamadas"... que pueden ser escuchadas o no.
En realidad, muchas veces pienso que el primer mandamiento es ese. "Escucha".
El resto es una afirmación (El Señor es uno) y una profecía (amarás). No nos pide que amemos, sino que escuchemos. Si escuchamos, amaremos. Dios nos hará amar. Con todo el corazón. con toda el alma, con todas las fuerzas.
Lo que se nos pide es muy poco. Que escuchemos. Todo lo demás lo hace El.
Me ha encantado tu post.
Un abrazo, y gracias.
José Manuel Genovés.
Me hace mucho bien leer su post, yo que siempre estoy lleno de obsesiones: que si los pitidos del oído, que si los tacones diarios de la vecina de arriba a las doce de la noche. Que si la salud se ha deteriorado en la misma proporción que la situación económica.
Le agradezco mucho que el artículo, que va directo al corazón. ¡ Cuanto me gustaría oir cosas así en las homilías dominicales !
El Señor Jesús le bendiga. Atte.
El comentario de José Manuel me ha recordado un estupendo libro sobre la vida cotidiana de una familia que muestra precisamente lo que dice este artículo, así que aprovecho para recomendarlo encarecidamente.
Título: Milagros de andar por casa
Autor: José Manuel Genovés
Número de páginas: 146
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Tema: En este libro tan ameno, José Manuel Genovés nos abre una ventana a su hogar, para que podamos contemplar la historia de su familia, una familia como cualquier otra. Bueno, quizá no igual que cualquier otra, como podrá ver el lector. Se trata de una familia numerosa (o más bien, supernumerosa), algo que no resulta muy común hoy en día. La gran diferencia, sin embargo, no está en su número, ni tampoco en sus ingresos (modestos), en su casa (algo estrecha para tantos), ni en ningún otro aspecto secundario, sino en su mismo centro, porque es una familia que se esfuerza por hacer que su centro sea Dios. El resultado: milagros.
Milagros de andar por casa, como los que necesita una familia. Milagros en las alegrías y en el sufrimiento, en las estrecheces económicas, en el trabajo, de viaje y en el hospital, en la debilidad humana y en la esperanza. Su historia ha sido desde el principio una historia de salvación, como la del pueblo de Israel, y este libro cuenta esa historia para dar con ella gloria a Dios.
Me alegro de que le haya gustado. Mucho ánimo: Dios no se olvida de usted.
Abelardo decía que a veces podía ser difícil saber cuál era la Voluntad de Dios, pero no cabía duda que lo era cuando no era la nuestra.
Me alegro de saludarte. Muy buena la referencia a Niggle.
"Dios nos hará amar"
Esa es la clave.
Un abrazo.
Buen libro también el de José Manuel Genovés. Lo tengo (dedicado :) ) y lo recomiendo. No es alta teología o filosofía: es vivencia cristiana, que es lo que de verdad nos ayuda a convertirnos y santificarnos.
Gran misericordia del Señor es con nosotros que emplee dos buenas herramientas, o dos siervos útiles como vosotros para ayudarnos a caminar en la vida y crecer en la fe. Abrazos a ambos.
Muy buena la frase de Abelardo. Cuando intento expresar esa idea, siempre me alargo y enredo. Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Pd. En privado rezo "líbranos del maligno". Gracias.
Hoy he tenido un día de esos en que casi todo lo que puede salir mal sale mal y la verdad es que no he reaccionado bien ante las contrariedades de la vida. He estado mucho tiempo muy alterado de ánimo.
Esta tarde rezaba: "Señor estoy perdido, necesito un poco de luz para saber por dónde seguir."
Ha sido llegar a casa, abrir Infocatólica y leer su artículo. En seguida me he dado cuenta de que es la respuesta del Señor a mi oración. Por ello le doy gracias a Él y a usted que ha sido un buen instrumento de su gracia para mí.
Luego he recordado que un tiempo recé con el cántico de Habacuc:
"Aunque la higuera no echa yemas
y las viñas no tienen fruto,
aunque el olivo olvida su aceituna
y los campos no dan cosechas,
aunque se acaban las ovejas del redil
y no quedan vacas en el establo,
yo exultaré con el Señor,
me gloriaré en Dios, mi salvador."
Y eso me demuestra que este es un empeño que dura toda la vida, que es, claro que sí, la vida misma. "Dios pesa el esfuerzo del corazón por amarle y no tanto los resultados que podamos conseguir, me ha dicho el confesor." Y creo que no nos queda otra que abandonarnos en las manos de la divina providencia una y otra vez.
Muchas gracias.
Pax et bonum.
-Que fuerte no-
Pues yo digo que a grandes hombres grandes noches tristes y grandes dificultades en el vivir de cada día.
Y aquí la noche de un gran Hombre, la de Jesús, en el Huerto de los olivos que sin dormir sudó sangre.
Yo conozco otra vida y ansío volver a vivir en esta otra vida donde la estupidez y la ignorancia del ser y del existir tiene un gozoso sentido de lo que es, de reyes, un real vivir.
El problema, mi problema, es que para volver a ésta otra vida debo morir y no me es permitido darme este ansiado morir.
Fuerte abrazo.
Saludos desde Chile
Me alegro de saludarte. A ver si hablamos un día de estos.
Un abrazo.
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