Una cosa es librarse de manzanas podridas, hechos puntuales que pueden ocurrir en cualquier circunstancia, y otra es el orquestar una enorme campaña de desinformación contra la Iglesia Católica, llegando a los ataques ad hominem, como hemos visto con el hermano de Su Santidad, el Padre Georg Ratzinger. La Iglesia devuelve los golpes como puede, y hay que reconocer que las diócesis involucradas, sobre todo las alemanas, están volcándose en desmentidos frente a las mil manipulaciones que se dan en estas informaciones, ante periodistas que son demasiado vagos para corroborar las informaciones, como pontifica cualquier libro de estilo que se precie de serlo. Caso aparte, el de las televisiones como La Sexta que en sketches cómicos cuelan “morcillas” del estilo “habitos sexuales? Eso no es lo que se ponen los curas para calzarse a los niños?", con el ya conocido buen gusto que rodea a esa televisión.

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La cita de ayer en Madrid, lo reconozco, salió mejor de lo que esperaba. Me temía que la dispersión que provocarían las convocatorias simultáneas en todas las provincias de España mermaría la capacidad de convocatoria de Derecho a Vivir en la capital. Hoy puedo decir que me alegro de haberme equivocado.

Sin llegar a ser la convocatoria masiva de octubre pasado, la calle Alcalá se llenó hasta los topes, y el escenario en la Puerta del Sol estaba perfectamente emplazado. Y yo no llegué a verlo pero, una vez más, salió a relucir el talante de las ultra-feministas, que agredieron a una persona, mientras la manifestación pasaba por el Ministerio de “Igual-dá".

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Desde luego, Don José Bono, a la sazón presidente del Congreso de los diputados, no ha terminado de dar con el truquillo de eso de ser católico sin llevarle la contraria a cuanto parezca tradición católica. Y no me refiero a que asista a las misas, sino al magisterio. Las ganas que le tiene Bono a Rouco, y a todo cuanto defienden los obispos españoles son de enormes. Y es uno que no se anda con chiquitas: ¿No me das de comulgar? Pues me cambio de fila. A ser posible la de la izquierda.

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Hoy os quiero contar la historia de un pueblo, el de los Hobbits, que antaño eran buenos siervos de su rey. Hace algunos siglos, sin embargo, el reino estaba agitado, y aunque algunos siervos fueron prontamente a servir a su rey, buena parte de los Hobbits decidieron que en casa se estaba mucho mejor, “a su bola", como se dice habitualmente. El príncipe de los hobbits se dedicó a hacer lo que le diera la gana, como hizo el resto de su descendencia, dando un pésimo ejemplo para su pueblo. En la historia el goteo de Hobbits que fue al reencuentro con su rey fue numéricamente pequeño, y en algunos casos, dieron muy buen testimonio de fidelidad a su soberano. Pero, aún no habiendo ido a socorrer a su señor, una parte de esos Hobbits permaneció fiel, al menos en las formas, al auténtico líder, y viendo como se las gastaban sus príncipes y vecinos, decidieron un buen día que era tiempo de volver a someterse a la voluntad que regía auténticamente sobre ellos, abandonando pues a unos príncipes caducos e inmorales, cuya regencia no había traído más que la discordia y la división a los medianos.

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No me gusta escribir sobre estos temas. No lo hago con gusto, pero con sentido del deber, porque parte de una labor periodística honesta radica en denunciar lo impresentable en una sociedad: y la personas que traicionan la confianza de sus hermanos, mucho más si son sacerdotes, causan un escándalo demasiado grande como para permanecer callado ante esta cuestión.

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