Los obispos "pasean" al nuncio por la diócesis
En la historia de la Iglesia la figura del Nuncio del Papa nace cuando, en tiempos del emperador Carlomagno, se constituyen los Estados Pontificios y el Papa es jefe religioso de los critianos y dirigente político de aquellas tierras que correspondían con el centro de la peninsula italiana alrededor de Roma.
La figuras de los nuncios, en el primer ordenamiento del derecho eclesial, aparecen como embajadores del Papa ante las cortes de reyes, principes y algunos señores feudales. Por esto, en la mayoría de los Estados, el nuncio suele ostentar el título de Decano del cuerpo diplomático acreditado en ese país, como ocurre en España.
No vamos a describir la historia de la Nunciatura en España. Solamente nos vamos a detener en observar cómo es la relevancia que los nuncios toman desde la Guerra Civil hasta hoy. En el régimen político del general Franco el nacionalcatolicismo era una atmósfera social y moral que recibió su acta de naturaleza en el Concordato entre Madrid y Roma, firmado en 1953.
Con este documento, los nuncios del Papa en España son personajes de primera magnitud, además de ser decanos de la diplomacia. Los obispos residenciales tenían que agradecer, de alguna forma, su nombramiento al alambicado sistema concordado, y cuando llegaba la ocasión de colocar la primera piedra de un templo, o de un seminario, o de un colegio, el nuncio nunca faltaba en la diócesis, cuyo obispo aspirara a un ascenso a metropolitano o arzobispo.
Tras el Concilio Vaticano II, la figura de los nuncios en España pasaron a ser moderadores de la nueva situación del paso de un régimen de partido único a una democracia normalizada al uso de los vecinos del occidente europeo. Así nacieron los actuales Acuerdos entre España y la Santa Sede.
Desde la mitad de la década de los ochenta del siglo pasado, los nuncios volvieron a recuperar su papel de ser paseados por las diócesis españolas: las ordenaciones episcopales, las tomas de posesión de los obispados y arzobispados, las menos primeras piedras de iglesias y colegios, las residencias sacerdotales….siempre fueron ocasiones de oro para encontrarse con el nuncio de la Santa Sede en España.
Los obispos, que son tan humanos como cualquiera de nosotros, tienen sus apetencias a escalar puestos en el escalafón episcopal; por lo tanto, tener buenas relaciones con el nuncio de turno, llamarlo para ocasiones importantes, agasajarlo con regalos…siempre se ha pagado desde la Nunciatura con un ascenso a una diócesis más grande, o al puesto de ser metropolita de una región eclesiástica determinada.
Otros obispos, los menos, nunca han llevado al nuncio a su tierra diocesana por ningún motivo. Y, hoy, yacen en la catedral con flores frescas diarias y una vela encendida junto a su sepulcro. Es otra manera de ejercer el episcopado y que el pueblo siempre agradece y recuerda mucho más.
Tomás de la Torre Lendínez