Leer a Evelyn Waugh, o cómo evitar la decadencia y caída en lo vil

                              Ilustración de Kate Baylay,  para Cuerpos viles.

          

               

          

«¿Cómo puede existir la vergüenza en un mundo, como el moderno, en el que el vicio ya no rinde pleitesía a la virtud?».

Evelyn Waugh

 

 

Voy a hablarles de dos novelitas –por extensión, solo por extensión– del británico y católico Evelyn Waugh, Decadencia y caída (1928), y Cuerpos viles (1930). Dos obras con las que, en su día, reí a carcajadas, y que, en una segunda y reciente lectura, me mostraron un plano más profundo, que, a menudo, pasa desapercibido.

La primera de ellas, Decadencia y caída, escrita por Waugh en 1928, sigue las andanzas de su protagonista, Paul Pennyfeather, estudiante de Oxford convertido en maestro de escuela y finalmente presidiario, que se abre camino a tientas por una Inglaterra que se está descivilizando rápidamente, al tiempo que pone al descubierto la corrupción y disolución de instituciones fundamentales como la enseñanza, la iglesia anglicana y el régimen penitenciario.

Por su parte, la segunda en el tiempo, Cuerpos viles, publicada en 1930, es otra divertida sátira que describe un mundo que ha perdido su brújula moral. La trama consiste en la inmersión del protagonista, Adam Fenwick-Symes, en el tipo de vida vacía y fútil que llevaban los denominados en la época, jóvenes brillantes, los «Bright Young Things», navegando sobre un mar de frivolidad, en el que las fiestas, la infidelidad desenfrenada y religión superficial hacen de falsas balizas en medio de una tormenta moral.

Alguien podría sostener –y muchos lo han hecho y lo seguirán haciendo–, que estas dos novelitas pertenecen a un Waugh pre católico y secularizado, a un autor frívolo que, haciendo uso de su maestría con las letras y de su evidente talento para la sátira, solo buscaba en estos dos divertimentos la risa fácil, y el silencio del vacío moral que nos deja el final de una efímera carcajada. Sin embargo, nada más lejos de ello.

Sin negar la evidente comicidad y extraordinaria diversión que nos proporcionan estas lecturas –lo cual es muy bienvenido–, se trata de obras serias que retratan las convicciones morales de Waugh, y que prefiguran su defensa de una visión del mundo completamente católica. Las dos novelas son como espejos que, con clara intención crítica, el autor sostiene ante una sociedad que, en aquel momento, venía promoviendo dichos «elementos perversos»; tal y como continúa haciendo hoy, por cierto. Y por eso estas dos obras representan una vuelta a las prácticas de una crítica cautelar, burlona y satírica, ya conocidas en la literatura inglesa y de las que es máximo representante el viejo Swift.

Tanto en Decadencia y caída, como en Cuerpos viles, Waugh presenta a sus lectores un mundo desprovisto de moralidad objetiva, donde los personajes deambulan por entre medias de una vertiginosa combinación de sinsentido y decadencia. Lo cierto es que ambos títulos son muy gráficos: el primero de ellos, en homenaje a las grandes obras de los historiadores Gibbon y Spengler; y el segundo, a una epístola de san Pablo a los Filipenses. Es pues claro que el autor no esconde su visión pesimista del mundo secular que le tocó vivir, concretamente de ese mundo descarnado, desenfrenado y cínico que surgió tras la desolación de la Gran Guerra. El hecho de que Waugh presente la sociedad europea de comienzos del siglo XX de forma tan burlona demuestra su propia incomodidad, la desaprobación de muchos de sus principios, y lo cerca que estaba a su próxima conversión (el 28 de septiembre de 1930).

