¡Ay, niña Maricruz! ¡Usted habla más que perdido cuando lo encuentran!
A ver. Ahora sí. De vuelta con un tema edificante.
Resulta que, para cuando Tamuga (es el apodo que le pusieron a mi mejor amigo Esteban en el seminario) llegó de trabajo pastoral a San Jerónimo yo tenía aproximadamente 35 años y estaba hecha una viejita. Me vestía como tal y me comportaba como si mi vida estuviera pre-destinada a vestir santos. Para mi, aquél estado de vida sería con el que moriría. Estaba resignada. ¡Cuanto han cambiado las cosas desde entonces!
De párroco estaba nuestro primer párroco, el padre Guido Villalobos quien ahora es el capellán del Hospital San Juan de Dios. Un hombre de Dios, alegre, fuerte, activo, de fe muy firme fundada en lo que bebió de su familia y de los buenos párrocos de aquél entonces en su natal San Isidro de Heredia.
El padre Guido le inyectó a la parroquia una energía que jamás imaginé llegaría a tener ya que he vivido en este lugar por treinta y pico de años pero jamás había visto ni he llegado a ver nada igual: misa diaria, confesiones, montones de horas santas, rosarios, liturgia de las horas con el pueblo, procesiones para todo, coros magníficos (le encantaban los Heraldos del Evangelio y las Misas de Tropa) y, por supuesto, mucho pero mucho amor a Cristo en la liturgia.
Saben lo que le pasó un día? Lo había olvidado! Le dió un infarto en la ocasión que profanaron el sagrario de la filial de San Gerardo. Lo llevaron en ambulancia al hospital y desde entonces su salud ya no es la misma. Han de creer? A cuántos curas conocen que les den infartos por algo semejante?
Pobre padre Guido! Un día de estos lo vi y está tan desmejorado. Ya no es el mismo. Está flaco pero por dicha sigue dicharachero ya que es una de sus particularidades más agradables. Noté que ha crecido en virtud, eso sí ya que, toda vez que quería soltar la lengua para quejarme de algún cura (mi obsesión por esta época del año) me salía con algún dicho que me obligaba a morderme la lengua. Al final, pudo más su sabiduría que mi lengua ya que me la hizo tragar ofreciéndome razones por las que le debía amor al Arzobispo.
En fin, que cuando Tamuga llegó a San Jerónimo, el párroco era el padre Guido y yo, era una viejita de 35 años.
Ambos me acogieron de tal forma como nunca antes un sacerdote o seminarista diocesano me había acogido. Confiaron en mí, comprendieron mis locuras, las respetaron, me motivaron a ponerme al servicio de los demás de muchas formas pero, sobre todo, me dieron mucho pero mucho cariño y… ¡hasta el día de hoy!.
Comentando estas cosas con mi peluquera me dijo que de no ser por el padre Guido quién sabe qué tipo de católica sería. Que, a lo mejor, andaría como andaba, algo despistada de las misas y de los sacramentos. Quién sabe, pensé, si su matrimonio se hubiese siquiera mantenido en la solidez en la que se mantiene por haberse integrado al Camino Neo-catecumenal gracias a que el padre Guido acogió a este movimiento en la parroquia.
Eso sí, el padre Guido tenía eso, no despreciaba a nadie y le gustaba todo de la gente y de la Iglesia. Tanto le gustaba la gente que nos construyó un rancho fuera del templo para que antes de entrar o para salir de misa conversáramos y nos riéramos. En ese rancho, durante las fiestas patronales colocábamos todo tipo de juegos para niños y adultos. El rancho era espantoso, se lo decía mi madre, pero el padre solo reía como reía cuando mi perra la “Negra” me alcanzó un día y se subió sorpresiva e intempestivamente a la banca para darme un lengüetazo en la mejilla en media misa.
“Avemaría, niña Maricruz. Que sus perros no lo dejan a uno tener devoción!”. Eso decía riendo. Lo repitió ese día que les dije que lo vi mientras me di cuenta que también recordaba a mi perro “Perriux” que cuando estaba yo en el ambón se llegaba hasta mí, sin que me diera cuenta, a sentarse mirándome para escuchar mientras leía la primera lectura.
Para ese entonces, como les dije, era yo una viejita pero ambos mediante su devoción por mi persona (que es y ha sido pura gracia) me sacaron de ese lugar informe con aroma a muerte en el que me encontraba. Un cura diocesano y un seminarista.
Ya ven? También tengo historias de buenos curas, mejor dicho, de curas santos y buenos seminaristas.
Otro día, les contaré más.
Claro, siempre y cuando el padre Guido vigile que no hable de más ya que bien sabe que “hablo más que perdido cuando lo encuentran” (otro de sus dichos)
6 comentarios
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Padre Carlos Humberto, no se qué tengo hoy pero tras leer a Mons. Sanz Montes hablando sobre la muerte súbita de un recién ordenado sacerdote quedé llorosa por lo que, escucharlo diciendo cosas tan pero tan bonitas sobre mi padre Guido, me hace nuevamente tener ganas de llorar.
Le tengo a usted también gran aprecio, padre Carlos. Gracias.
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