Un convento vacío en Semana Santa
Una ausencia notable habrá en la Semana Santa: cuando salga la cofradía del Cristo de la Clemencia, de la parroquia de Santa María Magdalena, ya no estarán los negros hábitos de las monjas agustinas contemplando, detrás de las rejas de la azotea, la procesión bajar por la empedrada cuesta de la calle Molino de la Condesa.
En el monasterio de Santa Ursula ya no existen monjas viviendo dentro. Solamente se ha quedado el mobiliario, y el recoleto cementerio, donde yacen las últimas hermanas que entregaron su vida a Dios.
Un cenobio agustino
Desde la mitad del siglo XVI se encuentra el monasterio de Santa Ursula abierto. Han vivido en él monjas contemplativas de la orden de San Agustín. Sobre una superficie de más de tres mil metros cuadrados el edificio tiene trazas muy bellas, de modo especial en el artesonado mudéjar de la iglesia conventual.
La historia de este monasterio ha estado siempre ligada a la vida del barrio de la Magdalena y de la ciudad de Jaén. En el siglo XVII entraron por la Puerta de Martos una madre y una hija, originarias de la ciudad peruana de Cuzco, que oyeron tocar el esquilón conventual. Pararon en él y pidieron ingresar como aspirantes. Con sus vidas edificantes sirvieron mucho a la comunidad.
Además, con su sabiduría culinaria aportaron la receta de las famosas Yemas de Santa Ursula, que han sido postre de lujo en muchas mesas de jaeneros, que sabían que las dueñas de aquel monasterio las fabricaban artesanalmente. El secreto de las Yemas no se ha perdido aún pervive en otro lugar de España.
Posesiones desamortizadas
Según el Catastro del Marqués de la Ensenada el monasterio de Santa Ursula poseía a mitad del siglo XVIII, entre otras propiedades las siguientes: una pluma de agua procedente del raudal de la Magdalena; huertas en la zona del río Guadal bullón; tierras de campiña en el norte saliendo hacia Madrid; olivares en varios lugares del término municipal; algunas casas del casco antiguo y varios títulos de otras posesiones.
En el año 1820, tras la entrada de las tropas francesas y la libre disposición que las tropas ocupantes hicieron del monasterio, el edificio se adoleció gravemente, sobre todo la bóveda de media naranja que cubre el presbiterio. Se acometió una gran obra para evitar la demolición de la iglesia conventual.
La desamortización del ministro Mendizábal dejó el cenobio agustino sin posesiones, que fueron subastadas de forma arbitraria y pasaron a manos más muertas que las de las legítimas dueñas. Todo el siglo XIX fue un ir tirando como pudieron las hermanas dentro del cumplimiento de la regla agustiniana.
En el año 1886, siendo priora la madre Rita Peñalver, se acometió una gran reforma en el suelo del coro bajo, donde habían sido enterradas las hermanas hasta ese momento. Siguiendo las normas de la sanidad pública, en uno de los patios, se construyó un pequeño recinto que sirvió de cementerio hasta los años ochenta del siglo pasado.
El siglo XX
Al llegar el siglo XX, el cura párroco de la Magdalena don Joaquín Salido Aguayo, luchó por conseguir cerrar el famoso callejón del Vicio, que separaba al convento del edificio de la parroquia. El municipio concedió todos los permisos necesarios. Al monasterio le correspondieron dos de las cuatro partes que hicieron los técnicos, una al comienzo y otra al final. En la primera hicieron la sacristía monacal y en la segunda construyeron el actual cementerio, tras pasar antes por un elemental gallinero para sustento propio.
La llegada de la Guerra Civil supuso un cambio radical en el monasterio. El capellán don José Ortega fue fusilado tras pasar por la prisión en la Catedral. Las monjas, con la priora madre Asunción Cano, se distribuyeron por las casas de los familiares.
El convento fue requisado para convertirlo en cárcel militar. Esta ocupación supuso la construcción de una residencia para el director y el uso de las tres grandes bóvedas de cañón existentes en los bajos de las partes del monasterio para albergar a los presos. La destrucción del retablo y de varias imágenes sirvió como leña de la cocina carcelaria.
En el año 1943 se le entregó el monasterio a las monjas, quienes fueron reconstruyendo todo con la lentitud propia de las hormiguitas. En el año 1976 el monasterio fue inscrito en el Registro de la Propiedad de Jaén a nombre de la comunidad de madres agustinas. Durante los años ochenta se hizo una profunda remodelación de la iglesia conventual, coro bajo y alto, celdas monjiles, patio claustral y cementerio de la comunidad, junto a la colocación de las máquinas necesarias para una superlimpieza en seco, que ayudó mucho a la economía conventual.
Nuestros días
La comunidad de religiosas agustinas contemplativas iba creciendo en edad y en deterioro de la salud. Las aspirantes llegaron desde la India y Perú. Pero la realidad se impuso. En menos de un año fallecieron cuatro hermanas.
Las restantes tuvieron que ponerse en contacto con la Federación de Agustinas Contemplativas. La presidenta de este organismo, tras escuchar a todas las partes interesadas, tomó la decisión de unir las hermanas de Jaén con las del convento de agustinas de Villafranca del Bierzo, donde actualmente ejercen su vocación contemplativa ayudando y educando a cincuenta internos de un orfelinato. Aquí llegaron el 2 de mayo de 2008. Antes de partir donaron la imagen de Santa Rita, obra de Jacinto Higueras, a la parroquia de la Magdalena, donde recibe culto de sus miles devotos.
En este pueblo leonés, de la comarca del Bierzo, en pleno camino de Santiago, diócesis de Astorga, están las agustinas de Santa Ursula de Jaén. Y allí han llevado la receta de las Yemas de Santa Ursula, junto las artesas de amasar y los peroles de confeccionar.
Esta Semana Santa
Todos sabemos que en los surcos del camino de la vida se van quedando personas e instituciones. Durante la Semana Santa de 2009 no veremos la estampa que está grabada en la mente de mucha gente y en las fotografías y videos que se han hecho en la tarde del Martes Santo bajando a Jesús de la Caída, cuya túnica hicieron y bordaron las manos monjiles, al Cristo de la Clemencia y Maria Magdalena, y a la Virgen del Mayor Dolor, acompañada por san Juan.
Este año, miraremos hacia la terraza del convento y nos imaginaremos una estampa que el tiempo ha barrido de nuestra Semana Santa.
Tomás de la Torre Lendínez