En estas dos novelas, Waugh rechaza sin ambages, tanto el blando humanismo, como el duro utilitarismo que dominaban su tiempo, y a la vez, afirma sutilmente los puntos de vista católicos sobre el pecado original, la santidad de la vida humana y el matrimonio. Todo lo que sucede, sucede al revés de lo que señala la naturaleza de las cosas: los que deben casarse no lo hacen, mientras aquellos que no deben hacerlo lo hacen, los culpables salen indemnes al tiempo que los inocentes cargan con la culpa, los incompetentes ocupan puestos de poder en tanto los capaces son arrinconados, y todo, todo se sume en el desastre, la locura y la soledad.

En Decadencia y caída, esto se hace evidente a través de sus retratos del reformador de prisiones Sir Wilfred-Lucas Dockery, como representante de ese humanismo descafeinado, y del arquitecto Otto Silenus, claro ejemplo del pujante y árido utilitarismo.

Sir Wilfred Lucas-Dockery insiste, ingenua y rousseaunamente, en que toda actividad delictiva es simplemente el resultado del «deseo reprimido de expresión estética», y, por lo tanto, retuerce la realidad de todo lo que acontece en la prisión para tratar de encajarla en su teoría; así, espera que los presos estén agradecidos por la oportunidad que les ofrece de participar en sus experimentos. El profesor Otto Silenus, por su parte, es un cínico arquitecto ultramoderno que prefiere construir edificios que «alberguen máquinas, y no hombres»; unos hombres vulgares a los que desprecia, pues, según él, «¡qué repugnantes e inenarrables son todos los pensamientos y la autoaprobación de este subproducto biológico!».

Estos dos personajes expresan el irónico desprecio de Waugh por ese humanismo al servicio de sí mismo, y el espíritu mecanicista y utilitario que le acompaña, tan de hoy, y muestran, crudamente, la superficialidad de tales ideologías. Ambos exponen al lector, como dos caras de Jano, la ambivalencia de lo moderno, que por lado encumbra al hombre y finge preocuparse por sus más pequeños infortunios, lo que culmina en un humanismo naif, y por otro, desprecia, desde sus élites, al hombre común, al que menosprecia y al que pretende eliminar eugenesizándolo.

Consecuentemente, ambos tipos patentizan la oposición de todas esas ideologías modernas a un catolicismo que, trasciende la humanidad meramente natural y buenista del director de prisiones, y sacraliza el destino humano, alejándolo del utilitarismo mecanicista del arquitecto. Pero todo ello hecho con un tremendo humor, pues la seriedad con la que tanto Lucas-Dockery como Silenus se toman sus ideologías resulta cómica precisamente por su absurdo.

También en estas dos novelas el tratamiento de la muerte es revelador. A pesar del tono burlón, las muertes y suicidios se suceden a un cierto, y por ello, aparentemente banal ritmo. La vida es barata y la muerte se toma a la ligera. El hecho de que esto resulte cómico demuestra el erróneo enfoque de una sociedad que no valora la vida humana. Innumerables personajes de estas sátiras de Waugh sufren destinos trágicos, y su desaparición se trata casi siempre con una brevedad superficial. Tomemos, por ejemplo, el fallecimiento de Flossie en un hotel, en Cuerpos viles. Puede parecer divertido cuando el dueño del hotel comenta egoístamente el fallecimiento («lo que me molesta, es tener una muerte en casa y todo el alboroto. No hace ningún bien a nadie que la gente se mate en una casa»), pero al exponer la ligereza con la que los personajes observan la tragedia, Waugh está exponiendo su falta de corazón y su deshumanizada naturaleza.

Por último, la concepción del sexo y el matrimonio es significativa. En Cuerpos viles, Adam y su prometida, Nina, consienten en tener relaciones prematrimoniales. El resultado es frustrante para ambos, sobre todo para Nina. Para mostrar hasta qué punto el sexo fuera del matrimonio, y meramente recreativo, puede arruinar una relación sana, Waugh escribe sobre el trato que se da la pareja después de su encuentro: «Adam se inclinaba a ser egoísta y abatido; Nina estaba más bien crecida y desilusionada y claramente enfadada». Ambos también se toman la relación matrimonial con evidente ligereza, en marcado contraste con la afirmación católica de su sacralidad e indisolubilidad. Waugh trata de darnos una explicación, muy de hoy:

«La verdad es que, como tantos jóvenes de su edad y clase, Adam y Nina sufrían por ser sofisticados en materia de sexo».

