23.12.08

Los regalos dentro de la Iglesia

Los regalos en estos dias navideños son fundamentales. Desde lo más elemental a lo más complicado, las personas por Navidad regalan y regalan, aunque con la crisis económica no están los bolsillos demasiado llenos.

Dentro de la Iglesia, también, se hace regalos. Más que por Navidad, es cuando un obispo se marcha trasladado a otra sede, o cuando el que llega observa que al anterior se le ha olvidado agradecer los servicios prestados a equis personas.

Aunque el mejor y el único regalo intraeclesial es que sea el mismo Dios el que, con su misericordia y benevolencia de Padre, conceda lo que más conviene a todos y a cada uno de nosotros.

Antes del Concilio Vaticano II, la Iglesia concedía unos titulos honoríficos excesivamente raros: Camarero Secreto de Su Santidad, Prelado Doméstico de Su Santidad….Tras aquella reunión tan importante la concesión de títulos y regalos se pasó al fondo del escenario del gran teatro de la vida. Por aquellos años murieron personas, sacerdotes o laicos, que debieron ser clavados en el cuadro de los honores eclesiales y se marcharon con los puesto y a veces en la penumbra del pasillo del teatro, que conduce a los camerinos. Recuerdo a uno que tuve que escribir con bolígrafo su nombre en los ladrillos enyesados que cubrían el nicho mortuorio, porque nadie quiso pagar una elemental lápida. Todavia yace así.

En los últimos años, ha vuelto la moda de pedir a Roma que mande títulos y más títulos a sacerdotes beneméritos o a laicos singulares en el servicio a la Iglesia. Ahora la Medalla Pro Ecclessia et Pontifice es la que más se regala por estas fechas navideñas a los curas que han dado su entrega total al ministerio en los cargos encomendados en su vida por los varios obispos que hayan servido.

A los laicos singulares, entregados desinteresamente al servicio de las tareas eclesiales, se les regala la Cruz especial de San Gregorio Magno, con la que se convierte en caballero comendador de dicha orden.

Y a los curas que han estado al frente de cargos importantes se les regala el título de Prelado de honor de Su Santidad, con derecho a vestir de rojo en fiestas especiales, y a ostentar de por vida el titulo de Monseñor, que tanto halaga a tantos.

Anoché cené con un reciente monseñor, a quien le dedico este artículo, alegrándome de sus regalos eclesiales. Ya al final me decía que le daba igual que el obispo le hubiera conseguido el titulo en Roma, pero, una vez alcanzado, no iba a cruzarle la cara a su obispo porque no sería educado.

Pero, yo, con ironía le dejé sobre la mesa: !Amigo, por Navidad, a nadie le amarga un dulce¡. Y es verdad.

Tomás de la Torre Lendínez

22.12.08

Diálogo sobre la memoria histórica

El Papa admira a los arqueólogos cristianos, que estudian los restos de la vida eclesial. Me parece muy interesante este discurso de Benedicto XVI dirigido el pasado sábado a los profesores y alumnos de la Escuela Pontificia de Arqueología. He pasado el día en una biblioteca monástica. Buscaba una obra difícil de encontrar en el mundo editorial. En el silencio oí que hablaban dos personas en un tono poco habitual en una biblioteca. Levanté los ojos uno era el hermano encargado del servicio a los visitantes a aquel templo del saber. El otro era un profesor de una universidad catalana, de origen madrileño, con quien me una vieja amistad.

Me acerco, le saludo, y le invito a dialogar en el pasillo. Le destaco estas palabras pontificias: “El estudio arqueológico se propone hacer conocer los monumentos paleocristianos, en especial de Roma pero también de las otras regiones de la antigüedad cristiana y de sus memorias históricas”.

El profesor Ruiz Soler responde que está de acuerdo con Benedicto XVI, pero que aprecia mucho más las palabras que después dijo a los investigadores de la arqueología cristiana. Insiste en cómo el Papa habla de la arqueología sin alma y la arqueología con alma teológica. Es decir, la ciencia que sabe leer los vestigios puramente históricos y nada más; y la ciencia que sabe tener ver los restos y su mensaje teológico para todos los tiempos.

Este amigo aporta las mismas palabras de Benedicto XVI: “En efecto, como bien sabéis, no es posible una visión completa de la realidad de una comunidad cristiana antigua o reciente que sea, si no tiene en cuenta que la Iglesia se compone de un elemento humano y de un elemento divino. Cristo, su Señor, habita en ella y la ha querido como comunidad de fe, esperanza y de caridad en este mundo como organismo visible, y la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia”.

