Aguacero cerrado
“El Señor nos deja vacíos, para llenarnos” Alonso Gracián
El invierno en el trópico suele ser abrumador incluso para quienes hemos vivido aquí toda la vida.
Suele llover sin cesar días y días. Rayitos de sol apenas se escapan detrás de las nubes de vez en cuanto durante meses enteros.
Pues bien, bajo un temporal de este tipo me disponía a hacer una diligencia cerca de mi casa por lo que le pedí a un familiar que, ya que mi automóvil está dañado, me hiciera el favor de prestarme el suyo. Se negó. Lo hizo sabiendo que soy asmática y que la humedad y el frío exacerban mis otras enfermedades.
Pues así me fui, un poco dolida pero contenta bajo la lluvia ya que mojarme, de todas formas, ha sido siempre de mis cosas preferidas.
Cuando venía de vuelta medio rezando y medio cavilando en mis asuntos, me encontré con Mireya.
La querida Mireya es una mujer mayor que yo, también soltera y sin hijos, cuida de su madre desde que se pensionó ya que trabajó en una fábrica de chocolates toda su vida.
Mireya, desde que murió papá, ha estado pendiente de mí. Siempre que se encuentra conmigo me pregunta cómo van las cosas y nunca, la pobre, recibe buenas noticias.
Ese día, cruzó la calle para saludarme por lo que ambas, con nuestros respectivos paraguas, nos quedamos conversando un ratito.
No más verla y debido a lo mucho que me quiere, pensé en lo mal que la estaría haciendo sentir al verme en aquella figura.
Pues qué les diré, al momento se me llenaron los ojos de lágrimas y fue cuando a su saludo respondí: -“Mireyita, pues nada, las cosas parecen mejorar, aunque no estoy muy segura. Si lo hacen, lo hacen pero muy lentamente. Lo que sucede es que cuanto te veo y pienso en lo que ustedes han de haber pasado, lo que me pasa, se me vuelve nada”
Ella respondió: - “Ni le cuento. Cuando vivíamos en La Trinidad, éramos tan pobres que ni zapatos teníamos y nos echaban de las casas porque no podíamos pagarlas”.
“A eso me refiero, Mireya y no solo eso, sino el que hayan salido adelante y que todos en tu casa sean tan bondadosos, se tengan tanto respeto y se quieran tanto”
Mireya nada más sonrió y nos dimos un abrazo. Me echó mil ánimos y bendiciones.
Nos despedimos queriéndonos un poco más.
“Con las manos llenas de tus cosas no podrás tomar lo que el Pobre de los Pobres quiere darte. Por eso el Espíritu Santo te despoja de todo, hasta de ti mismo, para que la plenitud del Hijo del Hombre te haga rico y seas tú mismo” Alonso Gracián
NOTA: Escogí la fotografía que publicó mi amiga Priscilla Mora Castillo en su facebook. La tomó en La Fortuna de San Carlos, un lugar donde -me parece- llueve todavía más que en el lugar donde vivo. La tituló “Aguacero cerrado". Para animarla en su trabajo es que he titulado de esta forma la presente entrada.
Gracias, Pri. Te dije que esa foto me pareció maravillosa.
6 comentarios
"lo que me pasa, se me vuelve nada". Es importante, una gracia. Así hablaba de sus cosas Santa Ángela de la Cruz.
Gracias por citarme.
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A ti las gracias, Alonso.
A Alonso Gracián, también las gracias, pues Dios me ha regalado una respuesta por medio de la frase: "El Espíritu Santo te despoja de todo, hasta de ti mismo, para que la plenitud del Hijo del Hombre te haga rico y seas tú mismo."
Y gracias, Maricruz, por compartir tan bello testimonio.
Dios los bendiga.
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A vos las gracias, ñatica.
Besos,
Saludos
Y yo que pensaba que en el trópico lo que sobreabundaba era el buen tiempo...
El que tu familiar no quisiera dejarte el coche, es algo más que frecuente, que se le va a hacer.
Saludos cordiales.
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Eso es frecuente? No lo era en mi familia hasta ese día.
Cosa triste. Tendré que habituarme, pues.
:(
Con éso te lo digo todo.
Saludos afectuosos.
Un abrazo fraterno. Mil gracias por el regalo de este post con mucha luz, pese a la lluvia.
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