Los regalos dentro de la Iglesia
Los regalos en estos dias navideños son fundamentales. Desde lo más elemental a lo más complicado, las personas por Navidad regalan y regalan, aunque con la crisis económica no están los bolsillos demasiado llenos.
Dentro de la Iglesia, también, se hace regalos. Más que por Navidad, es cuando un obispo se marcha trasladado a otra sede, o cuando el que llega observa que al anterior se le ha olvidado agradecer los servicios prestados a equis personas.
Aunque el mejor y el único regalo intraeclesial es que sea el mismo Dios el que, con su misericordia y benevolencia de Padre, conceda lo que más conviene a todos y a cada uno de nosotros.
Antes del Concilio Vaticano II, la Iglesia concedía unos titulos honoríficos excesivamente raros: Camarero Secreto de Su Santidad, Prelado Doméstico de Su Santidad….Tras aquella reunión tan importante la concesión de títulos y regalos se pasó al fondo del escenario del gran teatro de la vida. Por aquellos años murieron personas, sacerdotes o laicos, que debieron ser clavados en el cuadro de los honores eclesiales y se marcharon con los puesto y a veces en la penumbra del pasillo del teatro, que conduce a los camerinos. Recuerdo a uno que tuve que escribir con bolígrafo su nombre en los ladrillos enyesados que cubrían el nicho mortuorio, porque nadie quiso pagar una elemental lápida. Todavia yace así.
En los últimos años, ha vuelto la moda de pedir a Roma que mande títulos y más títulos a sacerdotes beneméritos o a laicos singulares en el servicio a la Iglesia. Ahora la Medalla Pro Ecclessia et Pontifice es la que más se regala por estas fechas navideñas a los curas que han dado su entrega total al ministerio en los cargos encomendados en su vida por los varios obispos que hayan servido.
A los laicos singulares, entregados desinteresamente al servicio de las tareas eclesiales, se les regala la Cruz especial de San Gregorio Magno, con la que se convierte en caballero comendador de dicha orden.
Y a los curas que han estado al frente de cargos importantes se les regala el título de Prelado de honor de Su Santidad, con derecho a vestir de rojo en fiestas especiales, y a ostentar de por vida el titulo de Monseñor, que tanto halaga a tantos.
Anoché cené con un reciente monseñor, a quien le dedico este artículo, alegrándome de sus regalos eclesiales. Ya al final me decía que le daba igual que el obispo le hubiera conseguido el titulo en Roma, pero, una vez alcanzado, no iba a cruzarle la cara a su obispo porque no sería educado.
Pero, yo, con ironía le dejé sobre la mesa: !Amigo, por Navidad, a nadie le amarga un dulce¡. Y es verdad.
Tomás de la Torre Lendínez