A partir de aquí hemos concluido nuestro diálogo cómo los cristianos y los investigadores de la arqueología cristiana siempre disponen para el estudio de la memoria histórica de la Iglesia primitiva la capacidad de transmitirnos o la existencia de unas piedras, unas ruinas, unos yacimientos, desde donde se lee la vida de la comunidad eclesial de aquellos siglos remotos en toda su riqueza de expresión teológica, moral y comunitaria.

Mi amigo y yo sentimos recelo de los tantos investigadores de la memoria histórica amparados en la ley española de esta índole, aprobada hace unos meses atrás, que buscan y rebuscan datos, científicamente difíciles de comprobar y de un alto coste económico salido de lo bolsillos de todos nosotros, para no llegar a ninguna conclusión. O como mucho para seguir enfrentando a los españoles de un bando y otro de aquella guerra incivil de los años treinta del siglo pasado.

Seguimos creyendo que en vísperas navideñas es mejor zambullirse en el silencio de las obras monacales de una bellísima biblioteca, que perder el tiempo en algo pasajero fruto de la ignorancia histórica.

Tomás de la Torre Lendínez

Un niño busca familia

Me encuentro con un grupo de catequistas de una parroquia de fuera de Andalucía. Por la cercanía de la Navidad tienen en una pequeña fiesta. Uno no de los catequistas de origen andaluz me cuenta cómo un niño de su grupo le narraba su experiencia familiar. Le dijo el niño por escrito lo siguiente:

“Hasta hace poco vivía con mi padre y mi madre, mis dos hermanos y mi hermana. Formábamos una familia. Pero todo se rompió, mi padre nos dejó. Ahora hay un hombre que acaba de llegar a casa y con frecuencia vienen otros dos niños, que mi madre se empeña en que son mis hermanos, pero, ni los conozco ni me caen bien, porque me revuelven todas mis cosas y se meten en todo.

Este hombre empieza a dar órgenes y gritos, por lo que mi hermano el mayor se fue de casa, y tanto mis hermanos como yo andamos asustados. Ya nadie se quiere y todos comienzan a vivir para su provecho y su antojo. Yo recuerdo lo que hace tiempo fue mi familia y ésto no se parece en nada.

Allí solo hay voces, peleas y música a todo gas y quieren que estudie y se empeñan en que sea aplicado en la escuela. Mi maestro siempre me pregunta si he estudiado, si he dormido, si como bien, y yo siempre procuro darle largas a sus preguntas. No sé que decirle.

El otro día hablábamos en la catequesis sobre la familia. Cómo hay un padre y una madre que se aman, que se quieren y se preocupan de sus hijos. Que hogar significa alegría, unión, donde todo se comparte y todos se ayudan.

Si la familia es esto,¿por qué yo no tengo familia?. Me gusgaría tener mi casa y mi familia como antes.".

Tras, el diálogo mantenido con el catequista, me quedo pensando la cantidad de familias rotas que estas fechas navideñas hacen por aparentar, sonríen de compromiso, y solamente saben pasar estas solemnidades como la etapa más triste del año.

Y más, todo esto y muchos motivos nos obligar a estar el domingo próximo en la plaza de Colón para rezar juntos por todas las familias de España.

Tomás de la Torre Lendínez

21.12.08

Los curas también confiesan

En una parroquia hay una celebración comunitaria del sacramento de la penitencia para preparar a toda la comunidad en este tiempo de Adviento de cara a la conmemoración del nacimiento del Señor en Belén. Estamos un grupo nutrido y dos curas.

Tras las lecturas de la Palabra de Dios, le breve homilia, el examen de conciencia, comienzan las confesiones individuales. Un cura se acerca al otro y le confiesa sus pecados. Al acabar el otro hace lo mismo. El resto de personas se acerca a reconciliarse con el Señor y preparar sus almas ante la inmediata Navidad.

Al acabar el acto, se acerca una madre con sus dos hijos de sexto de enseñanza primaria, y me pregunta si los curas tambien se confiesan. La respuesta es afirmativa. Y les pongo la siguiente comparación: un médico cuando está enfermo, siempre acude a otro médico que lo cure. Exactamente igual, un sacerdote que es una persona pecadora como cualquier otra acude a otro sacerdote para confesar sus pecados. Y es la misericordia del Señor, por medio del sacerdote, quien perdona los pecados del cura.

El niño, muy expresivo, insiste: !Anda, pues, yo pensaba que un cura se confesaba consigo mismo¡. Le respondo que no es así. Que es tal como lo ha visto en la celebración comunitaria de la penitencia.