Adam continúa diciéndole a Nina: «No sé si suena absurdo… pero creo que un matrimonio debe durar bastante tiempo», en contraposición a la idea tradicional del matrimonio para toda la vida. En cuanto a la felicidad conyugal, Nina no cree que «esas cosas divinas ocurran alguna vez», y, de hecho, ambos participan en una aventura adúltera después de que Nina se case finalmente con otro pretendiente. Después de varios encuentros, rupturas y nuevos reencuentros, la culminación de ese adulterio es la concepción de un hijo, lo que para Nina es «demasiado horrible». La falta de fundamentos morales de Nina no la ha preparado para el sacrificio que requiere criar a un hijo, ya que no puede concebir un mundo en el que sus propios deseos no sean el centro de todo.

Evelyn Waugh comparó una vez su conversión con «cruzar la chimenea y salir de un mundo de espejos, donde todo es una caricatura absurda, para entrar en el mundo real que Dios creó». La frase parece hacer referencia al famoso pasaje de san Pablo en la primera epístola a los Corintios, cuando habla de ver, oscuramente, a través de un borroso espejo. De esta manera, los mundos de Decadencia y caída y Cuerpos viles, son un buen indicador de lo que Waugh quería decir con la expresión «caricatura absurda». Waugh reconocía el sin sentido de un mundo sin Dios, pues estaba ya en ciernes su conversión, y esto es claramente visible en la forma en que retrata a personajes, divertidos pero vacíos. Ello, a pesar de que, formalmente, tales obras puedan encajarse en del movimiento modernista, propio de la época, y su humor pueda, en consecuencia, malinterpretarse como mero divertimento que juega con la perversión. Abundando en esta idea, para algunos, este estilo modernista y desencantando es abandonado abruptamente por el autor, en Retorno Brideshead, transformando ese frívolo «elemento perverso» en implacable pecado, lo que prueba la ausencia de toda profundidad en las dos novelas que comento aquí. Nada de esto es así, como acabamos de ver. Simplemente en Retorno se hace explícito lo que estaba larvado y en ciernes en estas dos divertidísimas y aleccionadoras sátiras. Basta para ello hacer una lectura desprovista de prejuicios ideológicos, y ver que resulta abrumadoramente claro que sus convicciones morales y teológicas, esas que llevaron a Waugh a abrazar una fe católica, existían ya en él y en estas obras, y sólo se hicieron más explícitas en su vuelta a Brideshead.

Retorno a Brideshead es, ni más ni menos, la respuesta de Waugh a la decadencia y destrucción presentadas en estas dos obras. Charles Ryder fue, en algún momento, un joven brillante como Adam Fenwick-Symes y Paul Pennyfeather, pero, el contacto con el catolicismo de la familia Flyte y la acción de la gracia, le salvan, permitiéndole, como al propio Waugh, «cruzar la chimenea». Nuestro autor hace uso en la novela de una imagen del chesternoniano padre Brown para ilustrar esa actuación de la gracia que, a modo de anzuelo bien provisto, nos tiende el Pescador, y que es recogido en su momento no importando cuán lejos estemos:

«Le cogí (al ladrón) con un anzuelo y una caña invisibles, lo bastante largos como para dejarle caminar hasta el fin del mundo y hacerle regresar con un tirón del hilo».

Pero toda esta profundidad viene acompañada, en estas dos novelas breves, de risas e ironías. Evelyn Waugh es muy divertido aquí. Casi tan divertido como su admirado P. G. Wodehouse. No obstante, aunque estas dos novelistas de Waugh son dos buenas lecturas, y divertidas ambas, y, aun cuando sus jóvenes protagonistas, Paul y Adam, podrían, a simple vista, cruzarse con Bertie y sus zánganos en sus muy similares escenarios del barrio londinense de Mayfair y las mansiones de la campiña inglesa, hay algo que las separa de las historias wodehousianas.

