Un milagro navideño
Al escribir en la serie “Polémicas matrimoniales”, me encuentro con muchos lectores que se encuentran desanimados o incluso angustiados por los acontecimientos relativos a este tema. Les preocupa mucho que, dentro de la misma Iglesia, se levanten voces contra la doctrina católica en materias muy importantes relativas a la familia, al matrimonio y a la sexualidad. Aún les preocupa más que, aparentemente, esas voces no sólo no sean corregidas por la autoridad eclesial sino que, en muchos casos, las autoridades hacen la vista gorda o incluso son los mismos obispos y cardenales los que reniegan públicamente y con impunidad de la fe y de la moral de la Iglesia.
Comprendo perfectamente ese desánimo y esa angustia, la verdad. Son cuestiones gravísimas y, desgraciadamente, comportamientos indignos por parte de algunos pastores que no apacientan a las ovejas sino que las entregan a los lobos. Quien no se altere por todo lo que está sucediendo o no es hijo de la Iglesia o no tiene sangre en las venas. Precisamente porque entiendo el desánimo y la angustia, me atrevo a dar un consejo a los que así se sienten.
¿Cuál es mi consejo? Uno muy sencillo: que acudan a confesarse. Ya, hoy mismo si pueden o si no mañana o lo antes posible.¿Por qué aconsejo eso? En primer lugar, porque la raíz del desánimo y la tristeza está en nuestros pecados. Pensamos que la tristeza nos viene de las dificultades, los sufrimientos y la oscuridad, pero en realidad la raíz del desánimo está en el pecado. El pecado es lo que nos roba el gozo profundo en el Espíritu Santo, lo que nos impide bendecir al Señor en todo tiempo, como hacía el Salmista. Si Dios nos libra del pecado, seremos capaces de alabarlo aun en tiempos difíciles como estos.
En segundo lugar, porque al confesarse podrán experimentar en su propia carne un auténtico milagro navideño. Sólo Dios puede perdonar pecados, así que cada confesión es un auténtico milagro. Esos pecados que nos dominaban y angustiaban, que eran más fuertes que nosotros, que nos han vencido una y otra vez en la batalla, que nada ni nadie en este mundo podía borrar, son aniquilados por el amor sobreabundante y misterioso de Dios. Es, además, un milagro navideño: el Niño que nace se llama a Jesús porque salva a su pueblo de los pecados.
Si experimentamos un milagro como ese, nos resultará más fácil tener esperanza. Sabremos positivamente, porque lo habremos experimentado, que Dios lo puede todo y que tiene contado hasta el último cabello de nuestra cabeza. Si Dios está con nosotros, Enmanuel, ¿quién estará contra nosotros? Nuestro estandarte, ante los peligros, tormentas y sacudidas que sufre la Iglesia y que parecen imparables, debe ser el Niño, envuelto en pañales, en un pajar miserable, aparentemente indefenso… pero destinado a regir a las naciones con un cetro de hierro. Un Niño que existía antes que el cielo y la tierra fueran creados, que tiene en sus manos los planetas y las estrellas, las constelaciones, galaxias y agujeros negros. Ante eso, ¿qué pueden todas las fuerzas que amenazan a la Iglesia, por muy poderosas que parezcan? Nada y menos que nada.
Finalmente, aconsejo que nos confesemos, porque nuestra lucha no es contra la carne ni la sangre, sino que es una lucha espiritual. En esa lucha, lo que hace falta son más santos. Santos que sostengan con toda su alma la fe católica, que amen con todo el corazón a la humanidad sufriente que necesita esa fe y que mantengan con todas sus fuerzas y su debilidad la esperanza contra toda esperanza en la victoria de Cristo. Por eso recomiendo confesarnos, porque todo eso es un don, que sólo Dios nos puede regalar.
22 comentarios
Un saludo y feliz año nuevo.
Por allí va el camino...
Feliz y Santa Navidad!!
Buen comienzo en el Año Nuevo del Señor!!!
Todo eso no quita que uno siga viviendo como cristiano, con las armas de siempre.
¡Feliz Año! Dios bendiga.
