La Edad Media en la literatura: 10 recomendaciones
«La leyenda de san Jorge». Obra de Maximilian Liebenwein (1869–1926).
«Porque los que entonces solían amar se complacían en proclamarse corteses y valerosos, y generosos, y honorables».
Chretién de Troyes. El caballero del león.
Ningún período de la historia ha sido tan incomprendido y subestimado como la denominada Edad Media. Y no se trata solo de un prejuicio moderno, si no que es algo que tiene su origen mucho más atrás.
Todo eso de que el Medievo es una de las peores etapas históricas, sino la peor, se nos viene contando con una constancia sospechosa, prácticamente desde el Renacimiento. Una y otra vez, a lo largo de más de cinco siglos, se ha venido repitiendo machaconamente, la cantinela de que la Edad Media fue un periodo histórico marcado por el retroceso cultural, científico y técnico, dominado por la superstición, y asolado por tres de los cuatro jinetes de El Apocalipsis: la guerra, el hambre y la muerte. Pero lo cierto es que, lejos de todo ello, esta presunta Edad Oscura podría describirse mejor como una Edad Brillante, una época sorprendente de progreso en la ciencia, el arte, la filosofía o la medicina, y de una profundidad espiritual que bien querríamos para nuestros días. Un tiempo sobre el que bien podríamos imaginar, sin dificultad alguna, al cuarto jinete cabalgando en su montura blanca.
Para nuestro consuelo, la reciente historiografía medieval, de la mano de nombres tan prestigiosos como Jacques Le Goff, George Duby, Régine Pernoud, Christopher Dawson, y en España Emilio Mitre, José Orlandis, Luis Suárez o María del Carmen García Herrero, entre otros, ha puesto las cosas en su sitio, aunque a nivel popular todavía predomine la errónea visión de una época atrasada que es mejor olvidar.
Pero, ¿cuál sería el porqué de esta nefasta imagen? Algunos han sostenido que se debe a la confluencia de varios factores, como «el fanatismo de la Ilustración, el odio al papado del protestantismo, el anticlericalismo francés y el esnobismo clasicista del Renacimiento». Podría ser, porque suena bastante convincente, pero, sea o no sea así, de lo que no parece haber duda es de que, esta negativa concepción, tiene que ver con una constante hostilidad frente a la razón basal de su florecimiento: el cristianismo.
Es, por lo tanto, urgente restaurar esa deteriorada imagen. Porque, lo queramos o no, el espíritu medieval está en nosotros, formando parte de nuestra esencia. Seamos o no cristianos –y más si lo somos–, la Edad Media está imbuida en todo lo que hacemos: habitamos sus ciudades; oramos en sus iglesias; pensamos conforme a sus categorías; estudiamos en sus universidades; leemos los libros salidos de sus imprentas y medimos nuestro tiempo con sus relojes. Por ello, esas raíces espirituales y culturales han de ser restauradas. Y quizá una de las formas de llevar a cabo ese rescate, esa restauración, sea a través de la lectura de obras de ficción.
Así y todo, posiblemente alguno de ustedes se pregunte qué ofrece a los hombres de hoy ese lugar histórico y espiritual que es la Edad Media, puesto que, a priori, se trata de una época que puede resultar chocante para los estándares de nuestro tiempo de postmodernidad. La mayoría de las virtudes tradicionales, entonces regidoras de la moral publica y privada, serían vistas hoy con escándalo: la valentía se calificaría como imprudencia, la defensa de la verdad como inflexibilidad e intolerancia, la búsqueda de la justicia como persecución y acoso, la fortaleza como brutalidad y violencia, la lealtad como una inutilidad trasnochada, y la honestidad y la pureza como risibles pretensiones mojigatas y castrantes. Pero, sabemos que esto no es así, sabemos que se trata, como diría Chesterton, de las sanas virtudes de siempre. Ocurre que, para nuestra desgracia, todas ellas deambulan hoy desordenadas y sin rumbo, causando daño. Por esta razón, podemos enfrentarnos confiadamente a ese desorden y, llevando a nuestros hijos de la mano, intentar repararlo acercándonos a ese mundo medieval perdido y fascinante.
Así que sigamos con una lista, necesariamente incompleta como todas, de novelas de ambiente medieval que puedan y deban ser leídas por nuestros hijos.
