Tengo un riñón donado
Mañana, Fiesta del Bautismo del Señor, cerramos el tiempo de la Navidad, y la Epifanía, fiesta del regalo, del don y de la gratitud a quienes nos han mostrado el camino para encontrarnos con Jesús.
La Epifanía es la manifestación de Jesús como el gran don de Dios a la humanidad. Por tanto, Dios entra en nuestra historia y en nuestras vidas con un acto de absoluta gratuidad con nosotros. En su Hijo, se nos ha dado a sí mismo. Este tiempo es también para nosotros una invitación especial a donar vida. No pocas personas, en nuestros días, sobreviven gracias al trasplante de un órgano. Y para que esto sea posible, es preciso que alguien se convierta en donante, contribuyendo así, con un gesto de servicio a otro ser humano, a la auténtica cultura de la vida.
En este contexto, recientemente, el Papa nos manifestaba que “la donación de órganos es una forma peculiar de testimonio de la caridad. En un tiempo como el nuestro, con frecuencia marcado por diferentes formas de egoísmo, es cada vez más urgente comprender cuán determinante es para una correcta concepción de la vida entrar en la lógica de la gratuidad.”
La nobleza del gesto de donar un órgano reside, también para Juan Pablo II, en que es “un auténtico acto de amor". Porque, “no se trata de donar simplemente algo que nos pertenece, sino de donar algo de nosotros mismos". Esto significa que donar y recibir órganos han de ser actuaciones plenamente humanas que requieren unas condiciones de respeto a la dignidad de la persona y la defensa de su identidad e integridad personal.
Por tanto, es preciso superar prejuicios y malentendidos, permitiendo que crezca en nosotros una conciencia más solidaria. La vida es un gran don y, en una sociedad interesada como la nuestra, compartirla solidariamente con otros, es una forma privilegiada de decir que creemos en un Dios-Don para nosotros.
Esta es una parte de la conversación mantenida con don Fructuoso Galindo Ramirez, un padre de familia, que ha recibido la donación de un riñón de una persona fallecida en accidente de tráfico. Hasta ese momento, el señor Galindo acudía, un día sí y otro no, a situarse durante varias horas al equipo del riñón artificial del hospital de su zona sanitaria. Lo recogia una ambulancia del servicio de salud desde su casa hasta el lugar donde sobre un amplio sillón extensible le ponían las gomas de entrada y salida correspondiente, hasta que acababa el proceso.
Este hombre ha vivido así durante los últimos veinte años, ahora es un ciudadano independiente, que trabaja, que educa a sus hijos, que pasea con su esposa, que ayuda en las tareas del hogar y que colabora en su parroquia en el equipo de Cáritas, donde tambien regala y dona comida, amor, servicio, entrega y palabras de ánimo en estos tiempos de crisis económica.
Además, visita a sus antiguos compañeros del equipo de diálisis del hospital. Se pasa con ellos un buen rato a la semana para no perder el contacto con las personas con las que ha recorrido un camino de veinte años. Y desea siempre agradecer al donante anónimo, como al equipo médico lo bien que ha quedao una vez realizado el trasplante renal.
Y a quien no cesa de dar gracias es a Dios, ante quien se postra en la Eucaristía de la parroquia para reflexionar sobre el sentido de la donación y del regalo de vida que ha recibido, y además, rogar por el descanso eterno de la persona fallecida de la cual el porta un riñón por voluntad de una familia generosa y conocedora del regalo que es la entrega voluntaria de los órganos.
El señor Galindo siempre es un defensor de la vida con todas las letras. Siempre, me dice, estoy más feliz en nuestra religión que es un religión de vida y no de muerte. Y de libertad, añado yo.
Tomás de la Torre Lendínez
1 comentario
Gracias a mi anonimo donante puedo ver y hacer mi vida normalmente.
Cada dia rezo al Señor dando gracias por esta situación.
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