Cuando en el mundo entero cantaban Los escarabajos ingleses de Liverpool y sus atuendos eran imitados y sus películas llenaban los cines. Aquí en aquella España que salía del subdesarrollo hubo un duo de canción moderna que inventó un baile veraniego, pegadizo, suelto, al que llamaron la yenka. Consistía en dar dos pasos adelante, dos atrás, dos a derecha y dos a izquierda, siguiendo la musiquilla de fondo.
Aquel baile lo he visto realizar en la vida real muchas veces. Personas de fuste aparente, de prudencia vistosa y de sabiduría contagiosa las he visto bailar la yenka, tanto dentro como fuera de la Iglesia.
En las últimas horas alguien que no sabe donde colocar el huevo y que pasea por estudios de radio y televisión vuelve a repetir que se va a su casa, porque donde ahora es el perejil de todas las salsas, no le gusta la deriva que ha tomado la empresa.
Hace unas semanas, en mayo, dijo que se iba, luego lo desmintió. Ahora vuelve a decirlo. Los digitales recogen el vaivén poniendo entre paréntesis si dentro de unas horas tendrán que volverlo a desmentir.
Sinceramente, pienso que, cuando alguien se cree redentor de pobres y desvalidos, imprescindible en sus juicios, absolutista en sus afirmaciones, se cansa pronto porque por la vida no se puede estar creyéndose el centro del universo.
Las pataletas infantiles se notan a distancia, sobre todo cuando se pontifica que los demás deben hacer lo que equis persona, en singular, desea que los demás hagan en una empresa que no es suya. Esto es uno de los signos de un infantilismo inmaduro e incurable, cuando se está en casi la mitad del proceso vital.
El Señor Jesús nos dejó una sentencia clara cuando a sus amigos más íntimos les indicó que, una vez hecha la obra que tuvieran que hacer, dijeran y reconocieran que eran unos pobres siervos inútiles y que confiaran en que Dios es quien corona la obra.
Por eso, quien sigue el camino de Jesús, Camino, Verdad y Vida, es una persona fuerte, convencida, convincente, entregada, acogedora, prudente, y capaz de dar la vida por los valores del Reino de Dios. Las cañas que se dejan llevar por el viento del desierto no sirven para nada.
Tomás de la Torre Lendínez