Control C y Control V : en la Iglesia
Desde la antigüedad clásica, cuando el ser humano usa la piedra, el papiro, la piel animal, la arena…..para dibujar o escribir, siempre ha habido otros seres humanos que han copiado lo que han visto ya realizado.
Los copistas
En la antigua Grecia y Roma la figura del copista es muy meritoria. Las obras clásicas nos han llegado gracias a la función del copista, quien con buen oído, excelente letra y algunas abreviaturas, nos han transmitido todo el saber antiguo.
Cuando la Iglesia alcanza la libertad con el emperador Constantino, acepta una serie de costumbres. Entre ellas está la de asumir a los copistas como elementos necesarios en la trascripción de las obras de los Santos Padres, en las constituciones de los primeros concilios ecuménicos y comarcales, en depositar la doctrina de las homilías y sermones que hoy disponemos de los primeros escritores eclesiásticos.
Algunas de estas obras eran corregidas por sus propios autores, en otros casos nacieron los correctores que eran la herramienta esencial de la función de los copistas, para que las obras patrísticas pasaran a las siguientes generaciones de cristianos.
Los monasterios
De modo particular, San Benito con su Regla monacal marca a sus monjes una de sus obligaciones: la misión intelectual de copiar los viejos papiros manuscritos de obras profanas o eclesiásticas a los primeros libros o tomos de hojas creando las primeras bibliotecas en sentido moderno del término.
En esta misión nacen los ilustradores, quienes con su ingenio llenaban las páginas de pequeñas escenas referentes al texto. Así nacerán los códices tan imprescindibles en la vida de la Iglesia cuando crea las universidades y custodia en los amplios archivos toda la documentación producida.
La imprenta
Al llegar la imprenta, es cuando se plantea la moral de la propiedad intelectual, porque hasta ese momento las obras eran copias manuscritas que cualquier ignorante podía apropiárselas como suyas con el consiguiente embuste al lector.
La Iglesia, es victima, por ejemplo en la reforma luterana, de su falta de claves jurídicas y morales sobre las publicaciones. El concilio tridentino comenzará a legislar sobre la moralidad de la propiedad intelectual y sobre los propios contenidos de los libros que van saliendo del gran invento de la imprenta.
El Santo Oficio, la creación del índice de libros prohibido, la invención de los “infiernos” dentro de las propias bibliotecas y archivos eclesiales, irán dando cuerpo jurídico y moral tanto a la ortodoxia de la doctrina como a la propiedad intelectual del firmante de la obra.
En los obispados se crea la figura del censor y la vigilancia de las publicaciones se encomienda a que lo publicable lleve siempre el “imprimátur” del obispo local.
Así hemos llegado hasta las puertas del Concilio Vaticano II.
Internet
La llegada de la red ha cogido a muchos fuera de juego. En estos años la moral de la propiedad intelectual se ha ido por el sumidero del relativismo que vivimos.
Algunos ignorantes, que no pasarían de ser conocidos solamente en el pueblo de origen, ahora gracias a la posible posesión gratuita de una web o un blog, alojados en un portal gratis, se creen que son como Gómez de Avellaneda publicando la segunda parte del Quijote, antes que la sacara de la imprenta don Miguel de Cervantes.
Muchos compañeros y amigos me dicen que estoy haciendo el tonto con escribir en un blog, porque me encuentran artículos firmados por mí aquí publicados en diversos sitios del ciberespacio o en hojas volanderas, firmadas por el “avellaneda” de turno.
Siempre respondo que no me importa. Sé que ocurre esto. Afirmo que la propiedad intelectual en la red no existe, desde que se inventó el copia y pega. Pero que esto es lo que hay, mientras no se cree un corpus jurídico sobre este asunto dentro de la red, algo que veo difícil a medio y largo plazo.
Me parto de risa cuando cualquiera pide a los demás lo que él no hace, porque Dios no le ha dado más facultades que la de copiar y pegar.
Personalmente, aquí seguiré sirviendo a los lectores, aunque esto que escribo y firmo hoy, aparezca mañana firmado por el “avellaneda” de turno en otro lugar sin citar su procedencia. Me da igual. Solamente miro el bien que estoy haciendo pastoralmente a muchas personas que ponen sus ojos sobre estas líneas que están en la pantalla de su ordenador. A todos muchas gracias y que Dios les pague el tiempo y la paciencia de haber llegado hasta aquí leyendo este primer domingo de julio.
Tomás de la Torre Lendínez