De formas, fondo y la cantidad justa de picante en un escrito
Soy visceral e incapaz de escribir sin un punto de ironía. Estos dos factores juntos pueden hacer que en ocasiones me salgan escritos tal vez pelín duros e incluso hirientes. Es el problema que tiene el picante: difícil encontrar el punto justo que alegre pero que no queme el paladar. Más difícil aún dar en el gusto a todos: desde aquel que pide su plato con picante nulo hasta el amante de comer entre lágrimas de satisfacción.
Lectores me dicen que aunque sea cierto lo que digo, y la valoración de las cosas o las ideas que expongo irreprochable con la doctrina de la Iglesia en la mano, en ocasiones me pierden las formas: duras, irónicas, fuertes, con su punto de autosuficiencia. Pues no digo que no, ni me voy a disculpar con el sabido “el celo de tu casa me consume” que me autorice a empuñar el látigo de la dialéctica.
Aún sabiendo que forma y fondo son parte de un matrimonio indisoluble, más me preocuparían los errores en el fondo, porque eso querría decir que en dogma, moral, liturgia o vida pastoral uno anda patinando, y eso sí que tiene su peligro: confundir al personal, y eso sí que es algo que no podría perdonarme. Pero parece que problemas de fondo no hay. Bendito sea Dios. ¿Y las formas? Pues siempre opinables, mientras nos mantengamos dentro de los límites de la caridad cristiana, cosa que tal vez no siempre consiga.


¿De dónde habremos sacado y mamado los católicos ese complejo de culpabilidad que parece que arrastramos desde siempre, y especialmente en el último siglo? Es como si la humanidad, desde Sumer a la Unión Europea, pasando por Egipto, Grecia, Roma, las civilizaciones precolombinas, el islam y el estalinismo hubiera vivido siempre en un estado de bonhomía, paz y fraternidad universal que se rompió hace dos mil años con la llegada del cristianismo al mundo, y especialmente del catolicismo.
Tres o cuatro catequistas en el pueblo, y bien que a duras penas. Mérito del buen, a pesar de todo, párroco que se hizo con cuatro mozas de buena voluntad y no del todo despistadas en las cosas de la fe, para que le ayudaran a desasnar por lo religioso a una panda de chiquillos (y chiquillas) deseosos de hacer la primera comunión e incluso de seguir un poco más.





