Providencia, destino y libertad en los buenos libros (I)

                             El caminante, óleo de Caspar David Friedrich (1774-1840).

 

 

“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”.

William Shakespeare

 

“Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor.”

Santo Tomás Moro

 

 

Frente a la brutalidad despiadada del destino clásico de los paganos y el caos evanescente de los modernos, se eleva la conjunción misteriosa de la Providencia divina y la libertad humana.

El destino fuerte de los griegos clásicos (las Moiras Parcas) establecía una suerte de sólida y sufriente estructura que sostenía un orden vital tan necesario como despótico. Esa necesidad o destino, a cuyo imperio estaban sometidos todos los hombres, establecía una cierto orden y justicia por el hecho mismo de que nadie se salvaba de padecerlo: «A fuerza de ser ciego», dice Simone Weil, «el destino establece una especie de justicia, ciega también ella»La Ilíada nos muestra esto de manera hermosa, haciéndonos ver que el héroe cede siempre a la fuerza, tanto si la ejerce como si la sufre, que todo empalidece ante la perspectiva brutal de un destino despiadado, y que el hombre encuentra su grandeza y su belleza asumiendo con estoicismo su fatum. Pues «los hombres son juguete de los dioses. Son como moscas en manos de niños crueles», ante lo cual estos héroes exclaman a viva voz: «cuanto menos, morimos con honor». Charles Moeller nos muestra esta resignación, desesperanzada y doliente en su obra Sabiduría griega y paradoja cristiana (1948). Este destino, puesto en acción a través de una fuerza misteriosa e irresistible, hace del hombre una marioneta sobre la que recae el «inútil peso de la tierra», lugar al que volverá tras breve y doliente peregrinaje errante, siendo su irremediable fin el efecto supremo de su fatum, al igual que es su cadáver el grado sumo de su desgracia.

 

«Los dioses hilaron de forma que los míseros mortales vivan en la tristeza, 

y solo ellos están descuitados.

En los umbrales del palacio de Zeus hay dos toneles de dones  

que el dios reparte:

en uno están los males y en el otro los bienes. 

Aquel a quien Zeus, que se complace en lanzar rayos, se los da mezclados,

unas veces topa con la desdicha y otras con la buena fortuna».

La Ilíada, Canto XXIV, 525-539

 

           La destrucción de Pompeya y Herculano, óleo de John Martin (1789-1854).

 

Algo similar podría decirse de la filosofía de vida moderna, si bien con el aderezo del materialismo y del determinismo (este último siguiendo a aquel, fielmente, cual sombra al cuerpo), añadido este que disuelve toda traza de grandeza y dignidad que pudiera haberse heredado de los antiguos. Porque, a diferencia de la grandeza que percibimos en el hombre clásico, en el moderno, el orden y la justicia que podría imponer el mismo azar no es percibida siquiera, y menos asumida, con la doliente y sufriente resignación del héroe pagano. Como sabemos, en el mundo moderno no hay héroes, no se toleran, se persiguen y se exilian, si no se eliminan. Los últimos dieron su testimonio de vida en los estertores del mundo del ayer, cuando este, en medio de enormes dolores y sufrimientos, dio lugar a nuestra postmodernidad. Maximiliano Kolbe podría ser un ejemplo (aunque aquí he hecho trampa porque se trata de un católico en el que se une, por cierto, ––como dijimos alguna vez–– la condición de héroe y de santo).

Y frente a todo ello, frente a esta desazón, desesperación y miedo, se alza la promesa de Cristo, su redención y su triunfo sobre el dolor y la muerte. Es la buena noticia del Evangelio que nos llega, traída en volandas por las tres virtudes, la Fe, la Caridad y la pequeña Esperanza ––como la llamaba Charles Péguy––, la más pequeña, sí, pero no la menor. Esta esperanza (que rezuma abundantemente la llamada Providencia) es la que nos salva de la desesperación de una vida sin sentido, azarosa y salpicada de desgracias, dolores e injusticias. De otra manera la existencia no sería tolerable. Solo la estoica capacidad, estéril y triste, de los clásicos y la atolondrada y anestesiada inconsciencia de la mayoría de los modernos podrían hacerla soportable, en un caso a costa innombrables sufrimientos, en apariencia inútiles, y en el otro a costa de dejar de ser un hombre. Todo ello contrasta con la facilidad del confiado abandono cristiano, porque, como sabemos, «En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman» (Rom, 8, 28). Se trata esencialmente de dos cosas: Fidelidad y Abandono, como dice el título del famoso opúsculo de Garrigou-Lagrange sobre la divina Providencia.

En nuestra vida y en la de los que nos rodean está la respuesta a tal cuestión. ¿Cuál será la que habrán de dar nuestros hijos? Porque el interrogante de lo que está y lo que no está en manos del hombre es una de las preguntas fundamentales a las que ellos habrán de enfrentarse y su respuesta será una de las circunstancias de las que dependerá la elección de su camino de vida. 

