El obispo capellán de la cárcel de Melilla
Entre los obispos que he tratado y trabajado a su lado tengo una honda experiencia. Algunos descansan en la paz del Señor. Otros están aún dando hasta los últimos chorros de su vida, aunque ya no cumplan más los ochenta años.
Uno de ellos es monseñor Buxarrais, obispo emérito de Málaga, quien de forma inesperada presentó en Roma la jubilación donde se la aceptaron de un plumazo.
Don Ramón, como él quería que le llamara, es un catalán abierto, formado para la universalidad. Su paso por tierras de misión marcaron su carácter, su teología y su porte. Lo conocí en la sede malagueña. El trabajo en común era de contenido interdiocesano, algo muy propio de aquella Iglesia de los años ochenta del siglo pasado.