Crónica Tresolivense de presentación de un libro
Crónica Tresolivense de los Gozosos Sucesos Acaecidos un Diez de Mayo del Año de Gracia de Nuestro Señor de Dos Mil Trece en la Madrileña Parroquia de la Bienaventurada María Ana Mogas, regentada por el Reverendo Señor Cura Párroco Dom Jorge Gonçález Guadalix, Licenciado en Sacra Theologia et Architectura Parroquialis.
Corría la hora de nona, o quizá la de sexta porque estaba el cielo algo nublado y mi maldito reloj de sol no funcionaba. En la parroquia de la Beata María Ana Mogas, cual rebaño que al caer la tarde se recoge en el redil, congregáronse los fieles, convocados por las argénteas campanas megafónicas de la parroquia, para asistir a la presentación de un libro. Intitulábase el tomo “De profesión, cura” y había sido escrito por el Señor Cura Párroco, Dom Jorge Gonçalez Guadalix, para gloria de Nuestro Señor, maravilla de buenos cristianos, confusión de herejes y cismáticos, y edificación de todos los hombres de buena voluntad.
Entraron, pues, en el salón de actos los parroquianos y otros asistentes, como corderos que van al matadero, digo como ovejas ante el esquilador, quiero decir como niños en una cristalería, no, eso tampoco… Bueno, el caso es que entró cada cual como le dio la real gana. Tintinearon los maravedises, comprose el libro en buen número hasta que no quedó ninguno por comprar y sentáronse todos para presenciar la función.
Comenzó fablando el Señor Cura Párroco, autor del libro. Mas fablar, lo que se dice fablar, fabló poco, porque el Cielo lo había castigado con una fuerte afonía para purgación de sus pecados y descanso de sus feligreses, de manera que el pobre clérigo quedó cual Sultán ante plato de morcilla: con muchas ganas, mas sin poder facer nada. Los concurrentes contemplamos interesados durante un rato cómo movía los labios sin emitir sonido alguno, cual si de un desconcertado bacalao fuera del agua se tratase. Cuando su dolorida garganta terminó de emitir aquella “música callada”, en palabras del poeta, todos aplaudimos a rabiar a pesar de no haber oído nada, como es propio de gente biennacida.
Tocole entonces el turno a D. Vicente Álvarez, más conocido en su casa como “Ángel”, por razones arcanas que no le está dado conocer a los simples mortales. El Bachiller D. Vicente, hombre de muchas letras, catedrático de prima y feligrés de la parroquia, nos deleitó con una charla fluida y oportuna, excepto por una minucia: parecía haber entendido que lo que se presentaba era una exposición de cuadros de D. Jorge y se dedicó durante largo rato a elogiar la pincelada y los colores empleados por el Señor Cura. Los oyentes perdonamos el despiste, porque ya se sabe que cuanto más docto es un orador, menos ha de entenderse lo que dice.
Resultó al fin, sin embargo, que el docto catedrático se estaba quedando con nosotros, ya que, lejos de haberse equivocado de acontecimiento, se trataba de una metáfora artística (es decir, un cuento) para elogiar con esmero y elegancia las cualidades literarias del libro “De profesión, cura”. Quedamos, pues, los concurrentes admirados de cómo nos había tomado el pelo y aplaudimos con entusiasmo al terminar su charla.
Con un revuelo elegante de su negro hábito agustino, tomó después la palabra Fray José María Torrijos, antiguo compañero de religión agustina de Dom Jorge. Desmayó un poco el pueblo fiel al ver que el frayle agustino traía preparado un grueso fajo de papeles escritos con letra diminuta y se disponía a leerlos de cabo a rabo, sin piedad ni consideración para las féminas e infantes más débiles de la concurrencia. La firme reciedumbre castellana de los congregados, sin embargo, les permitió sacar fuerzas de flaqueza y resistir impertérritos la abundante oratoria. Ayudó también la habilidad de dormir con los ojos abiertos, que los feligreses de la parroquia han desarrollado a lo largo de los años para sobrevivir a los sermones de Dom Jorge.