Si deseamos que nuestros hijos encuentren el camino verdadero, existen algunos buenos y grandes libros que pueden ayudarnos, unos directamente, otros por contraste, y acompañados todos de nuestra cercana y solícita compañía y ayuda, que en estos temas será precisa. En entradas sucesivas hablaré de alguno de ellos.

Y llego al final acompañado de unos breves versos del Segismundo de Calderón de la Barca y de su famosa obra La vida es sueño, donde el dramaturgo plantea el problema fundamental del libre albedrío, resolviéndolo de una manera positiva, aún sin mentar a Dios, pero teniéndolo siempre presente:

 

«Y así, quien vencer aguarda a su fortuna,

ha de ser con prudencia y con templanza».

 

Porque cierto es que nacemos con un propósito, con un destino, que no es otro que «ver a Dios inmediatamente, y cara a cara, y tal cual es, sicuti es». Pero ese destino solo pueden encararse desde el bien. Por ello, podemos vencer las partes malas que nos acechen en ese camino si afrontamos la vida desde «la prudencia y la templanza», y no desde «la injusticia y la venganza», como señala Segismundo. Así, en la obra, cuando Clotaldo dice que «no es cristiana determinación decir que no hay reparo a su saña» no hace más que corroborar esto. Para Calderón uno sólo puede hacer frente a su destino obrando el bien y reparando el mal, cumpliendo así con el papel que le ha sido asignado en esta vida y hacia el que nos conduce, invisible y arcanamente ––con respeto de nuestra libertad––, la divina Providencia.

 

11 comentarios

  
Palas Atenea
Interesante ver unidas en el poema de Calderón de la Barca a la justicia y la templanza porque mi lucha en solitario en favor de las virtudes suele tener una acogida más bien fría. En una reunión cuaresmal que hemos tenido cité a los virtuosos y me dio la impresión de que la palabra caía como semilla en desierto. Nadie parecía saber qué cosa es la virtud, quién es virtuoso y, muchos menos, tenían capacidad para reconocerla porque no se puede reconocer lo que previamente no se conoce.
En el empobrecimiento actual del lenguaje una de las bajas más significativas es la de los adjetivos calificativos, sobre todo si indican cualidades. Todo lo más se puede oír es "bueno" o "majo"-que es todavía más degradado-pero aquellos adjetivos que indicaban virtudes como templado, leal, justo, cabal, fiel, prudente, agradecido, ponderado, etc... ya no se utilizan, de manera que es difícil que vean que Santo Tomás Moro tenía las cuatro virtudes cardinales en grado eminente o que, el que hace años salió en las encuestas como modelo de padre ideal, Atticus Finch-el famoso abogado de la novela "Matar a un ruiseñor"-resulta tan atrayente precisamente porque era prudente, justo, fuerte y templado y esa combinación causa respeto y hace de él un magnífico educador.
29/03/19 9:53 AM
  
Palas Atenea
Entre las grandes palabras en el exilio está también la grandeza, como bien dices. Los héroes clásicos se distinguen por tenerla, pero en el mundo que vivimos el valor y la grandeza, que siempre van juntos, se perciben como contrarias al post-modernismo, más como una carga inútil que como algo digno de admiración. Admiración es también otra palabra desterrada.
Sin esto la lectura de los clásicos se vuelve imposible.
Al tirar por la borda el fardo de nuestros pecados hemos tirado también el de nuestras virtudes, como cara y cruz de la misma moneda y, sin ellos, nadie puede entender a Calderón de la Barca, Cervantes, Shakespeare o Dickens.
29/03/19 10:08 AM
  
Teobaldo
Lo he disfrutado. Un texto muy interesante.

Gracias y comparto a mis contactos el artículo.
29/03/19 11:18 AM
  
Cos
Cuando Hernando de Soto se embarca en la expedición que le llevaría de La Florida hasta el río Misisipi, era ya enormemente rico, tenía posición y había alcanzado gran fama. Aún así, no dudó en cambiar las sábanas de seda y los buenos banquetes por el bochorno de los pantanos, el agotamiento y las marchas interminables, las fiebres, los parásitos, las fieras y las lanzas del enemigo.
Otro tanto sucedió con Juan Sebastian Elcano. Reconocido con una pensión generosa y un blasón con la leyenda «PRIMUS CIRCUMDEDISTI ME», pasada la cincuentena, moría de disentería en una nueva expedición en busca de Las Molucas.
Hoy en día nos conformamos con poder tener un buen coche o con llegar a hacer algún viaje a algún lugar exótico y retratarnos sonrientes en un selfie.

