Educar en la feminidad (VI): Del matrimonio y sus dificultades. Los ejemplos: Tolstoi, Undset, Dickens
«Libres del miedo». Obra de Norma Rockwell (1894-1978). |
«El verdadero amor crece con las dificultades; el falso, se apaga. Por experiencia sabemos que, cuando soportamos pruebas difíciles por alguien a quien queremos, no se derrumba el amor, sino que crece».
Santo Tomás de Aquino. De Caritate.
«Pero el amor, en el sentido cristiano, no significa una emoción. Es un estado no de las emociones sino de la voluntad; ese estado de la voluntad que tenemos naturalmente acerca de nosotros mismos, y debemos aprender a tener acerca de otras personas».C. S. Lewis. Mero cristianismo.
«El matrimonio es un duelo a muerte que ningún hombre de honor debería rechazar».G. K. Chesterton. Un hombre vivo.
La cuestión a tratar hoy es la siguiente: ¿No han pensado como la idealización de la pasión romántica, por muy pura y perfecta que pueda llegar a ser, por muy loable que sean sus propósitos de cara a un matrimonio, ha socavado, y de forma importante, aquello que pretendía defender?
Y es que, en los últimos años, mientras celebrábamos la monogamia y la idealizábamos románticamente como antídoto contra los destrozos causados por la liberación de las costumbres sexuales, lo que hacíamos, al mismo tiempo y sin darnos cuenta, era socavarla con igual entusiasmo. Enseñamos a los jóvenes a esperar demasiado del enamoramiento, ayudando con ello a a confundirlo con el verdadero amor.
La felicidad —si es que puede alcanzarse en esta vida—, al igual que la justicia, tiene su precio. La ley moral es eterna e inmutable, y es por ello ineludible, incluso en el amor; pero es esquiva. A veces la confundimos, y más fácilmente de lo que debiéramos, con nuestros propios deseos, pasiones, opiniones, costumbres y modas. Y la vida familiar, y en especial la matrimonial en que aquella se funda, resulta afectada por esto, y también por circunstancias ajenas a la relación personal de los conyuges, como la enfermedad o las dificultades económicas; y, por último, por el tiempo, por nuestro propio cambio. Por ello, la relación matrimonial no es en absoluto fácil. Se halla llena de contratiempos, desesperanzas y frustraciones. Pero, afortunadamente, también está plagada de grandezas, satisfacciones y promesas; promesas, sí, y tan grandes que no caben en esta vida.
Estas satisfacciones y promesas son algo distinto a los efímeros goces del enamoramiento. Distinto, pero no de peor condición. De hecho, se trata de algo más auténtico y real, pues se aproxima mucho más a eso que llamamos el verdadero amor.
Pero, esta situación potencial y naturalmente crítica no resulta facial de aceptar y ni tan siquiera comprender. ¿Cuántas personas hoy, ante el desencanto que la vida matrimonial nos trae en ocasiones, optan por tirar por la borda su matrimonio y su familia?
Una primera idea que puede contribuir a fomentar esta falsa concepción del matrimonio, es la errónea comprensión del mito de las almas gemelas. J.R.R. Tolkien observó los peligros de este equívoco en una carta a su hijo Michael. Allí le advertía:
«Cuando el encanto desaparece, o simplemente se desvanece, piensan que han cometido un error y que la verdadera alma gemela está aún por encontrar. Con demasiada frecuencia, la verdadera alma gemela resulta ser la siguiente persona sexualmente atractiva que aparece. Alguien con quien podrían haberse casado de forma muy provechosa, si tan sólo…. De ahí el divorcio, para proporcionar ese “si tan sólo". Y, por supuesto, suelen tener razón: se equivocaron. Sólo un hombre muy sabio al final de su vida podría hacer un juicio sensato sobre con quién, entre todas las opciones posibles, debería haberse casado de forma más provechosa. Pero lo cierto es que la “verdadera alma gemela” es aquella con la que realmente estás casado».
