Las Navidades de los tristes y amargados
Cada año que llega el aniversario del Nacimiento del Señor Jesús en Belén, encuentro más gente triste y amargada deseosa que pasen rápidas estas fechas, que les da repelús el tenerlas que vivir. Si pudieran las quitarían del calendario.
No son, solamente, los agnósticos y ateos, o los miembros de otras religiones, quienes se manifiestan así contra la Navidad del Señor. Son muchos católicos de misa dominical, de Comunión frecuente, de compromiso con la Iglesia Católica.
En los primeros es explicable la situación. En los segundos no es coherente.
¿Qué causas inducen a católicos convencidos a llenarse de tristeza y amargura?
Las expongo en números, porque se expresan más gráficamente.
1.- El carácter, la manera de ser de la persona, tiene una gran explicación. Las personas tristes lo son de cuna. Los amargados lo son de aprendizaje vital. La observación de otras gentes alegres y contentas por el Nacimiento del Hijo de Dios los sumerge más en la tristeza y la amargura.
2.- Tristes y amargados han subido en el escalafón social en los últimos años motivados por la sima honda de la crisis económica, laboral, y moral por donde está caminando la presente sociedad.
3.- Otro gran sector de los tristes y amargados confiesan que “mal tragan” las Navidades, porque se acuerdan de su infancia, de sus familiares finados, de sus neuras oscuras y de sus fantasmas imaginarios.
4.- Buena parte de estos convecinos tristes y amargados no tapan con careta sus dolencias sicológicas en los días navideños. Todo lo contrario. Se encuentran mejor contando sus aventuras tristonas para ganar adeptos a su causa de la amargura anual cuando nace el Señor en Belén de Judá.
5.- Estas personas, son o no, depende, tristes y amargados el resto del año. No saben de risas y alegrías. Están incapacitados para entender estos sanos sentimientos humanos de sentir y contagiar júbilo por la gran noticia que hoy celebra toda la Iglesia: el Nacimiento del Mesías en la ciudad de David.
¿Qué deben hacer estos seres tristes y amargados?
A) Como Santa Teresa de Jesús decía a sus monjas: Entender de amores al Niño Dios que nace en el portalito, junto a la mula y el buey. ¿Realmente la fe católica de estas personas les llena en plenitud su alma para amar a Dios y a los hermanos en la noche oscura y en la plena luz solar?.
B) Acudir a los peritos del alma, como el confesor, quien sin pasar ninguna minuta, escucha, dialoga, cura y sana las heridas morales inferidas por el propio ser humano que está delante como penitente y que desea, como el hijo pródigo, que el Padre le abrace y perdone sus culpas y pecados.
Estas ideas no tratan de agotar el tema de hoy, solemnidad de la Navidad del Señor, pero, al menos, si a una sola persona lectora de este post le sirve para salir de su tristeza y amargura, ya le ha regalado algo muy importante el Señor desde la cuna de Belén.
Feliz y santa Navidad del Señor a todos los amigos lectores.
Tomás de la Torre Lendínez
15 comentarios
Soy católico, de misa diaria y confesión frecuente, y sea por carácter configurado genéticamente, o por las muchas heridas que me causaron en edades tempranas, tiendo a la tristeza y al dolor interior, y más en estos días.
Y veo que a muchos sacerdotes, y también a otras muchas personas, les cuesta entender que detrás de estas tristezas no siempre hay causas fácil y cómodamente descriptibles como pecados de egoísmo, orgullo, soberbia, etc. O al menos, no más que en otras personas. Lo que hay es heridas, enfermedad de la parte psicológica que es la delgada franja que une cuerpo y alma.
Pero es más fácil compadecerse de alguien que tiene un dolor físico que de alguien que tiene dolores no físicos. Por eso a los primeros nadie los suele llamar "amargados", "incoherentes con su fe", etc.
Yo como católico de pe a pa estoy triste estos días, pero en el fondo de mi alma brilla la luz de Cristo que sé que me ama y que me salva. Pero esto no anula el dolor digamos de las capas externas del alma.
Como creo que por desgracia todavía no existe cura humana eficaz para estos males cuando están muy arraigados, lo que procuro es asociar mi tristeza y mi sufrimiento a la Cruz del Señor, y en Navidad incluirme en medio de los pobres y abatidos que sin duda merodearon en su día alrededor del portal de Belén, y compartir las tremendas incomodidades de María y José en aquellos momentos.
