De Pio VII a Benedicto XVI
Hace doscientos años en París relucía su figura Napoleón Bonaparte. Era el emperador de Francia. La religiosidad del personaje siempre ha estado en discusión, pues según pisaba una tierra conquistada así se declaraba musulmán en Egipto, budista pensando irse a conquistar Asia, y cristiano cuando estaba en Francia. Para él la religión siempre era un medio para mantener el poder.
Desde el año 1800 en la sede de Pedro estaba Pio VII, con quien Napoleón firmó un Concordato, donde se reconocía que la religión católica era la de la mayoría del pueblo francés. En todas las iglesias de Francia en cada uno de los oficios litúrgicos habia que decir: “Domine, salvum fac imperatorem”.
La idea de coronar a Napoleón como emperador de Francia no entusiasmó ni al ejército ni a los ministros. Pero él impuso su voluntad y el Papa aceptó la idea de ir a París para coronar al nuevo soberano. En la catedral de Notre-Dame, el Papa ungió a Bonaparte y a Josefina, pero cuando se preparó para colocarle la corona, Napoleón se la quitó de las manos, pisando el ceremonial establecido y se coronó a sí mismo y luego a Josefina. El gesto era simbólico. El emperador no reconocía otro poder en el mundo, ni siquiera espiritual, superior al suyo. El Papa tuvo que soportar más impertinencias, hasta que llegó a Roma en un barco que se caía a pedazos.
Varias situaciones dificiles, organizadas por el emperador tuvo que aguantar Pio VII, quien ya muy viejo y enfermo, por orden del emperador tuvo que volver a Francia. Napoleón quiso que se firmara un nuevo Concordato. El Papa se negó. La estrella imperial comenzó su ocaso. Firmó su abdicación. El dia 24 de mayo de 1814, entraba el Papa en Roma, y las tropas aliadas lo hacían en París. El Papa perdonó todas las insidias, trampas y ofensas que Naponleón le hizo. Este murió dos años antes que el Papa.
Ahora está Benedicto XVI en Francia. Ha sido recibido con educación, respeto republicano, y cortesía francesa y versallesca por el Presidente de la República. Ahora el sucesor de Pedro habla con libertad en el país más laicista de Europa. Pero ambos saben que las raíces cristianas de Francia no se pueden borrar.
Tomás de la Torre Lendínez