Las asambleas parroquiales de fin de curso
Estamos en junio. Es hora de hacer balances pastorales en las parroquias, que han dado vacaciones a las horas de catequesis, y el resto de grupos de la comunidad parroquial caminan hacia el descanso familiar.
Tras el concilio de Trento, las parroquias adquirieron una justa legislación canónica que les convirtió en comunidades, presididas por un párroco, acompañado por los sacerdotes coadjutores, donde se debía impartir los sacramentos y educar en la doctrina cristiana por medio del Catecismo dominical.
Durante siglos la Iglesia se mantuvo en estas coordenadas; pero las mudanzas de las necesidades pastorales y muchos más motivos llevaron a Juan XXIII a convocar, este año se cumplen cincuenta años, el Concilio Vaticano II. En sus documentos la parroquia vuelve a recibir un respaldo esencial: será la comunidad de los hijos de Dios; será la porción del Pueblo de Dios formada por los pastores y los laicos, quienes reciben el visto bueno para ser colaboradores indispensables en la tarea de la evangelización de las variadas feligresías, ya que los cristianos participan del sacerdocio común de los fieles desde que recibieron el sacramento del bautismo e ingresaron en la Iglesia comunión y participación.
Apoyándose en esa participación se crean los consejos de pastoral parroquial y los consejos de asuntos económicos, herramientas indispensables para que una comunidad parroquial funcione como es debido.
Las parroquias que inician su andadura en nuevos barrios tienen también una buena forma para crear comunidad: la información plena y absoluta de todas las actividades, por medio de una elemental hoja informativa; y la detallada información de los ingresos y gastos parroquiales.
Ahora, en junio, se están celebrando las llamadas asambleas parroquiales, que consisten en que los feligreses laicos y los sacerdotes se reunen para conocer las luces y las sombras, los gozos y las esperanzas de la comunidad durante el curso pastoral que acaba. Se renuevan los cargos de los consejos de pastoral y de asuntos económicos; se dinamiza alguna parte que pueda estar más debil; se apuntalan los criterios en los diversos campos de la misión evangelizadora: liturgia, caridad, música, catequesis……y se concluye con un deseo de pasar un buen descanso veraniego.
Todos estos utensilios de estructuras parroquiales darán fruto si están impregnadas de la conciencia de que quien hace la Iglesia es el Espiritu Santo, la presencia de Cristo en la Eucaristía, y la vigilancia permanente de Dios Padre desde el cielo, a cuyo encuentro iremos todos cuando nos toque dejar este mundo en paz.
Considerar que las parroquias son estructuras de gestión humana; que las asambleas parroquiales son reuniones de grupos de poder para hacerse con el dominio de la comunidad; que el cura es la escoba en el rincón, o el indispensable personaje sin el cual nadie puede hacer nada; que nada se debe cambiar porque todo funciona a la perfección; pensar que “el grupo de los amigos del cura” son los que mangonean todo; todo esto y mucho más desanima a las ovejas, cierra la puerta a la renovación del aire de la comunidad, y no tiene nada que ver con una viva comunidad de los hijos de Dios en el principio de este siglo XXI. Una parroquia así tiene poco futuro.
Dejo unas preguntas a los lectores: ¿Dónde sitúa su parroquia?, ¿cómo es su comunidad parroquial?, ¿existe participación?, ¿es una comunidad viva y comprometida con el Señor y los hermanos?, ¿reina Cristo en ella, o el señor cura?…..
Tomás de la Torre Lendínez