EL CABALLERO DE LA CARRETA y EL CABALLERO DEL LEÓN, de Chretién de Troyes.
Y qué mejor que comenzar con las historias del rey Arturo. El espíritu de la caballería se conserva cuidadosamente guardado entre las páginas de la fantasía artúrica, especialmente en los relatos que tratan de la búsqueda del grial. Ya he tratado el tema en varias entradas a las que les remito, donde les hablo de La Muerte de Arturo de Thomas Malory y de los distintos relatos que tienen por protagonista a este mítico rey y su Tabla Redonda, como los escritos por Howard Pyle y Roger Lancelyn Green.
Sin embargo, aún antes de que Malory soñara con escribir su famosa obra estaba el monje francés Chretién de Troyes, quien a finales del siglo XII nos dejó escritos dos pequeños romances –quizá ya protonovelas– tremendamente entretenidos: El caballero de la carreta (también conocido como Lancelot) y El caballero del león (también conocido como Yvain), cuya lectura recomiendo.
Uno no puede conocer realmente este mundo arturiano sin acercarse al monje de Troyes. Cuando al morir dejó la Historia del Grial (también conocida como Perceval) tentadoramente inacabada y confusamente entrelazada con el igualmente inconcluso Gawain, el religioso galo provocó, en cierto modo, la aparición de la obra de Malory y todo lo que surgió después y continúa surgiendo hoy.
Y entre lo que aparece más tarde se encuentra la obra del padre de la novela histórica, el escocés Walter Scott. Porque no hay selección de novelas de tema medieval que no contenga el que es probablemente su relato más famoso, Ivanhoe.
IVANHOE (1819), de Walter Scott.
Ivanhoe relata la enconada lucha de un hombre para restituir su buen nombre y de paso el de la corona de Inglaterra. La acción transcurre en una época convulsa, en tiempos de la tercera Cruzada. En ese momento, Inglaterra está dominada por los normandos y el deseo general es que su rey, Ricardo Corazón de León, una para siempre a normandos y sajones bajo una misma corona. Pero todo ello se complica porque el rey es hecho prisionero por el archiduque de Austria a su regreso de las cruzadas. Mientras, en Inglaterra, su hermano el príncipe Juan sin Tierra, aprovechando esa circunstancia, planea hacerse con el trono. Es aquí donde entra en escena un caballero valiente y ducho en el campo de batalla, nuestro protagonista, Wilfred de Ivanhoe, para ayudar a reponer el orden perdido.
La novela posee toda una relación de interesantes personajes, desde el caballero Ivanhoe y el amor de su vida, Lady Rowena, hasta algunos otros tan populares como Robin Hood y el rey Ricardo Corazón de León. Se trata, además, de una representación ejemplar del estilo literario de Scott, lleno de un vigoroso tono épico. De concepción shakesperiana y trama apasionante, Ivanhoe es una novela entretenida, llena de caballerosidad, justas, lances y rescates en medio de una intensa lucha del bien contra el mal. ¿Qué más se puede pedir? El cardenal Newman afirmó que fue la primera novela que «había dirigido las mentes de los hombres hacia la Edad Media».
Recomendada para lectores de 13 años en adelante. Lamentablemente, ninguna de las numerosísimas ediciones en castellano contiene las magníficas ilustraciones de uno de los famosos alumnos de Howard Pyle (el otro es N. C. Wyeth), Frank Schoonover.
LA FLECHA NEGRA (1888) de Robert Louis Stevenson.
El escenario es la Inglaterra de mediados del siglo XV, envuelta en la contienda civil conocida como la Guerra de las dos Rosas, que enfrentó a las casas de York (rosa blanca) y Lancaster (rosa roja) en disputa por la corona. En medio de esta lucha fratricida, la hermandad de proscritos de la Flecha Negra, comandada por John Amend-all (un misterioso justiciero que recuerda a Robin Hood) trata de luchar contra la injusticia de los poderosos. Cuando se descubre que el aguerrido John Matcham, hecho prisionero por el oscuro sir Brackley, es en realidad una bella dama llamada Joanna Sedley, el protagonista, el joven aspirante a caballero Richard Shelton, y la hermandad de la Flecha Negra unirán fuerzas para rescatara a la joven, en una exitosa empresa que acaba finalmente con el odio entre dos familias que parecían condenadas a la enemistad. Una trama shakesperiana –por aquello de los Montesco y los Capuletos– pero con final feliz, convenientemente aderezada con acción, amor y aventuras a manos llenas, y que fue publicada originalmente por Stevenson en formato de folletín por entregas, curiosamente, bajo el seudónimo de Capitán George North.