Una segunda dificultad proviene de los cambios a los que el propio paso del tiempo da lugar. El Dr. Johnson nos advertía sobre cómo las ilusiones iniciales del enamoramiento pueden resultar afectadas, pero no culpando al matrimonio y sus circunstancias (que, a veces, hay que reconocerlo –y hoy más, a causa de los muy defectuosos noviazgos–, es el causante de los males), sino a la inevitable pérdida de la juventud y sus gozosos momentos:
«Es común oír a ambos sexos lamentarse del cambio [en el matrimonio]; relatar la felicidad de sus primeros años, culpar a la locura y la imprudencia de su propia elección, y advertir, a los que ven venir al mundo, contra la misma precipitación e infatuación. Pero hay que recordar que los días a los que tanto desean volver, son los días, no sólo del celibato, sino de la juventud, los días de la novedad y de la mejora, del ardor y de la esperanza, de la salud y del vigor del cuerpo, de la alegría y de la ligereza del corazón. No es fácil tomar la vida en cualquier circunstancia en la que la juventud no la haga más deliciosa; y me temo que, casados o solteros, encontraremos la vestidura de la existencia terrenal más pesada y penosa cuanto más tiempo se lleve en ella».
Ahora bien, esos cambios en el devenir de la vida conyugal pueden ser buenos y satisfactorios; plenos y gozosos. Porque es algo natural y purificador.
Pero, aprender a sobrellevar tales dificultades y comprender su sentido es, no solo algo que que vivir, sino también algo que enseñar. Y, aunque sabemos que la convivencia diaria de los padres es el mejor medio para esa enseñanza, pues nada hay como el ejemplo, también sabemos que lo decisivo es algo que no está en nosostros y que se nos regala a través del cauce del sacramento matrimonial.
No obstante ello, en cuanto a nuestra parte humana, toda ayuda es bienvenida, y, aquí, en esta cuestión también nos pueden auxiliar algunos buenos libros.
Por esta razón voy a hablarles de una breve novela de León Tolstoi, de otra (dividida en dos partes) de Sigrid Undset, y de una tercera de Charles Dickens.
FELICIDAD CONYUGAL (1859), de León Tolstoi
«Hora de dormir». Joseph Clark (1834-1926). |
En esta breve novela, León Tolstoi describe el desarrollo de las emociones y estados del corazón que embargan a su joven protagonista, María (Masha), desde su primer despertar al amor, hasta la culminación plena de este en el seno de una familia. En medio, asistimos al entusiasmo inicial de su matrimonio, al que sigue un período de abatimiento, cuando cree que todo amor ha desaparecido engullido por la rutina de la vida cotidiana, para, finalmente, alcanzar un nuevo clímax emocional en el que, el fervor inicial y el desencanto intermedio, dan paso a la sosegada felicidad de una vida doméstica bendecida por los hijos. Se trata de todo aquello que el esposo protagonista preludia, como su deseo, casi al comienzo de la novela:
«Una vida apacible, recogida, en la lejanía de nuestra provincia, con la posibilidad de hacer el bien a esas personas a las que es tan fácil hacer un bien al que no están acostumbradas; luego, el trabajo…, un trabajo que, según parece, es de provecho; luego, el descanso, la naturaleza, los libros, la música, el amor al prójimo; esa es la felicidad para mí y no “pienso que haya nada superior a ello. Y ahora, por encima de todo esto, una persona amada, una familia, quizá, todo lo que un hombre puede desear».
El mismo logro de vida que, hacia el final de la novela, descubre María, la protagonista:
«El sentimiento de antaño se convirtió en un recuerdo querido e irrevocable, y el nuevo sentimiento de amor por mis hijos y por el padre de mis hijos sentó el comienzo de otra vida, feliz de manera absolutamente distinta, una vida que aún no he terminado de vivir en este momento».
