Treinta años de cura y me dicen que no he entendido nada
La verdad es que el reencuentro con viejos conocidos es algo fantástico. Llevaría sin ver a Pepi y Mario lo menos diez años. Lo que son las cosas. Llaman a la puerta del despacho, y mira por donde ellos dos. Viejos conocidos de antiguas andanzas pastorales.
Colaboradores en alguna de las parroquias donde estuve hace años.
Abrazos, besos, risas… pero bueno… pero qué alegría. Esas cosas. Poco dura la alegría en la casa del pobre. Porque todo eran reproches: vaya parroquia que habéis construido, menudo edificio, habrá costado una pasta, los pobres, la crisis. Venían de dar una vuelta y se habían encontrado con la capilla de la adoración perpetua. Vaya por Dios, más reproches.

Seguro que recuerdan una frase de un ya viejo programa de humor en la tele: “si hay que ir, se va, pero ir por ir…” Me la apropio para la cosa del dialogo ecuménico con el protestantismo, si hay que dialogar se dialoga, pero dialogar por dialogar…
Tengo un feligrés, José Antonio, que ante todo espero me perdone dar su nombre. Un tipo curioso. Neocatecumenal desde hace cuarenta años (vamos, casi de los primeros pobladores), coordinador de uno de los turnos de adoración al Santísimo y suplente de cada turno que queda libre, voluntario en Cáritas y buen humor a raudales. 