Recomendada su lectura para jóvenes de 14 años en adelante. La edición de Valdemar cuenta con la inestimable ayuda de las ilustraciones de N. C. Wyeth.
LA COMPAÑÍA BLANCA (1891), de Arthur Conan Doyle.
Esta novela fue publicada el mismo año en que aparecieron los primeros cuentos con Sherlock Holmes en la revista Strand Magazine, transformando la suerte de Conan Doyle para siempre. Sin embargo, curiosamente, él apreciaba esta obra por encima de las historias de Holmes por las que ha pasado a la posteridad.
La obra relata las tribulaciones y peripecias de un grupo de tres amigos que se unen a una compañía de arqueros, capitaneada por sir Nigel Loring, que marcha al continente a luchar en la Guerra de los Cien Años, mantenida por Inglaterra y Francia desde mediados del siglo XIV hasta mediados del siglo XV. La acción se desarrolla a lo largo de dos años (1361-62) por tierras inglesas, francesas y españolas, en el contexto de la campaña desarrollada por Eduardo, el Príncipe Negro, para restaurar a Pedro el Cruel en el trono del Reino de Castilla. Los protagonistas luchan en batallas y protagonizan sucesivas aventuras, manteniendo Doyle el ritmo y la tensión narrativa en todo momento, y dando al relato ciertos toques de intriga, al que llega a incorporar incluso una historia de amor, lo que hace de la novela una atractiva lectura. Doyle escribió una secuela –técnicamente una precuela–, centrándose en las hazañas de juventud del protagonista central, titulada, precisamente con su nombre, Sir Nigel (1906), aunque La Compañía Blanca es una novela más fina, con mejor ritmo y un elenco de personajes más atractivo. Les recomiendo que elijan una edición que contenga las maravillosas ilustraciones de N. C. Wyeth.
Para jóvenes de 14 años en adelante.
GENOVEVA DE BRABANTE (1810), Cristóbal Schmid.
El canónigo alemán Cristóbal Schmid (1768-1854) se hizo famosísimo escribiendo cuentos para niños (en España fue muy publicado por editoriales como Calleja y Sopena hasta la segunda mitad del siglo pasado). La clave de su éxito fue la novedosa forma de escribir con la que pretendía acercarse a sus jóvenes lectores, aunando un vocabulario sencillo y las formas de expresión espontáneas y coloquiales propias de los más pequeños. Su obra fue presentada por primera vez en España, en el año 1840, con estas palabras:
«La sencillez de sus conceptos y estilo es tal que dirían que el autor es un niño, ó por mejor decir, un anjel que comunica á otros niños su moralidad acendrada, su cariño entrañable á la humanidad, y la pureza de sus costumbres».
Una de sus primeros éxitos fue un cuento basado en la leyenda medieval de Genoveva de Brabante, que además es el que más ediciones ha tenido en castellano.
La Genoveva de Brabante (1810) de Schmid relata la historia de una joven dama, esposa del conde Siegfried de Tréveris, la cual, en ausencia de este por causa de la guerra, es acusada falsamente de adulterio y condenada por tal razón a muerte. Perdonada por sus verdugos, vive durante seis años con su pequeño hijo en una cueva, padeciendo necesidad y amparándose para sobrevivir en la Providencia, que cuida de madre e hijo alimentándolos, milagrosamente, por medio de la leche de una corza y las raíces y frutas del bosque. Finalmente, descubierta la infamia, Genoveva y su pequeño son rescatados y ella es rehabilitada en su honor por su esposo. Publicada en la primera mitad del siglo XX por Calleja y Sopena, ha sido editada hace relativamente poco tiempo por las editoriales Fher y PPP.
Recomendada su lectura para niños de 10 años en adelante.
LA FAMILIA QUE ALCANZÓ A CRISTO (1942), del Padre M. Raymond, O.C.S.O..
No alejándome mucho de los caballeros, doy paso a un santo, aquel a quien puede considerarse el promotor e impulsor de las órdenes de caballería; un predicador ardoroso e irresistible de la Santa Cruzada; un sabio consejero ante quién acudían el mismo Papa y todos los reyes de la época a consultarse; en suma, el hombre más influyente de su tiempo. Hablo de san Bernardo de Claraval, y de una novela titulada La familia que alcanzó a Cristo, del monje trapense M. Raymond, de la que el santo es protagonista.