La obra pasó prácticamente desapercibida para la crítica y el público de la época, e incluso el propio Tolstoi experimentó por la misma cierto rechazo y decepción años después de su publicación. Sin embargo, al poco de esta publicación, recibió el apoyo del conocido crítico Apollon Grigoriev, quien tuvo en gran consideración a la novela por su sinceridad y realismo, por la profundidad de su análisis filosófico de la vida familiar, y por su naturaleza paradójica, puesta de manifiesto, según Grigorev, en la forma en que Tolstoi relaciona los conceptos de amor y matrimonio. Tanto es así, que el crítico llegó a calificar la novela como la mejor obra que Tolstoi había escrito hasta la fecha.
Sin ser –como creía, quizá algo exageradamente, el famoso crítico ruso– la mejor de las obras del autor ruso, no obstante, se trata de una novela profundamente necesaria hoy, en un mundo como el nuestro, adolescente y banal. Y, por si fuera poco, es un relato provechoso, lleno de esperanza y de un esclarecedor realismo, que habla de un concepto sano y profundo de matrimonio, pues, a pesar de las dificultades inciales, Tolstoi termina conduciendo a los protagonistas a una vida matrimonial armónica y estable, apoyada en la justicia y caridad mutua, y orientada a la formación y sostenimiento de una familia en el seno de la cual ambos habrá de llevar a cabo la difícil misión de educar cristianamente a los hijos.
Por lo tanto, les invito a leer Felicidad conyugal. Aunque lo más conveniente sería hacerlo después de varios años de vida familiar; solo entonces este libro se apreciará plenamente. Incluso me atrevería a asegurar que su lectura podría ayudar a salvar a algún que otro matrimonio de la desesperanza y del hastío.
LA ORQUÍDEA SALVAJE (1929) y LA ZARZA ARDIENTE (1930), de Sigrid Undset.
«Interior». Edgar Degas (1834-1917).
La novelista noruega (Nobel de Literatura en 1928), se convirtió al catolicismo en 1924. Como católica devota, tenía puntos de vista firmes al respecto del amor, el matrimonio y la vida familiar, pero, a un tiempo, su estilo realista le llevó a plasmar en varias de sus obras un enfoque nada romántico y tremendamente profundo sobre estas cuestiones.
Una de estas obras es la que relata la vida de Paul Selmer. Concebida inicialmente como una sola novela dividida en dos partes, tituladas, La orquídea salvaje y La zarza ardiente, se trata de una novela de conversión y de un tratado sobre el matrimonio católico.
Undset nos cuenta la historia de un joven, y su camino de vida desde el librepensamiento de su niñez y juventud hasta su conversión al catolicismo y posterior matrimonio. Un matrimonio infeliz al que el protagonista se mantiene fiel por razón de su fe y gracias a ella.
Selmer se convierte al catolicismo, y esto le transforma. Incluso su esposa Bjorg, a pesar de su superficialidad e inmadurez, y de su adulterio y su abandono, es vista tras esta conversión bajo una nueva luz, como una criatura de Dios con la que se encuentra ligado por una caridad que va más allá del amor humano. Su cruz es tratarla como tal, sabiendo que debe, no solo guiar hacia Dios las almas de sus hijos, sino también la de su esposa.
«Se había casado como quien acepta un regalo, algo que se recibe diciéndose que sería una descortesía no aceptarlo. Pero en el caso de su matrimonio lo que él había aceptado con tal ligereza era el destino de otra persona; el destino de una muchacha pura y virgen dejando aparte el mucho o poco relieve moral de la persona en cuestión».
Es en su fe donde Paul encuentra la fortaleza necesaria para mantener en pie su infeliz matrimonio. A pesar de las dificultades y tentaciones que le salen al paso, acepta el regalo de la gracia que a través del sacramento matrimonial le es ofrecido, y camina hacia la santidad a lo largo de todo el relato. Selmer, al convertirse, hace suyas libremente todas las consecuencias que se derivan de este paso, pero la gracia lo que le permite sobre llevarlas: perdona a su esposa, que le había abandonado para vivir en concubinato con otro hombre, y la recibe de nuevo en su casa, lo mismo que al hijo nacido de esta relación, que acoge como suyo; renuncia a muchos de sus sueños, incluido el volver con la que descubre habría sido el amor de su vida, y asume con resignación la ruptura con sus padres y hermanos. Paul ve que su matrimonio es indisoluble y se mantiene firme en él a pesar de que el afecto y la felicidad le son esquivos, pues el catolicismo les proyecta, a él y a su esposa, hacia una trascendencia.
