Un difunto con un móvil
Una familia amiga ha perdido a un ser querido. Están en el tanatonio el tiempo estipulado por la ley. Por allí pasaron un montón de personas al ser unos vecinos muy queridos en la localidad. Durante las largas horas de velatorio los teléfonos móviles no paran de sonar para expresar las condolencias correspondientes.
Un momento antes del funeral de entierro de cuerpo presente, los funcionarios del tanatorio le sugieren a la familia que si desean despedirse directamente del difunto, lo van a colocar en la capilla, donde le abrirán la parte del arcón que da a la cara del muerto, estarán a puerta cerrada y despues se comenzará la ceremonia fúnebre.
Así lo hacen. Todo resultó tal como estaba previsto. Estuvimos varios sacerdotes concelebrando la Eucaristía. Acabada la ceremonia litúrgica, se formó la comitiva camino del cementerio. Ya en el mismo, la caja fue introducida en el nicho. Los operarios comienzan a poner los ladrillos con el yeso sobre la entrada. Están terminando y perfilando con la plana para que luego se pudiera colocar la correspondiente lápida.
Pero, en ese momento, surgió algo inesperado. El silencio sepulcral del cementerio se rompió ante el sonido de un móvil. Todos se miraron unos a otros. Nadie era el culpable. Todos con sus caras de miedo, reafirmaban no ser el dueño del móvil insistente, que llegó a pararse. Los sepultureros están recogiendo los avíos de su trabajo, y el móvil vuelve a sonar, uno de ellos acerca el oído al nicho mortuorio, y pasmado constata que el sonido sale del interior de la tumba. Las treinta personas asistentes se retiraron despavoridas.
Uno de los hijos del difunto se mete la mano en el bolsillo de la camisa y comprueba que no tiene el móvil. Rapidamente cae en la cuenta: cuando le ha dado un abrazo al difunto, el teléfono se le ha caído dentro de la caja. El jefe de los sepultureros manda abrir el nicho para encontrar el dichoso móvil. Lo hacen y todo era como había pensado el hijo. Todo se acaba con volver a lodar la entrada mortuoria.
La familia consternada se retira de allí. Nadie desea recordar las escenas de miedo que han vivido. Pero la realidad es que los móviles sacan de muchos apuros y tragedias: accidentes de tráfico…pero también dan unos sustos inmensos a unos pobres familiares doloridos por la muerte del abuelo.
Ahora han celebrado la Eucaristía del mes siguiente a la muerte. Ahora lo narran entrecortandose las risas con las lágrimas. Como es la vida misma: sonrisas y lágrimas.
Tomás de la Torre Lendínez
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