El libro representa una reacción contra un tipo de hagiografía que se había centrado principalmente en los hechos milagrosos de la vida de los santos, y había dejado de lado la esencia de su carácter, sus virtudes, su lucha por crecer en santidad, y la conquista y el dominio, con la ayuda imprescindible de la gracia, de sus debilidades humanas. La novela apunta a estas cuestiones y sirve de ejemplo de vida cristiana. Como puede leerse en alguna crítica, el relato contiene una «cautivadora naturalidad que atrae la imitación».
Sin duda el protagonista de la historia es un gigante: San Bernardo de Claraval. Doctor de la Iglesia, inteligentísimo organizador, apologista y orador, a quien se debe la expansión de la regla cisterciense por toda Europa. Pero la novela trata también de la ascensión a la santidad de toda una familia. Además de hablarnos de Bernardo, se nos presenta a su padre, el venerable Tescelino, señor de Fontaine y consejero del duque de Borgoña, y a su madre, la beata Alicia de Montbar, quienes engendraron toda una familia de beatos y un santo ––y menudo santo––: San Bernardo, el Beato Guy, el Beato Gerardo, la Beata Humbelina, el Beato Andrés, el Beato Bartolomé y el pequeño de la familia, el Beato Nivardo (el favorito de mis hijas). Todos siguieron a Bernardo: los hombres se hicieron monjes y las mujeres monjas. Asimismo, el santo tenía una cuñada (Isabel) y una sobrina (Adelina), que también se hicieron religiosas y se convirtieron en beatas, y su padre pasó los dos últimos años de su vida como hermano laico cisterciense. ¡Qué familia! Como alguien dejó dicho, «sin duda, Bernardo es producto de la gracia de Dios. Pero es difícil decir si esta gracia es más evidente en el mismo Bernardo o en la familia extraordinaria en la que Dios eligió situarle». Una familia elegida por Dios para darnos testimonio, a lo que este libro ayuda. Porque la familia y la santidad van de la mano en esta historia prodigiosa.
Recomendado para jóvenes de 12 años en adelante.
LAS ALEGRES AVENTURAS DE ROBIN HOOD (1883), de Howard Pyle.
Howard Pyle narra en este libro –uno de sus mayores éxitos– la conocida leyenda de Robin Hood, o Robin de los Bosques, un forajido que, en tiempos del rey Ricardo Corazón de León, huye con una banda de «ciento cuarenta granujas» al interior del bosque de Sherwood. Su espíritu inquieto, su valentía y su habilidad con el arco le llevarán a buscar aventuras en las que siempre prima una idea de justicia, socorriendo a los más desfavorecidos frente a los abusos de los poderosos.
El trabajo de Pyle marcó el comienzo de una nueva era en las historias de Robin Hood. Ayudó a consolidar la imagen de un personaje heroico, que había comenzado a pergeñarse en obras anteriores, como la antes referida Ivanhoe de Walter Scott. Con ayuda de la pluma y el lápiz de Pyle, el rebelde proscrito deja a un lado el aspecto delincuencial de violento bandido egoístamente interesado en la usurpación de lo ajeno, contenido en muchas de las baladas y leyendas medievales, para pasar a convertirse en un héroe generoso y desprendido, en el paladín justiciero, equitativo y recto que conocemos hoy. Entretenida lectura, aderezada con las maravillosas ilustraciones de su autor. Para jóvenes de 13 años en adelante.
OTTO EL DE LA MANO DE PLATA (1888) de Howard Pyle.
Se trata de un relato apasionante situado en el turbulento medievo de lo que hoy sería Alemania y que mantiene todo el encanto de una antigua leyenda. Narrado con la maestría habitual de Pyle e ilustrado con sus soberbios dibujos, es un libro inolvidable para los lectores de todas las edades, aunque mi recomendación es que sea leído a partir de los 14 años en adelante. De él escribió el crítico Malcolm Usrey lo siguiente:
«Tiene todas las marcas de una buena novela histórica: una trama emocionante, con amplios conflictos y personajes creíbles; un lenguaje y un dialecto adecuados a su entorno y a los personajes; y un tema significativo y universal, y, además, presenta los detalles de la vida cotidiana en la Alemania del siglo XIII con precisión y discreción, haciendo que el período sea real y vivo».
