La Semana Santa de Quevedo
Cuando se visita el pueblo manchego de Villanueva de los Infantes, entre las muchas obras arquitectónicas como la plaza Mayor, la parroquial de San Andrés, el hospital de Santiago, la Alhóndiga, la Casa del Arco, la Casa de los Estudios, la casa de Santo Tomás de Villanueva, la casa de la Inquisición, el convento de la Encarnación y el convento de Santo Domingo, fundado en 1526, siendo desamortizado en 1844. La iglesia fue construida en el siglo XVII con planta de cruz latina y tres capillas laterales.
En este convento murió el escritor don Francisco de Quevedo y Villegas, Madrid, 1580, Villanueva de los Infantes, 8 de septiembre de 1645. Se encuentra la habitación donde falleció el gran literato del Siglo de Oro español.
Entre sus obras se encuentra una titulada:
Semana Santa, o Lamentaciones de don Francisco de Quevedo y Villegas a la muerte de nuestro Señor Jesucristo:
Si te alegra, Señor, el ruido ronco
de este recibimiento que miramos
advierte que te dan todos los ramos
por darte el viernes más desnudo el tronco.
¿A donde vas, cordero, entre las fieras,
pues ya conoces su intención villana?.
Todos, enfermos, te dirán !Hosanna¡.
Y no quieren sanar, sino que mueras.
Hoy te reciben con los ramos bellos
(aplauso sospechoso si se advierte)
pero otra noche, para darte muerte
te irán con armas a buscar con ellos.
Y porque la malicia más se arguya
de nación a su propio rey tirana,
hoy te ofrecen sus capas, y mañana
suertes verás echar sobre la tuya.
Si vas en tus discípulos fiado,
como de tu inocencia defendido,
del postrero de todos vas vendido,
y del primero, cerca de negado.
Mal en los huertos tu piedad pagamos:
tu paz con la olivas se atropella,
pues son tu muerte, fue la causa de ella
la primer fruta y los primeros ramos.
Es interesante conocer el pueblo de la muerte de este singular escritor español. Se aprende como en aquel siglo como en este quien tiene el mal vicio de poner las letras en orden para expresar pensamientos, sentimientos y opiniones, se expone al escarnio y la burla, a la crítica y ruindad, y si necesario fuere hasta morir en carcel dominica, aún siendo caballero de la orden de Santiago.
Quevedo, escritor y poeta, cerró los ojos en el pueblo manchego y fue enterrado en Madrid, en cuya corte tantos lances tuvo que mantener para sostener su encorvada figura y sus singulares “quevedos” que le ayudaban a su gran miopía física y a ver detrás de muchas situaciones las manos del mismo Dios nuestro Señor, como lo expresa en el poema escrito más arriba.
Tomás de la Torre Lendínez
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