En Decadencia y caída y en Cuerpos viles, Waugh usa el humor para criticar el mal social que contemplaba, y, por tanto, utiliza la hilaridad para hacernos ver la «caricatura absurda» en medio de la cual vivía y el desastre al que se dirigía un mundo así. Por el contrario, Wodehouse, abstrayéndose de esa misma realidad, nos muestra en toda su producción literaria como sería nuestra existencia sin maldad, corrupción y libertinaje; esto es, como dejó dicho el propio Waugh:

«Para Wodehouse no ha habido ninguna caída del hombre; ningún pecado original. Sus personajes nunca han probado el fruto prohibido. Todavía están en el Edén. Los jardines del Castillo de Blandings son ese jardín primigenio del que todos estamos exiliados».

Sin embargo, uno y otro apuntan a lo mismo, y a lo que apuntan es bueno. Y por eso, es bueno leer a ambos, y reír y aprender de ellos y con ellos.

 

18 comentarios

  
Giuseppe
Anotados para su compra. Muchas gracias.
15/04/24 11:14 AM
  
África Marteache
Ciertamente yo disfruté mucho en mi juventud con Wodehouse, pero desconocía la vertiente de Waugh capaz de hacer reír.
Cada vez que pienso en el primero siento una fuerte nostalgia por su mundo inocente, blanco y absurdo, cuando se podía llamar absurda a la falta total de malicia. En cierta forma Wodehause enseña que se puede ser inocente y a la vez divertido. Esta peculiaridad es tan rara que no creo que hoy pueda ser entendida, cuando la malicia se ha hecho dueña de las almas.
15/04/24 5:17 PM
  
Pampeano
Es notable, para un nacido en 1965 como yo, que desde hace más de un siglo se viniera advirtiendo por autores como Waugh, Lewis, Chesterton y varios otros de la deriva a la que iba el mundo occidental y nadie, ni la misma Iglesia, parece haberlos tomado en serio. Personalmente no hace más de veinte años que me he desayunado con todo esto. Y así estamos hoy, Iglesia incluida. Saludos.
15/04/24 6:01 PM
  
Masivo
Africa Marteache, de las obras de Woodehouse se han hecho series de BBC con exito no hace tantl. Parece que todavía tira. A mí me encanta Jeeves.
15/04/24 8:56 PM
  
África Marteache
Pampeano: Los profetas de Israel no fueron levitas ni doctores de la Ley, igualmente el don de la profecía no se da a las jerarquías de la Iglesia ni a los teólogos.
A todos estos autores los he leído de joven, porque nací en 1944 y solo Chesterton había muerto ocho años atrás, pero lo que nunca creí es que sus profecías se cumplieran estando yo aún viva.
Muchos autores ingleses tras el Concilio Vaticano II escribieron una carta pidiendo que no se cambiara la liturgia en latín, carta que fue firmada hasta por Agatha Christie, que no era católica.
https://societyofignatians.com/quienes-somos/hombres-enfocados-por-la-revolucionaria-misa-tradicional/lideres-culturales-y-la-misa-tradicional/?lang=es
15/04/24 10:15 PM
  
África Marteache
No es el caso de Chesterton ni de C.S.Lewis, pero la literatura católica inglesa del S. XX tenía como leitmotiv el pecado, es un tema recurrente en Graham Greene, Evelyn Waugh y otros.
15/04/24 10:31 PM
  
