El pueblo de la bendición
Hace un par de días, rezando la Liturgia de las Horas, me llamó especialmente la atención una frase del himno de Laudes: noctem canendo rumpimus, es decir, rompemos la noche cantando.
No es más que una pequeña frase y, sin embargo, me ha hecho caer en la cuenta de lo distintos que son los cristianos, cuando lo son de verdad. Se trata de un himno pensado para ser cantado en medio de la noche o a primera hora de la mañana y revela, creo yo, una forma de levantarse cuando aún es de noche que no es lo normal.
Lo habitual para la gran mayoría de seres humanos, lo que nos sale a todos “de dentro", es levantarnos por la mañana quejándonos y protestando. Y es algo normal: nunca dormimos lo suficiente, hay que ir a trabajar, enseguida recordamos nuestros problemas y dificultades excepcionales o cotidianos, aún no hemos desayunado… una receta casi infalible para el malhumor.
En cambio, los cristianos, si Dios nos lo concede y como muestra el himno, estamos llamados a levantarnos de una forma diferente: con una oración en los labios, cantando, alabando y bendiciendo a Dios. Las laudes, la oración que se reza en todos los conventos y monasterios del mundo por las mañanas y que la Iglesia recomienda para todos los cristianos, es una oración de bendición a Dios. El mismo nombre de “laudes” significa alabanzas. ¿Cómo puede ser? ¿No será, más bien, una exigencia absurda de que todos hagan lo mismo (bendecir), sin tener en cuenta la situación de cada uno?
En mi opinión, hay una razón clara que hace que todos los cristianos puedan realmente levantarse bendiciendo: hemos sido bendecidos tan abundantemente por Dios que somos el pueblo de la bendición. Nuestra herencia especial, lo que nos hace cristianos, es una bendición, que viene desde la fe de Abraham y que se multiplicó infinitamente en Jesucristo. Un cristiano, cualquier cristiano, puede levantarse convencido de que, a pesar de sus problemas y sufrimientos, sean los que sean, a pesar de tener que ir a trabajar o de no haber desayunado aún, lo que verdaderamente cuenta en su vida es una bendición.
Esa forma de levantarse, viendo la vida y el nuevo día con los ojos de la fe, lo cambia todo. No sólo la forma de comprender el mundo y lo que nos sucede, sino también nuestra relación con los que nos rodean.
Si dentro de nosotros llevamos una bendición maravillosa puesta por Dios, como un tesoro en vasos de barro, se hace posible amar a los demás. Más aún, se hace posible lo imposible: amar a los que no nos aman, a los que nos la están jugando, a quienes no nos aprecian en lo que valemos, a los que se aprovechan de nosotros, a los pesados, a los antipáticos, a los insoportables… a nuestros enemigos. No devolváis mal por mal o insulto por insulto; al contrario, responded con una bendición, porque para esto habéis sido llamados: para heredar una bendición.
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Nota: Como estoy de viaje, republico en el blog este artículo que escribí hace cinco años.
5 comentarios
Gracias por ofrecernos buenas opiniones y puntos de vista para la reflexión en el marco del pensamiento cristiano.
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