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Cuando, al acercarse al tribunal de la Penitencia, no encuentra el alma más que pecados veniales de que acusarse, no debe preocuparse de la integridad de la confesión –es decir, que sea completa-, como tiene que hacerlo, por el contrario, cuando se trata de pecados mortales. No es necesario que enumere todas las faltas veniales que haya cometido durante la semana; es mucho más provechoso que fije la atención en primer lugar sobre las deliberadas, y después sobre las semi-deliberadas, aunque no pasen de simples imperfecciones, y manifieste no sólo su aspecto exterior, sino también su motivo íntimo.
Pues, aunque esto no sea de por sí necesario para la validez de la confesión, es cierto, sin embargo, que cuanto más claramente se manifieste en la confesión la raíz del mal, mayor será el fruto, sea por el acto de humildad realizado, sea porque la consideración de los motivos poco nobles de nuestras culpas hará brotar en nosotros un arrepentimiento más profundo y un deseo más vivo de enmienda.
Por otra parte, una confesión de esta índole dará al confesor la posibilidad de conocer mejor los puntos débiles del penitente e indicarle los remedios más aptos, cosa importantísima cuando a la confesión va unida la dirección espiritual.
Fuente: P. Gabriel de Santa María Magdalena o.c.d., Intimidad Divina
Mil gracias
¡Muchas gracias!
No sé si estamos hablando del mismo artículo.
"No es lo mismo confesarse de falta de esperanza que de un estado de ánimo como la tristeza".
Yo no he hablado de confesarse de tristeza ni de falta de esperanza, sino de confesarse de los pecados que uno haya cometido. Los pecados que sean, ya se trate de gula, pereza, envidia, etc. El punto fundamental del artículo es que el pecado en general, no un pecado particular, es causa de desánimo, tristeza y falta de esperanza.
"De hecho, la perpetua y continua alegría tan de moda, que se dice necesaria para ser cristiano, me parece anti natural. La fe no te garantiza unos sentimientos".
Por supuesto que la fe no garantiza unos sentimientos. La fe es otra cosa. Eso no quita, sin embargo, que haya sentimientos contra los que hay que luchar. Por ejemplo, uno puede sentir odio por alguien que le ha hecho mal y lo que debe hacer en ese caso es luchar contra ese sentimiento tanto esforzándose como, sobre todo, pidiendo a Dios que le conceda perdonar y amar a ese enemigo.
Del mismo modo, no es propio del cristiano abandonarse a la tristeza y al desánimo. Cuando Cristo, al tomar sobre sí el peso de nuestros pecados, sintió una terrible tristeza, no se abandonó al desánimo, sino que se fue al huerto a velar, orar y luchar para hacer la voluntad del Padre a pesar de esa tristeza.
"Los grandes santos han tenido un poso de esperanza y alegría, pero eso no impedía que por momentos sintieran dolor y tristeza, en no pocas ocasiones al ver la situación de la Iglesia".
Estamos hablando de cosas distintas. El dolor y la tristeza por el mal son una consecuencia necesaria de amar el bien. El católico que no sienta tristeza al ver a un sacerdote infiel, por ejemplo, es un miserable. Sin embargo, cuando dejamos que nos invada el desánimo y que la tristeza se enseñoree de nuestro corazón, de alguna forma en nosotros el pecado ha vencido al bien, porque parece que ese pecado tiene más importancia que la victoria de Cristo.
La esperanza cristiana está, precisamente, en la certeza del triunfo de Cristo, que ya ha vencido a la muerte, aunque nosotros sigamos aún en la batalla. Por eso, no podemos dejar que la tristeza prevaleza en nosotros, porque hacerlo significa creer que el demonio, el pecado y la muerte son más fuertes que Cristo.
Saludos.
Sí, tenemos milagros constantes de Dios en nuestra vida. El problema no es que Dios calle, sino que nosotros no escuchamos.
Je, je. Cetro de hierro. Malignidad del corrector o torpeza del autor.
Sí, pero no es lo mismo un dolor por los sufrimientos de la Iglesia dentro de un fondo profundo de esperanza, alegría y confianza en Dios que una tristeza que nos invade y afecta a toda nuestra vida cristiana.
Nuestros pecados tienden a magnificar la importancia del mal, de los obstáculos, sufrimientos y desgracias y a minimizar lo verdaderamente importante: Cristo nos amó, murió por nosotros y está resucitado. El Niño tiene un cetro de hierro con el que romper las cabezotas más duras (y los corazones más pétreos) si es necesario.
Me alegro de que el artículo haya gustado.
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