«Nunca antes había sentido tan completamente que ambos [él y su esposa] eran seres humanos y que el vínculo entre ellos era irrompible».
Esta es la única de las novelas modernas de Undset que expone claramente el concepto católico del matrimonio, según el cual las parejas casadas no son solo dos personas que se unen a la caza de una esquiva felicidad terrena, o incluso en la búsqueda de un familia, sino que, los esposos participan por él en una gracia especial que otorga un carácter sobrenatural a los deberes de su estado de vida matrimonial. Escribe Undset:
«Como sacramento, como medio de gracia, el matrimonio debe haberse instituido principalmente para ayudar a las personas en el camino hacia la salvación eterna. En ningún otro supuesto es en absoluto probable que se pudiera sostener que es, y debe ser, una unión indisoluble, en la que ambas partes en primer lugar asumen deberes hacia Dios, y hacia el otro en Dios. (…). El matrimonio es un medio de gracia, sí, pero si los hombres se niegan a cooperar con la gracia, de nada sirve, ya que los hombres tienen, en todo caso, su libre albedrío para pecar».
Como católica, la escritora noruega creía en el carácter sagrado e indisoluble del vínculo matrimonial. Desde su conversión, hizo hincapié en la importancia de la caridad, la fidelidad, el compromiso y el sacrificio para una sana vida conyugal. De igual forma, destacó la dimensión espiritual y sacramental del matrimonio, considerándolo un camino hacia la santidad. Todo lo cual se plasma en estas dos novelas de una forma magistral.
DAVID COPPERFIEL (1850), de Charles Dickens.
«David se enamora de Dora». Frank Reynolds (1870-1953).
Si bien en el matrimonio, en cuanto a la parte natural y humana, debe estar presente una gran dosis de voluntad, es igualmente conveniente que, al mismo tiempo, haya en él afecto y algo de pasión. Por su propia naturaleza, esta pasión amorosa puede, paradojicamente, traer consigo choques, desencuentros y disputas; aunque, también reconciliaciones y ocasiones para el perdón, la redención, el sacrificio y el don de sí. Para restañar heridas y apagar conflictos, ciertamente, nada hay como los besos y los abrazos ardientes, nada como el afecto apasionado entre de los esposos.
En Dickens, sin embargo, en su novela David Copperfield (1850), observamos una anomalía que parece desbaratar esta idea. Por eso mismo, por esa aparente anti naturalidad, se trata de algo que nos llama la atención. Como les ha sucedido a muchos otros, como Orwell o Chesterton, por ejemplo.
El protagonista de la obra, David, se casa dos veces. Y lo hace con dos mujeres que no pueden ser más opuestas. Con la bella y encantadora, pero inmadura, Dora, y tras el fallecimiento de esta, con la bondadosa, abnegada y guardiana, Agnes. En una visión superficial de las cosas, podríamos pensar que David se equivoca en su primer matrimonio, y que con la muerte de su primera esposa, Dickens ofrece a una nueva oportunidad a su héroe; y de paso muestra una lección cautelar a sus lectores sobre la importancia de una buena elección, ya que Dora parece irresponsable y caprichosa, y Agnes, se nos muestra entregada, práctica y muy eficiente como esposa. Pero, por la misma razón, también podríamos ver a Dora como el verdadero amor de David, la Eva que el correspondía (Dickens da a entender que ambos se aman verdaderamente), y a Agnes como la hermana/madre que necesitaba para poner orden a su vida. Esposa y madre son dos funciones naturales pero muy diversas, aunque pueden coincidir en una misma persona –y es conveniente que así sea–; y así, un hombre puede necesitar de ambas (de una de ellas, necesariamente), aunque para ese hombre deben tratarse de dos personas distintas. Eso es lo natural. Por ello, quizá David no erró en su primer casamiento, y hubiera sido más deseable para él que Dora no hubiera fallecido. Chesterton parece verlo de esta manera:
«David Copperfield y Dora discutieron por el cordero frío; y si hubieran seguido discutiendo hasta el final de sus vidas, se habrían seguido amando hasta el final de sus vidas. Habría sido un matrimonio humano. Sin embargo, David Copperfield y Agnes estarían de acuerdo en lo del cordero frío. Y ese cordero frío estaría muy frío».
