No suelo opinar mucho de artes plásticas —al menos, públicamente—. Quizá porque tiendo a pensar que los ingenieros, a veces, podemos tener el defecto de confundir arte con virtuosismo en el mejor de los casos, o con la utilidad en el peor. A todo lo más que llego es a lo de ‘facebook‘: «me gusta» o «no me gusta».
Sin embargo, creo que coincidiré con casi todos los lectores en que la escultura regalo a Juan Pablo II es fea de narices.
El miércoles el alcalde Gianni Alemanno y el obispo vicario de Roma Agostino Vallini develaron la obra del escultor Oliviero Rainaldi, que fue donada a la ciudad por la fundación Silvana Paolini Angelucci con motivo del 91 aniversario del nacimiento del beato. Estará en la Plaza del Cinquecento a unos metros de la estación Termini.
Es tan horrible que ha sido criticada incluso por L’Osservatore Romano, que con lo que le gusta agradar a todo el mundo es todo un síntoma:
La sugestión de la obra consiste en el abrazo ideal que el pontífice estaba acostumbrado a dar a los fieles de su diócesis y a ofrecer a muchos peregrinos y visitantes.
Pero su rostro situado en la cima de la escultura, tiene sólo un lejano parecido con el Papa. Y, en su conjunto, el resultado no parece a la altura del intento, tanto que sobre el particular ya se levantaron voces críticas.
¡Qué delicadeza!, está visto que nunca podré escribir en el LOR.
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