El buen frayle nos sorprendió a todos, empero, al demostrar que dominaba la oratoria profana tan bien como la religiosa, pronunciando una charla amena y deleitosa. Como buen compañero de juventud del homenaxeado, relató además numerosas anécdotas sobre el mismo que hicieron reír a los presentes y enrojecer aún más, si cabe, al propio Dom Jorge, hasta que el resplandor de su venerable calva rivalizó con el del sol.
Hizo tercio en la ocasión D. Bruno Moreno, editorzuelo de mala fama y peores hechos. Quiso facerse el gracioso, mas no lo consiguió. Al menos nos ofreció a los asistentes, como único consuelo, el ser breve. Triste consuelo fue, ciertamente, que el plato, además de malo, fuera escaso, pero los presentes agradecimos esa escasez por habernos ya saciado con la abundante oratoria de los doctores precedentes.
El editorzuelo, en nombre de la editorial Vita Brevis y en el suyo propio, alabó el estilo sencillo y conmovedor de D. Jorge, su humildad (a lo que el Señor Cura, habiendo recobrado algo de voz, respondió diciendo “es cierto, tengo que reconocerlo, no hay nadie tan humilde como yo”), la amenidad de su libro y los paralelismos entre sus técnicas literarias y las de César Vidal. Asimismo, se mostró sorprendido al comprobar que, después de escuchar unos 13.583 minutos de sermones al año, los feligreses de la parroquia aún quisieran leer algo escrito por su párroco. Confidencialmente, desveló los planes de la editorial para publicar en los próximos años un nuevo libro de Dom Jorge, dudándose aún entre dos títulos: “De profesión, cura (II)” o “De profesión, papa”. También mencionó la posibilidad de ofrecer un contrato a Doña Rafaela, feligresa de la parroquia bastante conocida por referencias entre los lectores de Dom Jorge y destinada a eclipsar literariamente a su Señor Párroco.
Dedicó entonces Dom Jorge su libro de su puño y letra a cuantos se lo pidieron. Si no había podido hablar, su pluma se desquitó, porque los libros dedicados se contaron por docenas. Fue una tarea hercúlea y dice ya la leyenda parroquial que, a falta de tinta, los últimos libros hubo de firmarlos con su propia sangre.
Llegó finalmente, como todo llega en esta vida si no lo impide la muerte, la parte más ansiosamente esperada de la reunión: el piscolabis, que es palabra franchute para decir en breve “pesco con los labios” lo que buenamente puedo arrebatar a la muchedumbre hambrienta de mi alrededor. La comida abundante y deliciosa, preparada por una feligresía generosa y diligente, constituyó el punto álgido de la ocasión y un comentario escuchado al azar puso buen punto final a la jornada: “Después de todo, sí que merecía la pena venir”.
16 comentarios
Estuvo muy bien y muy entretenido. Los ponentes, todos, muy amenos. Don Jorge como si nada, el pobre: la afonía, severa. El público se veía pasarlo bien de verdad.
Muy rico todo el piscolabis. De haber tenidio un tuper me habría llevado ya la cena de mis hijos. :D
Creo que me inclinaré por el pedeefe, dado que asumo vendrá autografiado, bendito y con absolucion urbi et orbi e indulgencia plenaria, ya luego, si place, mandaré un amanuense que lo transcriba y empaste para guardarlo en la mesita de noche, que hace bonito y luego la gente cree que uno lee.
Felicidades al cura y corrección al cronista, que si la memoria no me falla, doña Rafaela no es feligrés de Mogas sino del pueblo del cura, donde hace milenios le veía hacer otra clase de travesuras que ya contará en el cuarto libro de la serie, "De Profesión, Monaguillo".
¡Te equivocas! Simplemente, los fotógrafos pensaron: "Oveja que bala, bocado que pierde..."
Vamos, que con una cerveza en la mano y otra en el canapé, ¿cómo iban a hacer fotos?
Un saludo.
José Manuel Genovés.
Faciendo la vía de la amistad y la santidade aqueste cura es un prodigio.
Mi seor cura es no cabe duda un "peso pesado"
Ánimo, y a ver si entre los dos podemos bajar siquiera un kilito.
Por lo demás nadie se alegra más que yo.
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