¿Esto me cura la tristeza? No. ¿Me convierte en ese modelo de católico humanamente risueño y jocoso que parece ser hoy en día el único aceptable y presentable en sociedad, según muchos hombres de la Iglesia, entre ellos usted, por lo que leo en su artículo? No. Sigo triste, acogido al calor interior que me da el Señor en el centro del alma, pero que Él, por razones que quizá no comprenda en esta vida, no quiere que caliente todavía hasta el exterior.
Por eso me fueron de gran consuelo en su día los artículos del P. Iraburu "Santos no ejemplares". Entre ellos aspiro a encontrarme yo.
Comprendo a Triste y amargado, en algún momento de mi vida me sentí así, es vivir la Navidad desde el sufrirmiento, pero les puedo asegurar que hay un dulce amor a Cristo, dentro de ese sufrimiento.
Se entiende perfectamente lo que vd. dice. No he visto yo tampoco muy fino a D. Tomás con el post de hoy, siendo el día que es. En Navidad, uno, si se siente alegre que lo esté, pero tampoco es cuestión de reprochar a otros que no lo están, máxime si lo intentan y no "les sale".
Sr. triste, los Santos son los que han luchado, incluso contra sí mismos, y por eso Dios los ha querido así. Dios nos acepta como somos y quiere darnos de su Vida. ¿ Acaso no acabo de asistir a misa de 12, donde el cura ha sido sosísimo en la homilía: la ha leído entera. ¿ Pero qué feligresía se cree que tiene ? ¿ Académicos ? ¿ Es eso transmisión de alegría ?
Mire, Sr. triste, no se deje atosigar por los del "optimismo apisonadora", que se creen con el derecho a exigir "optimismo urbit et orbe" sin ponerse en el lugar de nadie. Cada uno a "su estilo" mira y sigue la Luz del Niño Jesús. ¿ O es que sólo existe el estilo de la zambomba y el tambor, de la pandereta y el griterío ? Somos cristianos NO por nuestro carácter, sino porque encontramos en la Sangre de Jesucristo la esperanza que guía nuestra vida.
Muy cordialmente, reciba un afectuoso saludo.
PD. Y seguro que D. Tomás pone mañana un post más acertado que él de hoy.
El solo hecho de conservar la fe en medio de nubarrones y reveses, creo que es suficiente indicio de que el gozo no ha desaparecido del todo. Entre Schopenhauer y el Crucificado hay un abismo.
Como con los varones destrozados por las leyes de género aprobadas por Zapatero y mantenidas por Rajoy: personas a las que el odio de sus cónyuges, avivado por abogados y fiscales, les ha arrebatado a sus hijos, su patrimonio y su honra.
(Perdón: se me cortó)
Es cierto que una familia en la que todos sus miembros se amen y unas amistades profundas ayudan a recibir con alegría al Niño Dios. Pero quien no las tiene, se encuentra en una situación dura.
Me parece que los "palos" que nos da la vida, mencionados por Mariner, son cada vez más dolorosos.
Pero también la Navidad era motivo de profunda tristeza. Yo pertenecía a uno de los grupos que Vd. ha descrito con tanto acierto. Me traía recuerdos de una familia que ya no existe. Y no existe tanto por ley de vida, la desaparición de muchos de sus miembros, como por la extinción de los vínculos afectivos que aparentemente nos unían a los que aún quedamos vivos. Yo soy un hombre muy de familia, hogareño (como buen Tauro, dicen); me hubiera encantado tener no sé cuántos hijos. Dios no lo ha querido así. El hecho es que, en su dimensión humana, la Navidad significaba para mí soledad, una soledad radical, como subrayada.
Así, hace un año, logré componer un soneto por estas fechas que resumía estas vivencias. Lo copié entonces en el blog de D. Guillermo poco antes de que lo cerrara a los comentarios, y lo hago ahora aquí:
NAVIDAD
Peregrino de silencio y añoranza,
cargado de una sed inapagable
por desierto de arenas formidable,
camino tras la luz de mi esperanza.
Perdí su estrella y toda mi templanza,
arrastrando un dolor inabordable;
ya no sabiendo amar lo que es amable,
perdí el rumbo de la fe y la alabanza.
Ciego y mudo, mas fiel a mi destino,
anduve más allá de mi apariencia;
lisiado y cojeando, yo esperaba.
Siempre creí que el hálito divino
habría de soplar en mi indigencia
y nacerme aquel niño que me amaba.