LA ESPADA DE SAN FERNANDO (1852), de Luis de Eguilaz.
El escenario: el momento cumbre de la Reconquista. Los protagonistas: nuestro único rey santo; dos caballeros cristianos, hermanados por la sangre y el valor, apasionados en el amor y generosos en la entrega en defensa de su fe; una dama tan bella que era capaz de enamorar de oídas y un simpático escudero, inseparable y fiel. A ello hay que unir una entretenida trama, conteniendo mucha acción, amor, traiciones y honor, y, por supuesto, un final feliz. Tal es el interesante y atractivo contenido de esta novela histórica ambientada en el siglo XIII, que, sin demasiadas pretensiones, tratará de entretener al lector.
La lista es forzosamente incompleta. Aun así, es solo una relación que no pretende más que un mucho del delectare y un muy poco del docere de los que hablaba Horacio. Debemos ser conscientes de que este tipo de novelas no pueden ser un sustitutivo del estudio de la historia. Ya en el siglo XIX, poco después de la explosión de popularidad del naciente género de las novelas históricas gracias a Walter Scott, el italiano Alessandro Manzoni se planteaba la cuestión de la mera posibilidad de su existencia de este modo:
«Cuando ustedes pretenden que el autor de una novela histórica permita distinguir los hechos reales de la invención, no se han planteado si existe una manera viable de conseguirlo. El autor deberá incluir circunstancias reales extraídas de la historia; en cierto modo, pretenden que rehaga el tejido del esqueleto histórico. De esta manera, dota a la ficción de mayor verosimilitud, gracias a los elementos de la verdad. (…) Por otro lado, si se distingue la realidad de la ficción en una novela histórica, se destruye la homogeneidad de la impresión, la unidad de la aprobación. Ahora bien, ¿cómo se puede destruir lo que no existe?».
Nuestro Ortega y Gasset era de la misma opinión:
«El intento de hacer compenetrarse ambos mundos produce solo la mutua negación de uno y otro. No se deja al lector soñar tranquilo la novela ni pensar rigurosamente la historia».
Así que dejemos que estas novelas sean aquello que son, que quizá no sea, en el aspecto histórico, otra cosa que un estímulo para un acercamiento más profundo a la verdadera historia, como pasó con Jacques Le Goff, que se aficionó al mundo medieval con «los textos narrativos, cargados de fuerza y expresividad dramática, de “Ivanhoe"». Y en tanto eso acontece, que nuestros hijos disfruten de lo leído, cosa que, con esta serie de relatos, sin duda sucederá.
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En busca de la masculinidad con Homero, Austen, Tolkien y otros
12 comentarios
vaya, yo que venía con algún verso de François Villon y me encuentro con todo de rememoraciones decimonónicas... ; -)
Respecto a la Edad Media, no me parece que en este sitio web haya que recalcar el estigma 'oscurantista' que tiene; de todas maneras cualquiera que posea un mínimo espíritu crítico, algo de cultura y conocimiento, ponderará y pondrá en contexto tanto virtudes y defectos de la época. Venturas y males, que también los tiene.
Rescatar un tiempo también conlleva sus riesgos y tentaciones, y el de la idealización y supervaloración no es poco. Creo que ello es el "mal" 'por defecto' de los revisionistas. Ud. p.e. dice que pensamos con lo que se fundó en su tiempo, pero pensamos los actuales, o por lo menos tenemos la oportunidad de hacerlo. En aquellos siglos solo podían notables y bienestantes. Un libro era considerado un tesoro en toda la amplitud del término.
Por último, nada, una sugerencia técnica, las magníficas ilustraciones de su entrada tienen una calidad desmesurada y cuestan de cargar, al menos con una conexión algo lenta como la que uso ahora en un entorno rural. Un tamaño de 4MB cuando podrían ser de no más de 150KB. También somos hijos de nuestro tiempo.
Saludo,
PS: No se tome a mal tanta "crítica"! soy admiradora de su familia, un oasis de erudición, y lectora habitual de los libros de su hermana. : -) Me encantan, el último que leí, "un cuento de Navidad ..." me emocionó aún ser yo no-creyente.
