Sor Lucía Caram, bufón de la sexta
Yo tengo una madre muy anciana y con los defectos de una persona de mucha edad. Pero jamás consentiré que nadie me hable mal de ella, y mucho menos contaré sus miserias a sus enemigos para congraciarme con ellos, pensando que si me burlo de la mujer que me dio la vida eso me hará más humano y facilitará el encuentro con los que la critican.
Mi Iglesia es muy anciana. Atesora algunos defectillos, deslices de tiempos pasados, y quizá hoy alguna vez patina. Lo hago yo, ¿no lo hará ella? Pero atesora sabiduría, gracia, santidad y vida. Me ha regalado y me sigue regalando a Cristo, me da la vida en los sacramentos y en la doctrina de Cristo fielmente transmitida. Me enseña a caminar por sendas seguras en medio de un mundo que no puede comprenderlas. Es tanto lo que me ha dado y me regala que de ella yo me fío, y si algo no comprendo o me cuesta compartir, entiendo que el problema no es mi madre la Iglesia, sino mi orgullo de niño adolescente que se piensa que rebelándose afianza su personalidad.