En estas Navidades, la situación familiar no ha mejorado en nada. Mi familia de origen es hoy menos familia que nunca, lo cual, aunque pueda parecerle paradójico, me ha supuesto una liberación espiritual no pequeña: no se debe luchar nunca en direcciones equivocadas. Además, el año que viene es el que con peor perspectiva se nos presenta. Mi mujer en paro, y yo apunto ya de cerrar el despacho e irme también al paro después de catorce años de actividad en mi profesión y rozando los cincuenta de edad. Prefiero no calcular con exactitud en cuánto se nos han desplomado los ingresos. Afortunadamente, mi mujer y yo siempre hemos sido previsores y austeros en nuestro modo de vivir, así que no debemos nada a nadie, o casi, pues nuestra hipoteca es muy reducida. Y como hace muchos años estamos pasando esta Navidad completamente solos Isabel (mi mujer) y yo.
Sin embargo, lo que comenzó siendo quizá las navidades más tristes y anodinas para nosotros, se ha transformado, al menos para mí, en algo completamente nuevo y desconocido. Hace cuatro o cinco días me confesé después de varios meses sin acudir al sacramento. Obstáculos externos y sobre todo internos (sin duda, los peores) me lo hacían difícil. Bueno, pues habiendo confesado los mismos pecados de siempre, con el mismo sacerdote, con mis vacilaciones y mi escepticismo (volvería a pecar de lo mismo en cuanto saliese del confesionario, como siempre desde hace tantos años), resulta que esta vez me siento profundamente liberado, limpio, como no recordaba ya. Casi temo aún escribir esto, pero siento que mis viejas (verdaderamente viejísimas) heridas se han cerrado. Las tentaciones que me acosaban por dentro desde mi juventud, apenas poseen fuerza. Me siento amado, liberado y en paz. No sé si esto durará mucho, pero me siento como renacido. Hasta físicamente me hallo viviendo un sorprendente vigor, una extraña segunda juventud sobrevenida. Y la tentación no me hace mella.
No puedo explicarlo. Solamente que soy feliz, entre tanta humana tribulación, como no lo había sido nunca en mi vida. Por fin, en esta Navidad de 2012, a mis 49 años de edad, me ha nacido aquel niño que me ama. Ya no es un deseo nostálgico, un horizonte lejano: es una realidad. El Señor ha entrado en mi corazón, y no sé cómo ha sido.
Bendito sea el Señor. ¡Adorémosle!
[Perdone la extensión].
------------------------
Contemplo que el Niño Jesus te ha mirado desde el portal de Belén.
Te felicito. Y rezo por tí y por todos los lectores y comentaristas de este Blog y de este post en concreto, que está dirigido a varios amigos que me lo pidieron ayer.
Feliz Navidad a todos.
Tomás de la Torre
Ánimo. El Señor no te abandona nunca. Permite tu sufrimiento; pero el premio te lo está guardando solo para ti. Pero has de pasar por esta etapa. Yo he vivido esto que describes durante casi toda mi vida; no era cosa solo de la Navidad. Eso sí, en medio de un agotamiento físico, psíquico y espiritual increíbles, que casi me llevan más de una vez por delante, nunca perdí la fe, desde que la recuperé, como hijo pródigo que soy, hace unos veinte años.
Ten fe, y espera en el Señor. A pesar de todo y de todos. Él no te dejará caer. No se deja caer a quien se ama. Y menos quien es el Amor mismo.
Con la alegría pasa exactamente lo contrario. Hay una falsa, superficial, que viene del triunfo material, del beso robado y del aumento de sueldo; y otra profunda, enraizada en valores y verdades que algunos llamamos "fe".
No es raro que coexista la tristeza profunda con la alegría profunda. Yo, que me reconozco enfermo depresivo, sé muy bien que enmedio del bullicio de las Navidades y los villancicos puedo estar a la vez profundamente triste y profundamente alegre (la gente sólo nota la tristeza, lamentablemente). Como Descartes, pero con fe, "Creo, luego existo", en el abismo de mi angustia profunda encuentro una pequeñísima partícula de Dios, insuficiente para hacerme sonreír, pero suficiente para soportar otra Navidad en la que todos ríen por fuera, pero pocos estamos felices por dentro.
En mi familia se dan ahora dos casos de gravedad "social",podíamos decir,pues bien,estoy seguro que el Señor nos abrirá los oídos y los ojos para encontrar salidas,que no siempre soluciones como queremos,a la vida,no al tema en concreto.
A estos dos familiares,ambos enfrentados con ellos mismos y conmigo en parte,con el resto de familia,puedo decirle que no les deseo el menor mal,al contrario,todo el bien,pero no como ellos lo quieren,caído del cielo,sino que encuentren luz para salir de su angustia y egoísmo.
Un abrazo.
Los comentarios están cerrados para esta publicación.