Pampeano
Doña África, no se si el término profecía es acorde a las expresiones de los autores que mencionamos ya que, en base a hechos concretos que estaban sucediendo, por pura derivación lógica -y hasta teológica podemos decir-, describieron lo que veían venir. Ud. posiblemente adviritió cierta verosimilitud en lo que afirmaban pero pensó que faltaba mucho tiempo, hasta quizás también pensó que nunca se llegaría a tanto. Y aquellos no eran clarividentes ni tenían una bola de cristal, sólo fijaban hechos y sus consecuencias, y así y todo muy poco caso se les hizo. Viéndolo ahora en modo histórico las obras de Amerio, Poncard, Trower y etc nos dan una pauta de cierto porqué de este estado de cosas. En fin, pero acá estamos y algunas piedras hablaron en su tiempo. En el hoy veremos si algunas otras piedras hablan o está brotando la higuera. Saludos cordiales
16/04/24 1:11 AM
  
Marta de Jesús
Desde mi ignorancia, mi aportación. Para mí en cierto modo son proféticas ciertas advertencias de esos magistrales autores de los que hablan los comentaristas, aunque igualmente no sé si emplearía el término profeta a esas personas.

Muy interesante post, con sus recomendaciones literarias de autores totalmente desconocidos para mí.
16/04/24 1:12 PM
  
África Marteache
Es que no es lo mismo el Romanticismo que lo romántico, el Gnosticismo que lo gnóstico ni la Profecia que lo profético.
El término profético se utiliza mucho cuando alguien recuerda que fulanito dijo que iba a pasar tal cosa, nadie le creyó, pero pasó.
En el Credo Niceno-Constantinopolitano decimos, al hablar del Espíritu Santo: "y que habló por los profetas". Naturalmente no decimos que después de San Juan Bautista haya ningún profeta, en estricto término, pero podemos decir que algunas personas parecen tener aliento profético.
No era fácil en tiempos de Chesterton, en que todavía las familias eran numerosas, decir que a medida que el sexo iba teniendo más importancia la fecundidad disminuiría. Puede que en Inglaterra hubiese más signos de tal cosa, pero en el horizonte no se vislumbraba para nada el LGTBI ni nada parecido.
Lo que yo le he dicho a Pampeano es que este tipo de cosas suelen aparecer en escritores con mucha más frecuencia que en las jerarquías de la Iglesia o los teólogos, los cuales nunca se adelantan a los acontecimientos, ni siquiera cuando son teólogos de avanzadilla o modernistas, más bien al revés.

16/04/24 3:46 PM
  
África Marteache
Hay que amar lo que se tiene para calcular su pérdida en el tiempo, razón por la que lo profético se da más en personas tradicionales que en progresistas, para los que el progreso no supone pérdida alguna sino solo ganancia. Lo que la pérdida del latín iba a suponer, tanto en la Iglesia como en las universidades, solo lo vieron los que amaban esa lengua que, para ellos era valiosísima, los demás no le dieron importancia. Y ni siquiera ahora los que escriben sobre la decadencia de las universidades la asocian con la desaparición de las lenguas clásicas.
¿Que no es profético lo que es calculable? Si solo lo ven unas minorías se puede decir que sí.
16/04/24 4:28 PM
  
Haddock.
Evelyng Waugh fue un producto católico del que tengo la mayoría de sus libros en inglés y en castellano. Un grande. Al ser un tanto rarito una dama le preguntó cómo podía ser católico siendo tan agresivo. a lo que él respondió:
"Madam, si yo no fuera católico no sería ni siquiera humano"




18/04/24 3:23 AM
  
Feligres
Encantada de este blog y sus comentaristas ! Que nivel . Muchas gracias por la sugerencia de estos autores, no los conocia .
18/04/24 4:15 AM
  
Genaro García Mingo
Gracias por el artículo tan interesante. Una discrepancia sobre su interpretación de Retorno a Brideshead. No es Charles Ryder el tocado por la gracia. Ryder es el testigo que no entiende realmente gran cosa. La clave de la novela es Julia Flyte, pendiente de la actitud de su padre ante la muerte. Al ver que se santigua volviendo de esa manera a la fe perdida, Julia decide no continuar la relación con Ryder que es adultera. Una decisión muy dolorosa pero definitiva.
Atentamente,
Genaro. GM
18/04/24 3:55 PM
  
Haddock.
Amigo Genaro:
Repare usted en la sutileza de Waugh. Nos presenta en cuatro hermanos todas las posibilidades. Brideshead es creyente pero no feliz; Sebastian no es creyente y con su botella se cree feliz; Julia no es creyente y es desgraciada; Cordelia es creyente y es feliz. Lo que hace preguntarse a Charles para qué sirve el catolicismo.