Aunque, probablemente ni una ni otra son la pareja ideal, pues, si bien es saludable y deseable que en el matrimonio exista el afecto apasionado y la atracción física entre los cónyuges, también lo es que en ellos habite un espíritu práctico y el afan de servicio a un bien común familiar que está por encima de cada uno de ellos. Por ello cada cónyuge debe ser, a un tiempo, compañero fiel, amante apasionado, y refugio y consuelo del otro y de la famiia que conforman.
Y vamos acabando. Del examen de las tres novelas comentadas se desprende una verdad humana que no admite discusión: no hay matrimonio sin dificultades. Sin embargo, y en todo caso, el matrimonio, a pesar de sus sinsabores y problemas –y quizá en parte por ello–, no es un mal lugar para el cristiano, sino todo lo contrario: se trata de una puerta al Cielo. Quizás refiriendose a eso, Chesterton, misteriosamente, escribió una vez:
«Todo el placer del matrimonio radica en que se trata de una crisis perpetua».
7 comentarios
Para épater a las simples les digo que yo no me casé enamorado; dejo transcurrir una pausa para que se hagan sus películas y añado:
Yo me casé queriendo mucho a mi mujer, que es principio diferente.
Y con los años aprendes no sólo a quererle más a ella, sino a querer al amor, y saber que un perfecto matrimonio es cosa de tres.
Y el tercero es Dios.
¿ Quién necesita ese efímero sentimiento de mariposas en el estómago cuando se puede tener un bodorrio con carrillera y lubina y una cuenta corriente asegurada que paguen las panama jack y los levis de los churumbeles ?
2418 Catecismo Mayor: Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas.
(Para obtener unos vaqueros se utilizan alrededor de 10.000 litros de agua, de los cuales cerca del 60% procede de la alta huella hídrica de los cultivos de algodón convencional.)
¡Bienvenidos a mi nueva era de moda animal-friendly! Ahora, en lugar de vestirme con pieles de animales, lucho contra el frío con prendas sintéticas que gritan "¡No sacrifico animales, pero sí tengo estilo!" Mi guardarropa es un desfile de poliésteres salvajes y algodones artificiales que no solo me mantienen caliente, sino que también hacen que las vacas y los conejos respiren aliviados.
Mis abrigos imitan a la perfección las texturas de las pieles sin involucrar a ninguna criatura peluda en el proceso. Y cuando alguien me pregunta cómo puedo renunciar al glamour de las pieles, les digo: "¡Siempre he sido un lince para la moda!"
Así que, mientras mis amigos peludos disfrutan de su piel, yo me río a carcajadas en mi abrigo sintético, sabiendo que no he sacrificado ninguna criatura por mi estilo. ¡Es la moda del futuro!
¡Y no puedo olvidar mencionar mis fabulosos zapatos sintéticos!
Son tan cómodos que podrías caminar una maratón sin un solo roce incómodo, a menos que cuentes los empujones que das para que la gente te pregunte dónde los conseguiste. Así que, mientras algunos coleccionan pieles, yo colecciono miradas envidiosas y sonrisas de aprobación, todo gracias a mi vestimenta sintética, ¡La moda con conciencia animal nunca ha sido tan hilarante y chic!
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