Palas, yo creo que una palabra a recuperar es "libertinaje".
29/03/19 11:53 AM
  
Palas Atenea
Cos: El oscurecimiento de ciertas palabras positivas lleva también al de ciertas palabras negativas. La razón por la que "libertinaje" no se usa es evidente, pero yo estoy más preocupada por aquellas palabras que necesitamos para recuperar nuestra dignidad y esta no es una de ellas.
El buenismo actual es contradictorio porque, en principio, ¿qué razón hay para no calificar a los virtuosos? Empeñados como están en incentivar la palabra "odio" ¿cómo pueden ser buenistas si dan prioridad a los insultos sobre las alabanzas? Esto es porque su empeño no es virtuoso sino inmoral y, como Caín, envidian la virtud. Recordemos los proféticos versos de Antonio Machado:
La envidia de la virtud
hizo a Caín criminal.
¡Gloria a Caín, hoy el vicio
es lo que se envidia más!
Hay un artículo de "La Vanguardia" del 8/5/2018 "Hablemos de libertinaje" que comienza así: "Hay palabras manchadas por un uso equivocado, libertinaje es una de ellas. Existe la extendida creencia de que se trata de una inclinación amoral hacia la vida gozosa, cercana al vicio, cuando no dentro de él". Y después se extiende de forma, bastante inconcreta me parece a mi, explicando que el libertinaje no tiene nada que ver con eso y es, simplemente, una actitud entre cínica y snob, que no necesariamente tiene connotaciones sexuales ni nada que ver con la pornografía. Es decir, que el Marqués de Sade es superior-no sé en qué sentido-que un adicto a la pornografía, supongo yo que por tener un componente intelectual añadido a su conducta que el otro no tiene.
29/03/19 12:59 PM
  
M.Angels Frigola
Interesante el post. Estoy deseando ver la lista de libros recomendados, para mí y sobre todo para mis hijos. Hay que ver qué lecturas tan tontas y sosas les recomiendan en el colegio, a veces abiertamente inmorales (alguna lectura escolar he prohibido yo), y cuánta superficialidad y chabacanría se ve por las librerías.
Lo dicho, a la espera de sus recomendaciones. Muchas gracias
29/03/19 3:34 PM
  
Chico
Enhorabuena Autor. Ahora vamos a la práctica: para ser virtuosos y no ser todo lo malo que aquí tan bella y racionalmente está expuesto, tenemos que rezar y todo lo demás que enseña la Iglesia. No es agua fría a tu texto hermoso, Autor, sino lo que siempre me viene a la mente ante exposiciones así
29/03/19 4:01 PM
  
Chico
Y me acuerdo de Santa Teresa de Jesús
29/03/19 4:11 PM
  
J. G. R.
Estimado Chico: El Autor como usted lo llama se define como catolico y su blog está alojado en un portal catolico. Es una bitácora sobre literatura infantil y juvenil, que habla principalmente de literatura infantil y juvenil, escrita por un padre catolico y dirigida a padres católicos. Es difícil deducir de ahí que excluya rezar, la vida sacramental y el cumplimiento de los mandamientos de la Iglesia. Yo que usted de todas formas, dado el celo religioso que muestra, reservaría la mayúscula de Autor para el único que lo es realmente.
29/03/19 4:30 PM
  
Miguel Sanmartín Fenollera
Palas Atenea: Tiene usted razón, una de las cosas más olvidadas hoy es la idea de virtud. De hecho es un tema que tengo en mente tocar.

Teobaldo: Muchas gracias por leer y compartir.

Cos: Estoy con Palas Atenea en que quizá la palabra no sea “libertinaje”, aunque sin duda tiene usted razón en lo que apunta.

M. Angels Frigola: Muchas gracias. En cuanto a libros y listas de libros le remito, no solo a lo que iré escribiendo aquí, sino a lo que ya he escrito en mi blog “De libros, padres e hijos”, donde, además, hay varias entradas específicas sobre listas de libros.

Chico: Tiene usted razón, pero si visita usted mi blog, antes referido, comprobará como, si bien su temática principal es la lectura, tengo claro que eso del leer ––aunque sean buenos y grandes libros––, no es lo único y ni tan siquiera lo más importante, sino una pequeña ayuda, aunque buena falta hace.
29/03/19 4:53 PM
  
Haddock.
Palas Atenea:

Efectivamente, la palabra" virtud" ha sido abolida de nuestro hablar.Ha sido sustituida por ese término que emplean en su ideario esos colegios antaño católicos y hogaño acomplejaditos que es "valores".
Esta última palabra se refiere a algo teórico, que no involucra sustancialmente al hombre, mientras que "virtud" es llevar a la práctica por medio del hábito ese brindis al sol que es la teoría.

Si no inculcamos esta diferencia a nuestros hijos, mal vamos.

30/03/19 6:19 PM

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