Y, desde luego, la clásica división entre alta y baja Edad Media. Está claro que la caída del Impero Romano de Occidente, que todavía en época de Constantino el Grande vivió una época de gran esplendor, supone una involución civilizatoria.
Hay autores, como el clásico Henri Pirenne, que atrasan el inicio de la Edad Media hasta las conquistas musulmanas y el cierre de los circuitos comerciales con Oriente. Otros atribuyen otros factores. LA cuestión es que las ciudades se despueblan y el feudalismo aparece como una solución ante el derrumbe del orden establecido. Se vuelve al trueque y a una economía de autoabastecimiento. La Europa Occidental se queda sin moneda y sin papel, que provenía de las plantaciones de papiro egipcio. Es la época de los pergaminos y los palimpsestos. A su vez contemplamos el esplendor Omeya en una Córdoba que posee una moneda fuerte y mantiene un fluido contacto comercial con el resto del mundo árabe, asentada en un solar fuertemente romanizado.
En lo que todo el mundo está de acuerdo es en que el siglo XII supondrá el primer renacimiento de la cultura de la Europa Occidental. Curiosamente coincidirá la creación de las primeras Universidades, herederas de las escuelas catedralicias, con la llegada de la técnica de fabricación de papel -inventada en China unos seis siglos antes, llegada a través de Al-Ándalus-. Este renacimiento resplandece y se manifiesta en el desarrollo de técnicas en sectores tan distintos como la metalurgia -importantes la famosas fargas catalanas-, carpintería o la construcción -nuestras grandes y maravillosas catedrales-, Se fabrican grandes grúas y máquinas de construcción, el paisaje se puebla de molinos de agua y viento y se recupera la vida urbana.
Aunque también hay que tener en cuenta el aspecto económico. La imprenta, por ejemplo, ya había sido inventada y desarrollada varias veces siglos atrás, tal y como ya investigó en el siglo XVIII nuestro gran clasicista Vicente Requeno, sin embargo no había acertado a encontrar una estructura de mercado que la hiciese viable industrialmente.
1) Ivanhoe es obviamente el protagonista de la novela que lleva su nombre, pero es un protagonista que aparece bastante poco en el libro (sobre todo comparado con alguno de los secundarios), algo que quizá podría desconcertar a algún lector.
2) En "La compañía blanca" se usa el título de Rey de España para el rey de Castilla y León (Pedro I el cruel, a quien se pinta de la forma más desfavorable posible). Cuando lo leí pensé que sería un error de Conan Doyle, pero parece que en algunas ilustraciones de la época en la que transcurre la novela aparece el escudo de Castilla y León como escudo del Rey de España. Vamos que en la novela hay un rey de España, un rey de Navarra y no recuerdo si al rey de Aragón le llaman rey de Cataluña.
Los cuentos de los Grimm, de Afanásiev, y los cuentos de hadas en general, los situamos sin querer en esos paisajes de bosques feraces donde hay una dama en apuros llorando en una almena.
Jung diría algo sobre el inconsciente colectivo, pero si en un relato infantil no existe un dragón o bruja, el esfuerzo de un corazón generoso o alguien a quien rescatar de alguna esclavitud, es una birria de cuento.
La cuestion es que la novela historica sigue siendo una obra de ficcion y nunca sabes hasta que punto el relato es historico. Aparecen personajes historicos pero los protagonistas suelen ser ficticios: es una mezcla de ficcion e historia. Si quieres saber la historia tienes que recurrir a los historiadores en lugar de a los novelistas.
Lei la obra de Walter Scott hace muchos años, entre ellas El Talisman. Me cuesta imaginarme a Saladino curando a Ricardo Corazon de Leon de sus fiebres. El protagonista es un caballero escoces que jura por san Andres. No deja de ser una historia entre buenos y malos y siempre tiene su moraleja: los ideales caballerescos como el amor cortes y la defensa de los menesterosos como tambien hacia don Quijote. Se parece a las novelas de caballerias. Lo mismo pasa con Ivanhoe y Robin Hood cuando narra las relaciones entre sajones (los oprimidos) y normandos (los opresorores).
Aparecen personajes idealizados y personajes que no lo son tanto. Y en la historia de verdad tambien pero aqui los personajes son siempre reales. Una novela historica es un relato ficticio ambientado en una epoca del pasado y sirve para hacernos una idea de la cultura y los ideales de aquella epoca.
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