Aprovecho, y les informo que los curas tambien somos solidarios con la situación de pobreza social generada por la crisis económica, pues con el lema “Los sacerdotes con Cáritas Diocesana” estamos colaborando en cuentas de unas determinadas entidades bancarias con el dinero que cada uno en conciencia y en libertad ha ingresado. Son muchas las necesidades que han surgido con este bache económico que todos debemos solidarizarnos con los más pobres víctimas de una economía que ha mirado más el lucro inmediato que el futuro que se veía muy oscuro desde hace largos meses atrás.

La madre se marcha dándoles respuesta a los dos hijos gemelos que no paran de preguntarle sobre el asunto.

Mientras, me quedo pensando en el montón de gente buena que existe en la Iglesia y que desean conocer detalles de la vida del sacerdote. Para mayor publicidad lo dejo colgado en este Olivo y que sean los lectores quienes pregunten y opinen como siempre.

Tomás de la Torre Lendínez

20.12.08

La razones del cardenal Rouco

Ayer fue Maria Rosa de la Cierva, y hoy el cardenal de Madrid, monseñor Rouco, quienes han invitado desde los micrófonos de la COPE a asistir el domingo 28 a Madrid.

Muchos cientos de personas se darán cita en la plaza de Colón de Madrid para celebrar el Día de la Familia. Es hora de comprender que los católicos tenemos la obligación de salir a la calle y manifestar públicamente nuestro amor por la familia y la defensa de la vida humana. La vida cristiana no solamente se muestra en el interior de los templos, o en las procesiones de imágenes. No. También se debe ocupar la vía pública para celebrar la Eucaristía y agradecer al Señor, que también tuvo a la familia de Nazaret, los dones que derrama sobre todas las familias a lo largo del año.

Este mismo acto, el año pasado, fue utilizado malamente para arremeter contra los cristianos llamándonos de todo. Ahora, aunque nos califiquen como deseen, hemos de estar en el acto organizado en el centro de Madrid. Cuantas más personas estén mejor demostraremos que somos valientes por ser hijos de Dios y que no nos escondemos en ninguna parte porque nos sentimos poseedores de la libertad de los hijos de Dios.

La verdad es que los vientos que corren sobre la familia no son bonancibles. Lo mismo se ataca al ser concebido en el vientre materno, que al niño en el centro escolar dándole una educación para la ciudadanía alejada de muchos principios morales, que al anciano en el hospital a donde desean llevar el suicidio asistido, que al joven invitándole a usos y costumbres degradantes de su dignidad cristiana y de su amistad con los demás, que a los padres ignorándolos en sus reclamaciones que están amparadas por sentencias de tribunales civiles sobre la responsabilidad de la educación de la conciencia moral de sus hijos, que al lucero del alba que intente salirse del pensamiento único impuesto por la atmósfera de los políticamente correcto.

Todo se justifica en el mismo axioma: estamos en un Estado no confesional. Esto es una verdad como la copa de un pino. Pero, en la Constitución aparece muy claro que se tendrá una cooperación con la Iglesia Católica, mayoritaria en el suelo hispano. Nunca se coopera cuando se desmonta de forma velada, indirecta o directa, los criterios morales de la familia, para imponer por obligación un laicismo que ignora la libertad de la mayoría e impone el criterio de una minoría. El ejemplo más claro: dos padres en un colegio público les molesta la presencia del Crucifijo, denuncian el asunto, y el juzgado les da la razón. Dos contra los demás. Esto se está dando en muchos lugares y en diversos ámbitos de la vida social y moral de España.

Además, estos vientos contra la familia están programados de modo acreditado. Cuando más aumenta el número de personas sin trabajo, cuando más empresas están cerrando, o realizando expedientes de regulación de empleo, cuando la situación económica está ahogando más a todos, es cuando se sacan al debate en las televisiones asuntos como divorcio exprés, aborto, eutanasia…..de esta manera la gente olvida los asuntos del bolsillo y se enfrascan en señalar a la Iglesia como el freno a la evolución de los “derechos civiles” de una sociedad que camina al descalabro total.

Por esto, el acto de la Misa en Madrid es necesario, urgente y valioso, para que los miembros de las familias y los cristianos en general griten y recen en voz alta por la paz social en España, por el bien de los hogares, y por la defensa de la vida desde su concepción hasta el momento de irse de este mundo.

Si Dios quiere, un servidor estará en la plaza de Colón.

Tomás de la Torre Lendínez