Las madres de los curas son un reflejo de la Virgen María
Cuando hoy termina el año es natural mirar para atrás a los doce meses que se marchan. Las luces y las sombras se entrecruzan al quitar el taco de papel del calendario viejo y colocar el nuevo.
Hoy deseo mirar a mañana, solemnidad de la Madre de Dios, Santa María, porque iniciar el nuevo año con el manto protector de nuestra Madre del Cielo es siempre un signo de paz, consuelo y agradecimiento.
El mismo agradecimiento que deseo expresar al cardenal Mauro Piacenza, prefecto de la Congregación para el Clero, quien ha escrito una carta dirigida a las madres de los sacerdotes y de los actuales seminaristas, que me ha lanzado al recuerdo del regazo maternal ya perdido físicamente, pero que tengo presente a diario en mi vida sacerdotal.
Las madres de los curas son un fiel reflejo de la Madre de todos, de María de Nazaret.
Las razones están aquí.
Cuando una madre concibe a un hijo en su seno y conforme va creciendo en su interior le habla de Dios, reza el Santo Rosario, ríe y canta, llora si viene al caso, ese niño trae un sello invisible donde el Señor ha colocado la semilla de la llamada a ser sacerdote de Cristo en el futuro.
Cuando esa madre tiene a su hijo en su regazo, le alimenta en sus pechos, le limpia con sus manos, le conduce con sus consejos, le despierta el sentido religioso sellado por el sacramento del Bautismo, esa madre está haciendo lo mismo que María con su Hijo Jesús de Nazaret.
Cuando esa madre recibe la noticia de la boca de su hijo: Tengo vocación de cura, madre, me marcho al Seminario, quiero ser otro Cristo. Esa madre llora de alegría, abraza a su hijo como un héroe.
Ese hijo, tras los estudios, la formación espiritual y humana, con la madurez de los años, es llamado a formar parte del presbiterio diocesano por el obispo confiriéndole el sacramento del Orden Sacerdotal, aquella madre exalta de alegría, llora de gozo, reza a borbotones, y está, como María, dispuesta a cumplir la voluntad de Dios junto a su hijo sacerdote donde esté destinado a ejercer el sagrado ministerio sacerdotal.
¡Cuantas madres de curas han salvado la vida de sus hijos de las garras del mal¡. ¡Cuantas madres de sacerdotes han estado, como María, junto a la Cruz de Jesús, al lado de sus hijos sacerdotes haciendo de pequeñas corredentoras, como la Virgen lo estuvo junto al único Redentor que es Cristo¡.
A las madres de los curas, sus hijos, les tenemos levantados unos monumentos majestuosos encima de su altísimo pedestal están ellas, como María preside los altares de nuestras iglesias, donde laboramos pastoralmente.
La carta del cardenal Mauro Piacenza lo expresa mejor que mis torpes dedos sobre el teclado del ordenador. Recomiendo la lectura tranquila de está carta, tanto a los compañeros sacerdotes, como a cualquier laico, para entrar dentro de ese misterio de amor materno filial entre los curas y nuestras madres, que ya gozan de la visión del Señor en el Reino de los Cielos, y las madres de los actuales seminaristas que serán las madres de los curas futuros.
La citada carta está haciendo clic aquí.
Tomás de la Torre Lendínez
3 comentarios
Me uno a ese recuerdo suyo. Pido por esas madres de los consagrados y,como no,por todas las madres.
Un abrazo,don Tomás.
Para ser un reflejo o más bien el polvo de las sandalias de la Virgen María se requiere tal santidad que no existe en la Tierra.
Vamos, que ni Santa Teresa. Así lo siento.
¡Feliz año D. Tomás! Que Dios le conceda muchas gracias.
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