¡Ah, amigo!
18/04/24 10:55 PM
  
templario
Lamentablemente no he tenido el placer de haber leído a estos que menciona el artículo, pero sí he leído gran parte de la Biblia, y entiendo como otras muchas personas que se están cumpliendo todas las profecías que nos avisan de los "Ultimos Tiempos". También hubo santos que nos avisaron de este período bíblico. Y todos conocimos a Juan Pablo II, el cual dijo siendo cardenal en el congreso eucarístico en Filadelfia: “Estamos ante la confrontación histórica más grande que los siglos jamás han conocido. Ante la lucha final entre la iglesia y la anti-iglesia; entre evangelio y anti-evangelio… pero ahora hemos llegado al final de esta batalla que muy pocos realmente perciben en el mundo actual y que los hace incapaces de discernir los signos de los tiempos y entender lo que está pasando en el mundo de hoy en sus más profundas causas ontológicas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen, ni tampoco entienden.” En efecto, en ellos se cumple la profecía de Isaías, que dice: Ustedes oirán una y otra vez y no entenderán; mirando, no verán. Porque el corazón de este pueblo se ha vuelto insensible, han cerrado sus ojos y tapado sus oídos, con el fin de no ver con los ojos y no oír con los oídos, ni comprender con el corazón.
Catecismo 675.
2ª Tesalonicenses 2.
Apocalipsis 13 y 14.
Non Nobis.
20/04/24 6:54 AM
  
Fernando Romero Moreno
Leí Retorno a Brideshead hace 20 años y me pareció una novela excelente, aunque me molestara la inmoralidad de Sebastian o su amistad afectivamente ambigua con Charles. Acabo de terminar de ver la clásica serie de la BBC (1981), también de alta calidad en su género y muy fiel al libro. Se puede ver en YouTube. Sólo tiene una escena de sexo explícito, innecesaria como siempre. En la página web Decine21 la recomiendan para jóvenes. No creo que sea recomendable para esas edades, máxime en estos tiempos. Es para adultos bien formadas. La película de 2008, en cambio, distorsiona la novela y le da un giro contrario a las ideas católicas del autor. Con esas advertencias y salvo personas demasiado sensibles a temas complejos como la homosexualidad, el adulterio, la beateria o el alcoholismo, es recomendable. Es una novela católica? Yo creo que se le aplica lo dicho por Chesterton: no, sólo que el autor es católico tradicionalista y se le nota. Discreta pero claramente.
20/04/24 9:43 AM
  
África Marteache
Como ya he dicho en el autores católicos ingleses el pecado es una constante, lo que les hace muy recomendables en esta época dónde el pecado no se ve, se tapa o se diluye.
Yo discrepo un poco con Haddock, la familia de Brideshead es creyente, algunos muy en el fondo, pero no es feliz porque solo la pequeña Cordelia, que no por casualidad se llama así, es consecuente con su fe, los demás no lo son.
20/04/24 2:15 PM
  
Genaro García Mingo
Eso es lo que me parece a mí también. Son católicos y educados en la fe, pero se han ido alejando por diversos motivos, uno de ellos, fundamental para Sebastian, la forma en que esa misma fe es vivida por su madre, mezclada con un cierto puritanismo muy destructor. La clave de la novela es la muerte de Lord Marchmain, la manera en que la afrontará, religiosamente o no. Charles Ryder es el testigo asombrado de todo eso, menudo incapaz de entender lo que sucede (se opone a que se lleve un sacerdote al agonizante padre de Julia) y finalmente protagonista y afectado por las decisiones del final de la novela.
23/04/24 1:47 PM

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