De cuando el morito llegó a pedir el aguinaldo a la señora Rafaela
La señora Rafaela se levantó una vez más a abrir la puerta. Tarde de Nochebuena y los chicos ya se sabe cómo son.
En Madrid ya no se estila, y en los pueblos incluso se va perdiendo. Ella recuerda aún cuando en sus años mozos salían chicos y chicas con guitarras y bandurrias a pedir el aguinaldo. Y cómo en cada casa si no había dinero –que era las más de las veces- al menos ofrecían un trago de vino y unos dulces.
Las cosas no son como antes. Ni los chicos cantan, ni se escucha el sonido de la guitarra. Apenas una pandereta, más que sonada, golpeada con saña. Pero es Nochebuena, y en esta noche cualquier cosa te lleva a recordar.
Desde que cayó la tarde ya han pasado por su casa cuatro o cinco cuadrillas. Tres o cuatro niños que repiten el tradicional “Felices Pascuas” y reciben como premio unas monedas y algunas peladillas. Niños del pueblo, conocidos, acompañados a veces por algún amiguito de esos de fin de semana.